El atolón de Bora Bora a prueba de los 'topless' de Britney Spears
¿Tienen las islas paradisiacas derecho al honor y a la propia imagen?
El acoso y derribo a esa imagen idílica de los paraísos remotos de arena blanca, palmeras infinitas y aguas color turquesa llegó hace unos años con los deplorables realities televisivos rodados en islas tropicales. La cultura trash ponía sus zarpas en el edén. Por si esto no fuera suficiente para socavar el mito, las redes sociales empezaron a llenarse de miles de fotos de pésimo gusto tomadas en esos rinconcitos lejanos de nombres evocadores que nos transmitían, con solo pronunciarlos, ese ideal de belleza y felicidad: Bora-Bora, Moorea, Praslin…
¿Tienen las islas paradisiacas derecho al honor y a la propia imagen? La siempre polémica Britney Spears ha conseguido que me plantee reivindicar este derecho o promover algún tipo de causa no ya para salvar ballenas jorobadas sino para que dejen de jorobar la imagen de los paraísos de las ballenas y de los happy few. La princesa del pop ha disfrutado este mes de su luna de miel en diversas islitas perdidas de Polinesia, entre otras, el legendario atolón Tetiaroa. Teriatoa fue nada menos que el rincón del mundo preferido por Marlon Brando, convertido hace unos años en uno de los super resort más admirados del mundo y en el que han recalado, más bien discretamente y por diferentes motivos, celebridades de todo pelaje: desde Leonardo di Caprio a Barack Obama pasando por Pippa Middelton. La cuñadísima, al igual que Spears, se dejó caer por allí con motivo de su luna de miel, demostrando su buen criterio a la hora de elegir destino para un viaje tan señalado del que no hay testimonio gráfico. Spears ha dejado constancia de su reciente paso por Tetiaroa en su cuenta de IG con unas imágenes dignas de un video veraniego de Leticia Sabater que, naturalmente, han cosechado más de un millón de likes. Y no hay que saber mucho de algoritmos para entender el juego: cuanto menos ropa, más likes. El post más aplaudido, naturalmente, es el vídeo en el que se debate entre el topless y bajarse ligeramente la parte de abajo de su bikini.
Tetiaroa está por encima de tanta horterada y esconde una historia maravillosa, mucho más interesante que los jueguecitos de la superestrella Spears y merece la pena recordarla. Fue otra superestrella estadounidense, Marlon Brando, quien se quedó prendado de este pequeño paraíso situado a 40 kilómetros de Tahití y que conoció mientras rodada allí en 1961, El Motín del Bonti, una película mediocre y ruinosa para las arcas de la MGM. En una de sus excursiones con los extras nativos en uno de los parones del rodaje, descubrió Tetiaroa.
Además de su belleza natural, su extraordinaria laguna interior y sus arrecifes de corales morados, Tetiaroa tenía su propia pequeña historia. Sus islotes habían servido de lugar de recreo y ceremonial para los cabecillas de las tribus locales, tradición que continuó con la dinastía Pomare, que utilizaba los motus para ocasiones especiales o a modo de retreat. En 1904, el último rey de Tahiti, Pomare V, regaló el atolón al Dr. Johnston Walter Williams, de origen canadiense y único dentista del país, en pago por sus deudas de atención bucal. Cuando Brando llegó a la isla residía en ella una descendiente directa del doctor, ya de cierta edad, con quien trabó amistad y a quien compró la isla en 1966, con la promesa de cuidarla y no talar ni un solo árbol.
Brando no solo cumplió su promesa, sino que ideó mil y un planes para su preciada posesión y usó su fama para invitar a la isla a eminencias como Steward Brand y Jacques Cousteau, que le asesoraron en algunas de las utopías ecologistas que, de forma bastante visionaria, pretendía llevar a cabo.
La idea de construir algún tipo de pequeño alojamiento turístico siempre rondó su mente y su hotel debía estar en consonancia con sus avanzadas ideas en materia de «sostenibilidad», aunque esa palabra por entonces no existía, naturalmente. Se reunió con arquitectos y promotores urbanísticos y llegó a hacer él mismo unas cabañas que sirvieran como germen de un cuidado proyecto bruscamente interrumpido por la sucesión de tragedias familiares en los años 80 que le alejaron de la isla y de sus sueños para siempre. Diez años después de su fallecimiento (parte de sus cecinas están allí enterradas), Tetiaroa debutó en el mundo de los viajes de alta gama como pequeño resort de ultralujo con el imbatible nombre de The Brando.
Obama se fue a escribir allí parte de sus memorias al poco tiempo de dejar la Casa Blanca en 2017, o al menos eso publicó en su día el Washington Post. Como es lógico pensar, no se hizo ningún selfie. Antes ya había estado Leonardo DiCaprio para coger ideas para su «eco resort» en Belize. Las credencias eco de The Brando son realmente impresionantes: autonomía energética total con energías limpias, huella de carbono cercana a cero, el aire acondicionado se genera gracias al agua del mar y posee una central eléctrica de biocombustible de aceite de coco. Y todo eso acompañado de un staff de 200 personas para 35 cabañitas para el disfrute de los happy few. Y si la estancia en el paraíso se le hacer corta, existe la posibilidad de adquirir alguna de las residencias privadas que en 2019 empezaron a ponerse a la venta en algunos de los islotes que rodean la laguna. Las casitas de las verdes praderas de la aldea global.
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En el libro autobiográfico Las canciones que mi madre me enseñó, Marlon Brando dedica tantos halagos hacia su querida isla de la Polinesia como desprecios hacia ese Hollywood que le dio la gloria y la posibilidad de descubrir y adquirir su paraíso azul. Un libro muy bien escrito (utilizó como «negro» al prestigioso periodista Robert Lindsay, el mismo que firmó las memorias de Ronald Reagan). Una manera interesante y bastante económica de adentrarse en la historia de un resort con precios aptos para pocos bolsillos. Para disfrutarlo in situ tendrá que coger unos cuantos aviones y gastar al menos 2.500 euros la noche. ¡Nadie dijo que el paraíso fuera una ganga! Si realiza el viaje entre agosto y octubre podrá disfrutar del inolvidable espectáculo de nadar e incluso bucear junto a las ballenas jorobadas que pasan junto a Tetiaroa en su migración por las aguas turquesas de los mares del Sur, felices e ignorantes de los usos de algunas criaturas que van a esos parajes y cosechan millones de likes de una forma tan poco original como poco elegante.