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Isla de Santa Elena

Isla de Santa ElenaDES JACOBS

Escapada veraniega a la remota isla donde murió Napoleón

La Isla de Santa Elena, descubierta por un marino gallego en el siglo XVI, se abre al mundo del turismo con la baza de su pasado, sus extraordinarios paisajes y su espléndido aislamiento

Un verano lejos de todo y de todos. Un verano en un destino tan apartado del mundanal ruido, aislado en medio del Atlántico Sur, que durante siglos sirvió como una de las prisiones más seguras y aisladas del mundo. Su más ilustre habitante, Napoleón, situó a la pequeña isla de Santa Elena en los libros de historia, pero fue un marino gallego, Juan da Noa, navegante al servicio del Reino de Portugal, quien la descubrió en 1502 durante un viaje de regreso a la India y le dio nombre en honor de Elena de Constantinopla. Santa Elena, isla mítica, hogar de proscritos ilustres, aislada en medio del Atlántico, situada entre las costas namibias y brasileñas, a 1.800 kilómetros de la plataforma continental, se abre poco a poco al mundo del turismo en tiempos donde algunos viajeros encuentran como principal motivo para planificar sus vacaciones la elección de un destino en las antípodas turísticas de lugares tan masificados como Venecia o Barcelona.

Isla de Santa Elena

Isla de Santa Elena

Con una orografía de grandes acantilados que recuerda a Madeira, un clima templado durante todo el año, aunque ventoso, la isla es una de las colonias más antiguas del Reino Unido, la segunda, después de Bermudas. Los portugueses mantuvieron su posición geográfica en secreto: durante décadas no apareció en ningún mapa. Los primeros ingleses llegaron a mediados del siglo XVI, en sus viajes alrededor del mundo, pero continuó deshabitada hasta la llegada de los colonos neerlandeses en 1645. Seis años más tarde, la isla fue transferida a la Compañía Británica de las Indias Orientales, que estableció un destacamento en la isla y construyó un fuerte llamado Jamestown, en honor de Jacobo II, nombre que sigue llevando la pequeña capital de Santa Elena. En esa época, alrededor de la mitad de los habitantes eran esclavos, muchos de ellos chinos de Cantón y era una escala fundamental en los viajes comerciales a Oriente, llegando a registrar la llegada de hasta 500 buques al mes. Su abundante vegetación y disponer de agua dulce la convertían en un punto estratégico no solo para las rutas de los comerciantes. El naturalista Charles Darwin, el explorador James Cook y el astrónomo Edmond Halley se alojaron en la isla. Pero su destino cambió radicalmente en 1869, con la construcción del Canal de Suez, una infraestructura fundamental en la historia de la navegación y que evitó en lo sucesivo tener que bordear África para llegar hasta Oriente. El canal deja a la isla fuera de juego, si bien su aislamiento sigue siendo útil a los ingleses como remota isla prisión donde estuvo Napoleón Bonaparte desde 1815 hasta su muerte, en 1821; más tarde el general Piet Cronje y otros prisioneros de las guerras anglo-bóeres y fue también lugar de exilio de algunos jefes zulúes, como Dinizulu.

Su lugar en la historia es una parte importante de su atractivo, si bien su condición de isla prisión proyecta en el imaginario colectivo una imagen algo sombría que en cierto modo diluye sus espectaculares atractivos naturales. Y los tiene y muchos. Considerada en cierto modo las Galápagos del Atlántico Sur, San Elena destaca por su riquísima flora y fauna, por sus numerosas especies endémicas, sus bosques de helechos prehistóricos... Puede presumir además de acoger al animal terrestre más longevo de la Tierra, Jonathan, una tortuga gigante de Seychelles que llegó a la isla en 1882, cuando tenía alrededor de 50 años, en calidad de regalo para el entonces gobernador británico. Sus 190 años han visto pasar más de 30 gobernadores, han sido testigos de las muchas veces que zarpó de la isla el legendario RMS Santa Elena, uno de los últimos barcos correo real británico, y lo que sin duda es más importante, han contemplado la llegada de los primeros aviones comerciales.

