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Nantucket y Don Juan Carlos

Nantucket, la isla que da nombre a los pantalones rojos que llevó Don Juan Carlos

En la exclusiva isla de Massachusetts se cruzan las vidas del capitán Ahab y de la jet set neoyorkina. Es también origen de una famosa prenda, la que lució el Rey en su pasada visita a Sanxenxo

Uno de los detalles de la indumentaria que Don Juan Carlos I lució en su visita a Sanxenxo el pasado mes de mayo no resultó inadvertida a los ojos de algunos observadores sagaces. Sus pantalones rojos. Sus pantalones «rojo Nantucket», para ser precisos. En la lengua vernácula de los nativos americanos Wampanoag, los primeros pobladores de esta pequeña isla de la Costa Este de Estados Unidos, Nantucket significa tierra lejana. Y así la bautizaron. La pequeña isla que da nombre a ese rojo que tiende a asalmonado, conocida prenda de la «gente bien» en determinados enclaves veraniegos, se encuentra en realidad a tan solo 50 kilómetros al sur de Cape Cod. Pero, en las pequeñas canoas de los Wampanoag, debía de ser una distancia casi sideral. Tal vez la misma sensación que experimente hoy en día Don Juan Carlos respecto a la distancia de las costas gallegas. Tierras lejanas. Unos pantalones con un guiño seguramente tan involuntario como revelador.

La distancia entre Nantucket y Nueva York se puede recorrer desde hace décadas en avión. El pequeño aeropuerto de la isla se llena de jets privados los fines de semana en cuanto las frías temperaturas del invierno de Manhattan van quedando atrás. En esta época del año, está especialmente concurrido. Pero es mucho más agradable tomar el ferry que cubre en algo más de dos horas el trayecto desde el puerto de Hyannis y disfrutar así del inolvidable espectáculo de contemplar en cubierta cómo se alejan las mansiones patricias que pueblan la costa de Massachusetts. La del clan Kennedy, entre otras. Conforme uno se aleja de los escenarios de aquel Camelot que se fue para no volver jamás, se adentra en estas aguas profundas e inquietantes de Moby Dick que describiera Herman Melville de modo tan fascinante. Cuando transcurre la acción, a mediados del siglo XIX, la isla alcanzó su cénit como principal puerto ballenero del mundo. Hasta ciento cincuenta balleneros como el Pequod, el barco que persiguió al cetáceo más famoso del mundo al mando del capitán Ahab, estaban atracados en su puerto. Aventureros procedentes de todos los rincones del planeta recorrían sus muelles para enrolarse en cualquiera de ellos en busca de esa fortuna asociada al gigante de los océanos.

Apenas unas cuantas familias viven hoy día de la pesca en Nantucket, principalmente de las vieiras (no tan sabrosas como las de Sanxenxo, naturalmente) pero es vistoso verles entrar y salir del puerto en sus pequeñas embarcaciones que contrastan con los numerosos y lujosos barcos de recreo que entran y salen. El verdadero esplendor de la industria ballenera queda reflejado en la singular arquitectura de la isla, uno de los enclaves de Estados Unidos con mayor número de edificios de la época colonial. La mayoría de las casas y hoteles son antiguas construcciones de madera que pertenecieron a marineros y armadores enriquecidos con los cachalotes, deseosos de mostrar su nuevo estatus, convertidas hoy en cotizadas residencias de verano en un país donde es difícil presumir de tener una vivienda con 300 años de antigüedad. Hay edificaciones del siglo XVII que se conservan prácticamente intactas. Con el paso del tiempo, el viento impregnado de agua y sal, la madera clara se ha vuelto oscura, grisácea, y es una señal distintiva de su solera. La isla es conocida por este motivo con el sobrenombre de la dama gris, The Grey Lady. Esta misma semana el Financial Times se hacía eco de las últimas transacciones inmobiliarias en la pequeña isla, que baten récords en Estados Unidos. Los pequeños cottages de Old North Wharf, antiguas casitas de pescadores con embarcadero propio, se han convertido en auténticos bienes trofeo. Pequeñas viviendas de 32 m2 alcanzan siderales cifras de varios millones de dólares. ¿A quién tendrán por vecinos? A viejos miembros de las familias waps y también a nuevas fortunas del boom de las «dotcom». Como a Eric Schmidt, exdirector ejecutivo de Google y uno de los hombres claves de la sociedad digital. El presidente Biden pasó el día de Acción de Gracias en la isla, en la mansión de su íntimo amigo David Rubenstein, uno de fundadores del poderosísimo grupo de inversión Carlyle.

Isla de Nantucket

Si el campo era para Ramón Gómez de la Serna ese lugar donde los pollos se pasean crudos, Nantucket es ese lugar donde los peces gordos se pasean en bicicleta. Por muy bien situado que esté en la lista Forbes, la bicicleta es el vehículo oficial de una isla que no tiene semáforos y que transmite una gran sensación de tranquilidad y seguridad para las vacaciones estivales de las familias acomodadas de la costa este. Misma extensión que Manhattan y en sus antípodas. Las pistas para bicicletas llegan a casi todas las playas. La isla goza de 110 kilómetros de playas de arena blanca y aspecto semisalvaje, especialmente las situadas en los extremos oriental y occidental, donde es casi imposible encontrar ni siquiera un chiringuito y se acrecienta la sensación de aislamiento, uno de los encantos indiscutibles de la isla. La etiqueta en el vestir es informal y los verdaderamente insiders lucen pantalones o bermudas rojo Nantucket, los llamados Nantucket Reds, una prenda que al principio fue una especie de código secreto para distinguir a los habituales «pata negra» de los simplemente advenedizos en la isla. Los pantalones dan muestra de que quien los lleva concede importancia a la tradición, tiene cierta aversión a las modas y tendencias pasajeras y aporta cierto toque de distinción. Todo muy Nantucket.

Vicky recomienda

Nantucket Resort Collection posee seis mansiones históricas que alquila en distintos puntos de la isla, sin lugar a dudas, la opción más cercana a sentirse por unos días propietario de un rinconcito de esa isla de la jet set discreta. The Wauwinet es considerado el hotel más elegante de la isla, con dos playas privadas e integrado en la asociación Relais&Chateaux. The White Elephant es el más icónico. Abrió sus puertas en 1920 junto al puerto, donde más de un cliente deja amarrada su embarcación y ofrece la ventaja de poder ir paseando al centro de la ciudad. El plan B es, naturalmente, comprarse unas bermudas o unos pantalones del famoso rojo que tira a asalmonado en Murrya’s Toggery Shop, que pasa por haber hecho los primeros pantalones rojos de la isla. Estamos de suerte, porque realiza envíos a España. Y como última recomendación, para las féminas en este caso, es ver la película Con canas y a la loco (Mack & Rita, en inglés) en la que triunfa una nueva estética inspirada en las estilosas abuelitas de Nantucket y otros enclaves costeros «pijos» norteamericanos (coastal-gramma). Este estilo no es otro que pantalones de lino blanco roto, armarios con jerséis de 15 tonos de beige. El estilo triunfa entre las influs que también se apuntan al cottagecore, una nueva idealización de la vida rural que recuerda a La casa de la pradera. ¡Parece que no todo el mundo quiere vestir como una motomami ni vivir en una casa en una torre de Singapur diseñada por Norman Foster!