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A Mundiña

Vete de mi parte

Mi Galicia, de plato en plato

Restaurantes, casas de comidas y bares de tapeo con el sabor puro de mi tierra

Me gusta tanto mi tierra, me gusta tanto la comida de mi tierra, que no he tenido más remedio que dedicar este comentario de hoy en Vete de mi parte a recomendarles un viaje por Galicia de plato en plato, recordando aquellos sabores que, a lo largo de mi vida, se han convertido en inolvidables. Es un ir y venir por restaurantes, casas de comidas, bares de tapeo, siempre con el sabor puro de mi tierra, huyendo de esas estrellas Michelín que han prestigiado nuestros platos, pero a costa de perder su autenticidad y su sencillez.

Teniendo la materia prima que tenemos, no hacía falta sofisticar nuestra cocina con el único propósito de conseguir una estrella más o menos. Si les apetece deambular conmigo por la geografía gastronómica de Galicia, empezamos el viaje Puede que muchos de nuestros lectores no coincidan conmigo y, con toda seguridad, sobran algunos y faltan otros. Todo depende del gusto de cada uno y éstos son los que a mí me gustan.

El periplo comienza en La Coruña, esa ciudad en la que nadie es forastero, entrando en la zona de tapeo de la ciudad para saborear el bocadillo de cigalas de la taberna A mundiña, deleitarse con una carne asada histórica en La penela de María Pita o atreverse con una tortilla monstruosa en el Tira do Playa de mi amigo Crispi.

Damos un salto en la tierra coruñesa y en Mera, mirando a su playa y a su mar, tapeamos en La Perla con la empanada increíble de Belén, famosa en toda la zona, nos sentamos en La Casa do Arxentino con unos mejillones de Lorbé de los que ya no quedan o pedimos en el Nai Pai una pizza de la que hablan maravillas. Siguiendo por Oleiros, vale la pena acercarnos al Refugio y sentir el sabor y la calidad de su salpicón de bogavante.

Luego, la playa de Cirro nos espera para que nos sirva Antonio, el alma mater de A coviña, unos chipirones encebollados de categoría. Si os da tiempo, no estaría mal pedir un cóctel en El Pirata, el templo del bebercio en Santa Cristina. Y ya que estamos allí, sería bueno ir al Mirador del madrileño para hartarnos de esas cigalas del día que nunca faltan en su carta. Hay que ir hasta Ferrol para conocer O muiño do vento y sus almejas al horno o a la sartén, especialidad de la casa desde hace muchos años.

Desde La Coruña viajamos a O Freixo, cerca de Muros, donde Pepe do coxo presume de tener las mejores ostras de Galicia, y con razón. Y aún nos da tiempo de parar en Fisterra y allí, en Tira do Cordel, pedirle a Diego que nos prepare su lubina antológica. Llegamos a Santiago y cerca de la catedral saludamos a Manolo García de Don Quijote, donde sirven el mejor guiso de cabra que he probado nunca y hasta nos da tiempo para pedir en El Gato Negro un hígado encebollado único en la ciudad.

De Santiago nos vamos a Ourense, con parada obligada en El Orellas y ración de oreja de cerdo incluida. Visitar Lugo siempre apetece, haciendo honor al refrán «para comer, Lugo». Probar las habas de Lourenzá con gambas y almejas en Casa Campos es obligatorio. Y sin salir de Lugo, en el Mesón Alberto tienen una barca de mariscos muy apetecible. Nuestro viaje nos lleva hasta O Grove porque D'Berto nos espera con unas nécoras fritas para chuparse los dedos.

En Sanxenxo hay que detenerse en A goleta y pedir su rodaballo al horno de matrícula de honor. Ir a Pontevedra y no probar las delicias de camarón de Casa Román sería un pecado. No me olvido de Lalín, capital del cocido gallego. Les aseguro que vale la pena elegir cualquier restaurante, porque el cocido lo preparan en todos ellos como hay que prepararlo.

En Padrón, que es mi pueblo, hay que ir a Pulpería Rial y pedir un pulpo á feira, el mejor del mundo, o degustar en Casa Ramallo un guiso de xoubas de toda la vida, acercarse a Seira y pedirle a Chus en O pemento unos callos gallegos de lujo; si es temporada de lamprea, disfrutarla en el Chef Rivera es cita ineludible. Nos vamos hacia la ría de Arosa y recalamos en Casa Bóveda, en Carril, con las almejas a la marinera como plato estrella. En Carril no puede faltar una visita a Loxe Mareiro, uno de los lugares en los que Galicia es más bella, más sabrosa y más auténtica.

Y terminamos en Vigo, en San Adrián, donde el restaurante Mauro ha ido creciendo hasta convertirse en santo y seña de la cocina viguesa, una buena centolla es el mejor final para un viaje apasionante por esos lugares de mi tierra que se han quedado en mi recuerdo y a los que siempre estoy deseando volver.