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Vista aérea de Mar-a-Lago, la mansión de Donald Trump en Palm Beach, FloridaGTRES

Corresponsal en el paraíso

Mar-A-Lago, la mansión salida del imperio de los cereales envasados

La muerte de Ivana Trump y el registro del FBI la han convertido en la residencia del verano. Una de las villas más fabulosas de Estados Unidos tiene una fascinante historia a sus espaldas

Mar-a-Lago sigue añadiendo capítulos a una historia digna de una serie de Netflix. El fallecimiento de Ivana Trump, muy unida a este super exclusivo enclave de Palm Beach, en el que celebró sus dos matrimonios, la colocó en la primera línea de la actualidad hace un par de semanas. La mansión vuelve de nuevo a las primeras páginas de la prensa internacional a raíz del controvertido registro del FBI llevado a cabo esta semana. Demasiada presión mediática para los tranquilos y acaudalados habitantes de Palm Beach, uno de esos paraísos de Estados Unidos donde hace buen tiempo casi todo el año y huele a old money. Palm Beach es la localidad de todo el país que más dinero per cápita dona a organizaciones de caridad. La organización de eventos benéficos, además del golf, es el deporte más practicado en esos lares.

Fue precisamente una de las grandes filántropas de Estados Unidos, y una de las mujeres más ricas del mundo, Marjorie Merriweather Post, fundadora del gigante General Foods, quien mandó construir la mansión Mar-A-Lago en 1923, en ocho hectáreas situadas entre el océano y el lago Worth, de donde deriva su nombre. Y lo curioso de esta historia es que a su muerte, la empresaria quería que su espléndida mansión se convirtiera en residencia estival de los presidentes de Estados Unidos y lugar donde recibieran a dignatarios extranjeros. La riquísima heredera del imperio Postum Cereal Company no escatimó en gastos para hacer de Mar-a-Lago una de las mansiones más fabulosas del país. Se trajeron desde Italia toneladas del mejor mármol, de una vieja casa cubana más de 20.000 tejas de barro cocido. De España se importó una valiosa colección de unos 36.000 azulejos antiguos, principalmente de los siglos XV y XVI. De Holanda llegaron tapices de la escuela flamenca. El techo de uno de los salones es copia del de la Academia de Venecia. Dos arquitectos de renombre, uno europeo y otro americano, trabajaron en un proyecto un tanto ecléctico, de estilo hispano árabe en algunos aspectos y de estilo misión, en otros, inspirado en las edificaciones que los franciscanos levantaron en California, muy común en las mansiones de Hollywood. La casa tiene un torreón de casi 30 metros de altura, una biblioteca llena de joyas que seguramente nadie ha leído nunca y se dice que el propio Walt Disney se encargó de decorar las habitaciones de las hijas de la propietaria.

El FBI ha registrado la mansión de Donald Trump en Palm BeachGTRES

Poco antes de morir en 1978, Post donó al Gobierno de Estados Unidos su residencia con la finalidad de que sirviera para el propósito antes señalado. Pero ni Nixon ni Carter se mostraron muy interesados en tan extraordinaria donación, así es que éste último decidió tomar alguna solución dado lo oneroso que resultaba para las arcas públicas semejante regalo. Un millón de euros al año en mantenimiento e impuestos para una residencia que nadie utilizaba impulsaron en 1981 su devolución a la Fundación Post.

Las tres hijas herederas, tampoco estaban dispuestas a gastar ni un centavo en una casa de 126 habitaciones, con piscinas, campo de golf y tan costosa de mantener, y decidieron ponerla a la venta. Es entonces cuando entra en escena Donald Trump, mucho antes de que se le pasara por la cabeza emprender carrera política, pero con sus garras de lobo de Wall Street ya bien afiladas. «Cuando me la enseñaron supe que sería para mi», escribió en sus memorias el expresidente de Estados Unidos en su libro de memorias Trump: The Art of Comeback, de 1995.

