Fundado en 1910

Entrada del hotel La MamouniaAlan Keohane

Las noches de Churchill en La Mamounia y su pasión marroquí

El político inglés se alojó en el hotel de Marrakech en numerosas y largas estancias entre los años 30 y 50 e hizo de él su estudio de pintura preferido

Más allá de las estrellas que atesora y de las que le han declarado amor eterno, más allá de las sedas y brocados de sus suites, del afamado nombre de sus diseñadores y chefs, más allá de los secretos que esconden esas paredes ricamente decoradas con marquetería y zelliges, el legendario hotel La Mamounia tiene un arma imbatible: nos hace soñar. En ese olimpo de lugares que anhelamos conocer o volver a disfrutar y que son sinónimo de felicidad se encuentra, sin ninguna duda, la gran dama de Marrakech. Un hotel legendario que este año cumple su primer siglo de vida y lo hace comme il faut: rodeado del halo mágico de esos lugares que saben guardar sus secretos y alimentan sus leyendas.

La Mamounia cumple cien años de vida y su gran mérito es que sopla las velas estando a la altura de las exigencias del viajero sibarita que espera encontrar todas las comodidades y servicios de un gran hotel del siglo XXI y sin abandonar ese tiempo donde no hay calendarios ni relojes, ese tiempo donde echan raíces y despliegan las alas los mitos que alimentan nuestros sueños. Y como casi todos los mitos, este tiene un origen que merece la pena recordar. Su historia empieza en el siglo XVIII en forma de espléndido regalo nupcial digno de las mil y una noches. El regalo que el sultán Sidi Mohammed Ben Abdellah concibió para su cuarto hijo, el Príncipe Mamoun, de quien el hotel toma el nombre. Un edén de ocho hectáreas de naranjos, olivos, fuentes, senderos, protegido por las murallas de la ciudad vieja que rodean Marrakech, edificadas en el siglo XII, en plena época almorávide. Se dice que el príncipe solía dar en él fiestas extraordinarias. No hay que hacer demasiado esfuerzo para imaginarlas cuando uno pasea por estos jardines y oye los pájaros, el agua, la brisa, la llamada del muyahidin desde la cercana Koutoubia, las cuerdas del loutar. Si se afina el oído, se escuchan hasta los susurros de los secretos enterrados en este jardín y que jamás verán la luz. Y si se afina mucho más, se percibe el canto de las sirenas que dejaron aquí sus escamas de plata para que recubrieran con ellas el suelo y las paredes de una de las piscinas más especiales del mundo.

La idea de construir en este privilegiado espacio próximo a la Medina un gran hotel germinó alrededor de 1920, cuando Marruecos se encontraba bajo protectorado francés. De su edificación, iniciada en 1923, se encargaron los arquitectos Antoine Marchisio y Henri Prost. Entonces era un establecimiento mucho menos lujoso que el actual, de tan solo cincuenta habitaciones, pero siempre con esa mezcla francesa y marroquí que siempre le ha caracterizado. De esa época conserva la estructura principal, sus elementos del estilo art decó –de moda en la época– y el soberbio techo encargado al pintor galo Jaques Majorelle, afincado en la ciudad imperial, artífice de los célebres jardines que llevan su nombre.

Churchill Suite, en La MamouniaAlan Keohane

Por entonces eran pocos los viajeros los que se aventuraban por esos lares: era viajes fatigosos y muy costosos reservados para los pioneros. Uno de ellos se convertiría luego en su mejor embajador: Winston Churchill. El político inglés se alojó en él en numerosas y largas estancias entre los años 30 y 50 e hizo de él su estudio de pintura preferido. Desde la reforma de 2009, el hotel cuenta con una suite dedicada al político y militar, con una réplica de la famosa estatua que hay frente a Westminster, fotografías de sus viajes por Marruecos y algunas copias de sus pinturas.