Santa Elena

Santa ElenaDES JACOBS

El destino de la isla volvió a cambiar de nuevo en 2017, con la llegada del primer avión comercial. Un paso decisivo para el incipiente turismo que hasta entonces se tenía que conformar con llegar a la isla en el RMS Santa Elena, tras cinco días de navegación desde Sudáfrica, un curioso barco mezcla de mercante y de pasajeros para aquellos que tenían tiempo suficiente de dedicar 10 días de navegación atlántica para llegar y salir de la isla desde Ciudad del Cabo. La construcción del aeropuerto, no exenta de ciertas polémicas y enormes dilaciones, pretendía cambiar la vida de la isla para siempre y abrirla al turismo. Pero la covid torció los planes de estos proyectos y la isla volvió a ser prácticamente inaccesible hasta octubre de 2022. Ahora afronta su primer verano de la normalidad, tras reanudarse los vuelos de la compañía aérea sudafricana Airlink. Algo menos de cinco horas desde Ciudad del Cabo o Johannesburgo, con frecuencia semanal. La conexión aérea facilita un tipo de turista distinto, más joven y con ganas de disfrutar de la isla de los confines de la tierra de una manera muy diferente y con ninguna intención de sufrir el aburrimiento del que tanto se quejaba el «aguilucho». Desde observar a las ballenas hasta nadar con tiburones ballena, hacer treking y senderismo entre helechos prehistóricos y acantilados, pescar, bucear y contemplar unos cielos extraordinarios dada la nula contaminación lumínica. Con tan solo 4.500 habitantes, hay cierto estilo de vida a la antigua, la gente se saluda por la calle y hay una curiosa y cordial mezcla de descendientes de esclavos, marinos, convictos, comerciantes, carceleros y funcionarios de la corona británica. Hasta 150 militares ingleses vigilaban a Napoleón. Ya se encargaba el gobernador británico de que el corso viera todos los días unos cuantos uniformes del ejército que le había vencido en Waterloo. Naturalmente, los dos lugares donde residió figuran entre los atractivos turísticos de la isla. Forma parte de territorio francés, 14 hectáreas que incluyen la Casa Longwood, comprada por Francia en 1857, el Pabellón Briars, donde vivió brevemente el Emperador, y el Valle de la Tumba, donde fue enterrado Napoleón y permaneció 19 años hasta que sus restos fueron trasladados a París. Resulta curioso ver las tres camas donde trataba de conciliar el sueño en Casa Longwood, entre el hastío que le generaba la isla y el dolor que le producía su maltrecho estómago.

Hotel Mantis

Hotel MantisDES JACOBS

Las posibilidades de alojamiento hoy en la isla para el visitante son considerablemente más cómodas de las que disfrutó Napoleón, quien por otra parte gozó de un exilio bastante lujoso, como puede observarse en los lugares que habitó, hoy convertidos en museos y con guías siempre dispuestos a contar anécdotas. La reciente apertura del primer hotel de lujo de la isla, el Hotel Mantis, es la mejor invitación a prolongar la estancia y explorar sus encantos naturales y esos pequeños poblados cercanos a la capital con nombres extraídos de las obras de Shakespeare. El hotel ocupa el cuartel original de la Compañía de las Indias Orientales, construido en 1774, y está situado en Jamestown, la minúscula capital. Dispone tan solo 30 habitaciones, ocho de ellas en el ala restaurada del histórico edificio. Las más recomendables, sin duda. Como recomendable resulta la lectura de «Memorial de Napoleón en Santa Elena», escrito en la propia isla por su Chamberlain, el Conde De Las Cases, mientras se saborea un café de variedad Bourbon, una mutación del café Arábica original, cultivado en la propia isla y que pasa por ser uno de los mejores del mundo.

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