Melania Trump, a la derecha, posa junto a Fabiana Rosales de Guaidó, esposa del líder venezolano Juan GuaidóGTRES

Los pormenores de la transacción no tienen desperdicio. Trump, como señala él mismo en el citado libro, ofreció 25 millones de dólares por la residencia, pero a las herederas de la Señora Post esta cantidad no les pareció suficiente, aunque se trataba de uno de los precios que se habían barajado inicialmente. No dispuesto a subir su oferta, Trump sacó el tiburón que siempre ha llevado dentro. Adquirió por dos millones de dólares a los dueños del terreno que lindaba entre la propiedad y el océano, y que la Fundación Post había vendido poco antes por 350.000 dólares. Y pregonó a los cuatro vientos la futura construcción en él de un edificio que dejaría a la mejor casa de Florida sin vistas al océano. ¿Quién iba a querer comprar la maravillosa Mar-a-Lago por mucho que el propio Walt Disney hubiera dibujado animalitos en sus paredes, por muchos azulejos del siglo XV que tuviera? Su precio empezó a bajar estrepitosamente y las hermanas Post se vieron obligadas a venderla al magnate por ocho millones de dólares en 1985 en vez de por los 25 millones iniciales. Una jugada que se convirtió en la comidilla de las cenas benéficas de los mejores clubes privados de Palm Beach y conmocionó a todo el viejo establishment de Florida.

Pero los 90 no fueron buenos en los negocios ni siquiera para el astuto zorro Trump. La guerra del Golfo, la caída del turismo y una milmillonaria demanda de divorcio de su esposa Ivana por 2.000 millones de dólares, hacen mella en su imperio. Trump decide hacer negocio inmobiliario en la propiedad y lanza el proyecto Mansions at Mar-a-lago, que cuenta desde el principio con la total oposición de la conservadora comunidad de Palm Beach, contraria el «despiece» de una propiedad histórica y catalogada. Trump se ve obligado a cambiar de planes y se decanta finalmente por crear un exclusivo Club Social que le reporte beneficios. Mientras en una parte de la propiedad mantiene su residencia, la otra puede ser utilizada para hospedarse por los socios del Club y sus invitados. Decide también abrir espacios para eventos para no socios. Tal vez para dar ejemplo, celebra en uno de ellos, en 2005, su boda con Melania. La fiesta tuvo lugar en un salón inaugurado para la ocasión, de estilo Luis XIV y en cuya construcción se gastó siete millones de dólares.

La comercialización de estos espacios y los ingresos generados por los socios suponen unos ingresos, según The Washington Post, de más de 15 millones de dólares al año. 500 socios con una cuota de entrada de 200.000 dólares y 14.000 dólares de cuota anual. Y una curiosa peculiaridad: los socios tienen que gastar unos 2.000 euros al año mínimo en sus bares y restaurantes. Las candidaturas pasan por un exclusivo comité de selección que se fija casi exclusivamente en un dato fundamental: el dinero de sus aspirantes.

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Hoy aconsejo, para empezar, un poco de historia que nunca viene mal. Por los muchos vínculos que Florida tiene con España, no está de más que si planea un viaje a Orlando o a Miami, por ejemplo, se de una vuelta por San Agustín, la ciudad más antigua de Estados Unidos, fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés, militar y marino español. Y de un pionero a otro. Si su destino en Miami incluye la glamurosa Palm Beach, no deje de ir al museo Henry Morrison Flagler. No solo es una de las mansiones más hermosas de la localidad, en ella encontrará todas las claves para entender el desarrollo turístico de Florida, capitaneado por Flagler a finales del siglo XIX. Si no tiene acceso al Club de Mar-a-Lago, no se preocupe. Hay muchos sitios con más pedigrí, como el célebre The Breakers, uno de los hoteles creados por el propio Flagler, o dese una vuelta por la famosa Worth Aveneu. Eso sí, en este caso no olvide la Visa Oro. Seguramente aquí sí que encontrará algún miembro del club fundado por el 45 presidente de Estados Unidos.