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St Barth

St Barth, la isla VIP en la que han echado raíces desde los Rockefeller hasta los Middleton

Todo listo en St Barth para recibir a la jet bajo el sol de invierno más chic

El islote caribeño al que Colón rebautizó con el nombre de su hermano Bartolomé hace más de 500 años tiene un je ne se quoi capaz de cautivar a ese uno por ciento de viajeros, los ricos entre los ricos, que todos los paraísos con vocación de exclusividad se disputan. Cada vez son más y cada vez tienen más dinero. Y por mucho que gasten -léase Elon Musk tras la adquisición de Twitter- no dejan de ser ultra millonarios. Y con independiente del origen de su fortuna, tarde o temprano, recalarán en esta isla caribeña que ya se prepara para la temporada alta. Conforme bajan las temperaturas en Nueva York y en Paris, la isla francesa de Saint Barth hace recuento de botellas de Château d'Yquem, sus mejores hoteles comunican sus fantásticas novedades, como nuevos spas o flamantes colaboraciones con super chefs, y un pequeño ejército de asistentes y personal de servicio empieza a tomar posiciones para preparar villas, arreglar jardines, acondicionar veleros... The show must go on. Con tan solo 28 km2, la isla por excelencia de la geografía para sibaritas tiene unas 500 villas en alquiler y unos 25 pequeños y coquetos hoteles de superlujo. Prácticamente todos han colgado ya el cartel de completo para Navidades, y no importan que sus precios lleguen a alcanzar los 3.000 euros la noche.

La isla tiene una fascinante historia a sus espaldas, además de un número inusitado de tiendas dignas de la Avenue Montaigne en esas callejuelas como de pueblecito bien cuidado. Colón la ganó para la Corona de España, luego pasó a manos francesas, fue colonia sueca durante aproximadamente cien años (de ahí los nombres de las calles en Gustavia, la capital, y el de la propia ciudad principal) y posteriormente revirtió de nuevo a Francia, lo que le confiere ese aire chic tan del gusto de sus habituales y muy adinerados visitantes, estadounidenses y rusos en gran parte. St Barth parece estar por encima o al margen de guerras, pandemias, escándalos financieros y desastres naturales. El huracán Irma la dejó prácticamente fuera de juego en 2017, lo que obligó a algunos de sus mejores hoteles y villas a cierres de casi dos años y costosísimas reconstrucciones; y cuando se recuperaba, llegó la Covid. Pero nada puede con la isla inaudita, la isla más exclusiva, deseada, chic, cara y sofisticada del mundo que brilla más que nunca. Y la más francesa a pesar de estar a 6.700 kilómetros de París.

Villa Eden Rock, en St BarthsJEANNE LE MENN

Por proximidad, son los norteamericanos quienes más disfrutan de este destino en el que conviven buscando el sol de invierno los franceses llegados de la Avenue Foch con los patricios yanquis de Park Avenue, que aportan ese desenfado de los millonarios que usan bermudas «rojo Nantucket» y prefieren este retiro al más vulgar Miami cuando ya lo tienen todo. Parecen seguir la recomendación que Oliver Stone formula a Gordon Gekko, el tiburón de Wall Street, sobre qué hacer cuando uno alcanza la cima: «Golf, inviernos en St Barth y filantropía».

En la isla uno encuentra ricos, jugadores de golf y filántropos. Y, sin duda, un elevado número de personas que cumplen esta peculiar versión de la santísima trinidad de los tiempos que corren, de esta segunda «gilded age» que se cocina al lucrativo fuego de la revolución digital. Uno de ellos es Bernard Arnault, el D’Artagnan del lujo, enamorado de la isla hasta tal punto que, se cuenta por aquí, tras su enésima estancia en el mítico hotel Isle de France en 2016 no se conformó con pagar la abultada cuenta de la mejor suite. Simplemente puso un cheque en blanco y dijo: “Me lo quedo", un poco al estilo de Crazy Rich Asian, para entendernos, pero con un poco más de glamur y más conocimiento de las mejores añadas del Château d'Yquem. Que, por cierto, es suyo.

St Barths

Un capítulo interesante de la isla, y no muy conocido, es tratar de saber quién tiene qué en este terreno de juego superferolítico que hace unos 60 años ni siquiera tenía luz eléctrica. Román Abramóvich adquirió hace unos años la antigua residencia de David Rockefeller, el hombre que descubrió la isla a la jet set en los años 50. Las fiestas de fin de año del dueño del Chelsea son memorables. O por lo menos lo eran. Ocurra lo que ocurra en Kiev o en el Kremlin, la isla se sigue llenando de celebrities y superyates en su villas o en sus super hoteles, entre los que destacan las propiedades de Oetker, Rosewood y Cheval Blanc. La curiosa historia de la compra de éste último no fue el dinero que pagó por él Arnault, sino a quién le dio el cheque en blanco. Y no era otro que el padre Charlie Vere, una fusión de vicario y bont vivant única en el mundo. Sí, el dueño del mejor hotel de la playa más chic de Francia, los domingos oficiaba en la Iglesia Anglicana de St. Barth. El propietario de LVMH le dio tal cantidad de millones por su hotelito, que como el pastor seguía con gusanillo hotelero, decidió hacerse con otro clásico, Le Toiny, que arregló de arriba abajo y hoy es otro de los «must» con el cartel de completo. El otro hotel con más prestigio y pedigrí de la isla, el Eden Rock, es propiedad de los suegros de Pipa Middleton y es operado por la lujosa Oetker Collection, dueña del imperio salido de los preparados para repostería casera. Esta es la razón de las frecuentes estancias de los ahora Príncipes de Gales por esos lares, aunque, naturalmente no suele trascender. La última gran marca en debutar ha sido Rosewood, que opera en Madrid el Villa Magna, y que hace un año tomó el control de otro de los clásicos de la isla, Le Guanahani y acaba de fichar al chef Cedrik Ollivault para la nueva temporada. Oetker, por su parte, ha establecido una colaboración con el Dr Pierre-Michel Havet, especialista en rejuvenecimiento para su flamante spa. Ya no basta con volver de St Barths más monera y relajada, como en tiempos de Rockefeller, ahora también hay que regresar más joven.

St. Barths

Para ver caras y cuerpos en forma se recomienda un garbeo por el animado Nikki Beach o por los restaurantes y terrazas de los hoteles mencionados. Pero el verdadero place to be es Le Select, el bar más antiguo y curioso de St Barth, repleto de fotos dedicadas de la familia real sueca y viejos pósters de Estocolmo. Su dueño, Marius Stackelborough, fallecido durante la pandemia con 96 años es una figura mítica. Como mítica es su espectacular y terriblemente corta pista de aterrizaje o sus playas como Colombier, Flamands o del Gouverneur a las que se accede con los prohibitivos taxis o en el coche de alquiler que se impone: el Mini Cooper Cabrio. ¡Ay, St Barth! Te odiamos, te queremos, y, en el fondo, nos fascinas con tu je ne se quoi y tus historias inverosímiles.