Por qué Versalles brilla ahora más que en tiempos del Rey Sol
El símbolo de poder de Luis XIV vive nuevos días de gloria: será sede olímpica en París 2024, ha abierto un hotel único, luce una estrella Michelin y los genios de la moda desfilan en sus jardines
Los franceses, siempre sagaces, tienen una muy particular relación con la monarquía. Guillotinan o deportan a sus reyes y emperadores, pero exprimen como nadie los lujosos palacios y monumentos que éstos erigieron a su mayor gloria. Francia es inteligentemente contradictoria también a la hora de presentarse como eterna adalid de la libertad, igualdad y fraternidad en lugares enormemente exclusivos y ostentosos concebidos para unos pocos privilegiados. Todas estas paradojas las resuelven siempre de una manera encantadora, recurriendo al chic, la «grandeur» y eso que ellos llaman «el arte de vivir a la francesa», que no se sabe muy bien qué es pero por lo general implica agasajar tanto a las retinas como al paladar. Esta semana, los franceses han hecho gala de todo esto y han conjugado un verbo que manejan como nadie: impresionar. Y nada menos que en Versalles, dejando algunas fotos para la historia. Pero el momento de oro de los viejos dominios del rey sol no termina ahí. He aquí cinco razones del nuevo brillo de Versalles.
La grandeur al servicio de la política
Carlos III y Camilla fueron recibidos fuera del Palacio de Versalles por Macron y su esposa Brigitte el pasado miércoles. La cena de gala tuvo lugar en el impresionante Salón de los Espejos. Entre los invitados a la misma se encontraban desde leyendas del rock como Mick Jagger a celebridades del cine como Hugh Grant, hasta el hombre más rico del mundo, el zar del lujo, Bernard Arnault. El menú del banquete incluyó ave de corral de Bressse y «macaron» a la rosa, entre otras creaciones de la chef francesa Anne-Sophie Pic, quien dijo que se inspiró en los gustos del «Rey Sol», artífice de Versalles.
No es la primera vez que Francia recurre al Palacio de Versalles para agasajar a sus invitados más ilustres. De hecho, Emmanuel Macron retomó una costumbre que había caído en desuso recibiendo en 2017 al presidente ruso Vladimir Putin. Tampoco es la primera vez que Francia juega la baza versallesca con los difícilmente impresionables Windsor. En 1855, el emperador Napoleón III organizó un baile con 1.200 invitados en Versalles para la visita de la reina Victoria, el primer viaje a París de un monarca británico en 400 años. La diplomacia del oro, los espejos y los macarons.
Sede olímpica
Gane quien gane en el medallero olímpico, parece un hecho casi secundario para Francia. Porque quien se subirá en todos los casos al pódium, será la grandeur. París va a utilizar de manera muy inteligente su condición de sede de los Juegos de la XXXIII Olimpiada para apuntalar incluso más su condición de gran metrópolis global. ¿Nombre de esta prueba? Impresionar. Y sabe que, un siglo después de acoger por última vez los juegos, su gran baza no está en construir edificios superferolíticos al alcance de ciudades sin pedigrí y enormes recursos, como Singapur, Dubai o Doha. Ellos ganan la partida mirando al pasado, a su legado, a su historia plagada de monumentalidad.
Por primera vez, la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos no tendrá lugar en un estadio. El 26 de julio de 2024, miles de atletas desfilarán en barcos en el Sena, frente a más de medio millón de espectadores congregados en la ciudad y cientos de millones frente a sus pantallas. Un escaparate como no tendrán otro para mostrar los encantos de la ciudad a la aldea global. Numerosas pruebas se han dispuesto junto a edificios históricos precisamente con ese motivo. Y aquí es donde entra en juego Versalles. Los soberbios jardines del palacio acogerán todas las pruebas hípicas y también el pentatlón moderno. Con las gradas frente al imponente palacio. Promete.
