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Gastronomía

Desórdenes alimenticios a medida: ¿está sana la sociedad?

La desmesura de dietas para alcanzar la perfección se ha hecho normal, y cualquiera puede caer en las garras de una de estas tendencias

Las dietas anteriores al S. XX, incluso hasta la mitad de este siglo, en el entorno del Mediterráneo, se han caracterizado por su frugalidad, algo de lo que se habla poco, a pesar de su realidad. Se comía lo que había en el plato y no había lugar para el piscolabis, las colaciones o el picoteo (permítanme, en líneas generales). Así que cuando había celebración, la cantidad sí importaba.

A mediados del siglo pasado llegó el marketing, y con él la promoción de los nuevos productos que debían estar avalados por tendencias no sólo de consumo, sino de pensamiento, así que había que convencer a la mayor parte de personas por todos los medios posibles, lo que tuvo una repercusión importante en la agricultura y en la economía. Y en los años 60 en España empezó a dejar de comerse pan (engordaba, claro, y…) y se arrancaron olivos, porque la grasa era perjudicial. Bien. Comenzamos entonces a emprender un peligroso camino.

Después llegaron innumerables productos que nuestros abuelos no reconocerían como comida, embolsados en paquetes brillantes y prometedores; también la cocina fusión, y preparaciones, técnicas y alimentos exóticos, de innumerables procedencias. Por otro lado, también pasaron cosas estupendas, y comer mangos, aguacates, papayas… en aquella década era casi imposible, porque no existían canales de comercialización, aunque terminaron convirtiéndose en una imagen habitual y asequible en los supermercados normales.

Además, apareció la seguridad alimentaria en España, cuya responsabilidad es de los veterinarios especializados en este campo, y que es extraordinaria. Amén de problemas, el desarrollo alimentario ha aportado innumerables bondades, variedad y seguridad a la alimentación.

El progreso trae innumerables cuestiones muy positivas, pero también acarrea dificultades que es necesario denunciar y solucionar. Aquellas tendencias lentas que impulsaban a no consumir el pan ni el aceite de oliva, o las legumbres que nos había creado como sociedad culta, se dispararon, y fue entonces cuando la velocidad lo cambió todo.

Hoy, la tendencia de la tarde ya ha derrocado a la de la mañana del mismo día. No comer carne, comer carne pero artificial, consumir insectos, insectos en polvo, productos que incorporan proteína como si fuera a suceder el apocalipsis proteico. Mucho hablar de proteínas, pero ¡no las añadan! No será necesario esto si ponen a precio razonable las buenas carnes, los pescados frescos y los huevos. Y cada cosa a lo suyo en condiciones de salud y de normalidad.

Así que esta desmesura de dietas para alcanzar la perfección –atkins, proteica, sin pan, sin grasas o con muchas grasas…y seguro que la última se me escapa–, se ha hecho normal, y cualquiera puede ser barrido de un plumazo por el vendaval y caer en las garras de una de estas tendencias. Lo que crea una tremenda inquietud y cierto desorden mental ¿Estaré de verdad alimentándome correctamente? ¿Perjudicarán estos alimentos a mi salud? ¿Andaré escaso de proteína añadida?

La naturaleza nos ha dotado de una característica increíble, la adaptación. Somos maravillosamente omnívoros, podemos comer de todo aquello que no sea tóxico. De ahí deduzco, que la ingeniería alimentaria utilice esta capacidad para ofrecer cambios y más cambios que están alimentados por tendencias, cada una de ellas con una oferta de preparaciones diferente y sorprendente. Es la tentación excitante de la novedad, nada nuevo por cierto, que ya en Persia, o en Roma amaban literalmente las modas; es la cualidad humana.

Lo que a su vez significa que muchos, impulsados por esa novedad y el atractivo de la oferta, se ven literalmente arrollados, quizás por juventud, quizás por falta de conocimiento, quizás por falta de capacidad crítica, tan poco valorada en los últimos tiempos. Y sumergidos en un completo desorden que se manifiesta en la prohibición-exhortación, y que se contrapone con el equilibrio, con la sencillez y con la calidad de una dieta bien estructurada, coherente y suficiente ¡también sabrosa y saludable!

Al asomarse al lineal del supermercado, a las redes sociales o a cualquier oferta de alimentos, es posible observar este fenómeno. Quizás, como hacemos con el exceso de ruido, haya que cerrar, que cortar los vínculos con la manifestación de la «última moda», y que volver a comer platos tradicionales, en cantidades moderadas, fruta y verdura del tiempo y productos sencillos. Pan, legumbres y hortalizas, frutas, lácteos, carnes y pescados, vino y aceite de oliva virgen extra. Con frugalidad, sin excesos, sin sobresaltos y en buena compañía a ser posible.

Ante la embestida del morlaco hay burladeros, que son la tradición, la sensatez y el equilibrio. Pero no les prestamos atención porque son lo de siempre. Es como salir de casa en la primera juventud, maravillados por el mundo, y a la vuelta percibir que lo mejor de todo ya lo conocíamos, en casa.

Quizás es el momento de romper estas tendencias que nos utilizan como objetos de consumo. Para ello les propongo que dejen cocerse en su jugo a las modas, sin atenderlas, porque se evaporarán, que cocinen sin moderación, que coman con frugalidad y que disfruten del increíble patrimonio alimentario que tenemos en España.