Pintor aficionado y muy prolijo, enamorado de la luz de Marruecos y de las montañas del Atlas, y especialmente de los jardines de La Mamounia, Churchill los pintó en muchas ocasiones, especialmente desde la terraza de su suite. Los cuadros no los vendía, los regalaba a amigos y conocidos. El más famoso de todos ellos, el único que pintó durante la segunda guerra mundial, tiene una historia curiosa. Lo pintó para Franklin Delano Roosevelt, al que Churchill animó a que conociera Marrakech tras asistir ambos a la conferencia de Casablanca de 1943. La torre de la mezquita Kutubía se lo ofreció como regalo de cumpleaños y el mandatario americano siempre lo conservó. Fue su hijo Elliot el que lo vendió a su muerte y pasó por varias manos hasta que, en 2011, Brad Pitt lo adquirió para regalárselo a su pareja, Angelina Jolie, en recuerdo de algunas escapadas románticas que hicieron juntos a Marruecos, naturalmente a La Mamounia, que cuenta con dos riads en el jardín que garantizan la total privacidad de sus clientes más VIP. Tras su ruptura de la pareja, la actriz lo puso a la venta y fue subastado hace algo menos de dos años por Christie's alcanzando un asombroso record de 9,5 millones de euros.

Churchill no fue el único que sintió un impulso creador en tan bellos escenarios. Otro ilustre británico, Alfred Hitchcock encontró en estos jardines la inspiración para una de sus películas más célebres, Los pájaros. Y eligió el hotel para rodar algunas escenas de El hombre que sabía demasiado. Otro británico no menos archiconocido, Paul McCartney, junto con su esposa Linda, le dedicó una canción, Mamunia en 1973, tras la estancia de la pareja en el hotel.

Suite Majorelle de La Mamounia, en MarrakechAlan Keohane

Yves Saint Laurent y su entonces pareja sentimental y eterno pilar, Pierre Bergé, llegaron a La Mamounia un día de febrero de unos años antes, 1966. Llovía, llovió a lo largo de seis días y sus noches, para desesperación de una pareja que buscaba ese sol de esos inviernos parisinos tan fríos y apagados de los que huían. El diseñador y su Pigmalión consideraron la idea de regresar a Francia antes de previsto. Pero como dejó escrito Bergé, el último día se obró el milagro. «Por la mañana nos despertamos y el sol brillaba (…). Aquella mañana nunca la olvidaremos porque, en cierto modo, decidió nuestro destino». Nunca quizá, un rayo de sol, influyó tanto en la historia de la moda.

Como entonces, el buen clima, la luz, el exotismo, siguen siendo poderosos ingredientes para atraer a Marrakech, especialmente en esta época del año, a los numerosos europeos que siguen soñando con un hotel que ha sabido mantener su extraordinaria identidad y capacidad de seducción incluso con sus numerosas reformas. La más importante tuvo lugar entre 2006 y 2009, que implicó el cierre del hotel durante tres años para una renovación en profundidad orquestada por Jaques García. Se redecoraron todas las habitaciones del hotel de forma espléndida, se añadió el magnífico spa, entre otros. Justo durante la pandemia, y para mostrar su mejor cara en su centenario, el hotel realizó su última puesta a punto con unos fabulosos añadidos.

Los jardines de La MamouniaAlan Keohane

El más singular es sin duda L'Oenothèque. Escondido bajo ese jardín de secretos, junto a la piscina, se encuentra ahora la mejor enoteca de toda África, con 2.000 botellas excepcionales y un espacio elegantísimo firmado por el talentoso dúo Patrick Jouin y Sanjit Manku, que aportan una nota más contemporánea a la renovación de los dos nuevos espacios gastronómicos, el italiano y el asiático, asesorados por el estrellado chef Jean-Georges Vongerichten. Jouin y Manky firman también la flamante y coqueta sala de cine, la primera en la larga historia del hotel. Pierre Hermé, uno de los pasteleros más célebres del mundo, cuenta ahora con dos espacios, uno en el interior del edificio principal y otro al fondo del jardín, junto al pequeño huerto que suele pasar desapercibido y que merece la pena visitar. Y la última novedad lleva el nombre, cómo no, del inolvidable primer ministro inglés.

Churchill Bar & Cinema,Alan Keohane

El legendario bar Le Churchill cobra ahora la estética de un antiguo vagón de tren de lujo (un guiño a la Compañía de Ferrocarriles de Marrueco, impulsora de la construcción del hotel y propietaria durante largas décadas) y se consagra ahora como bar de champán y ostras. Y por terminar con una famosa frase de Churchill que viene muy al caso. «Recuerden caballeros, no es sólo por Francia por lo que luchamos, ¡es por Champagne!».