Capital de la moda
No solo las autoridades políticas del país recurren al marco incomparable versallesco. Imposible olvidar el último desfile del talentoso y transgresor Simon Porte Jacquemus, diseñador y fundador de la marca de moda Jacquemus. Le costó tres meses conseguir que Versalles accediera a su petición, y aunque Dior ya había desfilado en el recinto, Jacquemus no es aún un peso pesado del establishment y su propuesta tuvo un rotundo no, quizá porque podía dañar la imagen de una de las vacas sagradas del patrimonio histórico francés. Al final, fueron audaces y todos salieron ganando. El desfile de hace unos meses ha dejado estampas no solo para la historia de la moda. Versalles, versátil; versátil Versalles.
Con un front row de lujo aposentado en barquitas en el Gran Canal de Versalles, con parejas como los Beckham contemplando la escena. El Palacio se quitó unos 150 años de encima con esta extraordinaria puesta en escena. En el siglo XVIII, cuando Europa hablaba francés, era Versalles quien dictaba modas y modos, creaba tendencias, imponía estilos. Luego cayó y se convirtió, en palabras de Proust, en ese «nombre de renombre oxidado y dulce». No tan oxidado, señor Proust.
El hotel más exclusivo
Cuatro siglos después de su construcción, el Château conserva un extraordinario capacidad para la ensoñación. Versalles, mito y realidad de 1001 ventanas, de 1001 historias, 1001 vidas capaz de sobrevivir a todo y ofrecer nuevos motivos para soñar y para hacer uso de la Visa oro. Desde hace un par de años, además de visitar el palacio y los jardines, existe la posibilidad de dormir en el recinto gracias a la apertura del exclusivo hotel Le Grand Contrôle. Tan solo 15 habitaciones y una experiencia sin duda única. Parte del personal va vestido como lo hacía el servicio en el siglo XVIII, con levitas y chalecos brocados, pantalones hasta la rodilla y medidas blancas. Todo orquestado para vivir un viaje en el tiempo que nos lleva a la época de María Antonieta, es el llamado «turismo inmersivo». Casas como Sevres o Pierre Frey han reproducido vajillas y telas exactas a las de Versalles en esa época. El sueño del Hotel Grand Contrôle comenzó en 2008, cuando el Ministerio de Defensa francés dejó libre un pequeño palacete junto a la Orangerie que utilizaba como club de oficiales. Un pasadizo conduce hasta palacio y una verja de su jardín da acceso directo a La Orangerie. Voilá el lujo francés del siglo XXI en materia de viajes, que no es otro que mirar a su espléndido pasado, devolverlo con todo su esplendor a la vida y ofrecérselo en bandeja de plata a las nuevas elites globales deseosas de disfrutar de experiencias tan exclusivas sin preguntar el precio.
¿Y quién ha pagado por esta remodelación costosísima mientras el Estado conserva la propiedad? Courbit, entre las 100 mayores fortunas de Francia que hace poco se ha hecho con la célebre firma Ladurée, acreditada como la creadora de los famosos macarons. Más allá del formidable servicio y mobiliario, de la posibilidad de darse un baño viendo el palacio, su verdadera arma secreta se resume en una palabra: acceso. Los huéspedes del hotel pueden acceder al palacio cuando este ha cerrado sus puertas al público. Sí, el salón de los espejos para uno solito o a lo sumo 30 personas. Mejor incluso que verlo con Carlos y Camila.
Destino gastronómico
En la aldea global, Versalles no es solo una parte de Patrimonio Mundial de la Unesco, ni una parte de la historia universal. Versalles es una marca en este planeta de logos. La grandeur se convierte en «comodity», el nuevo filón. El primero en ver las grandes posibilidades como marca de Versalles fue el prestigioso chef francés Alain Ducasse. Cuando estaba en su célebre restaurante del Hotel Plaza Athene, de París, ya se podía leer en su carta que las hortalizas y vegetales utilizados por el chef Ducasse se cultivaban en el Palacio de Versalles. Una suma importante donada al Palacio le daba derecho a semejante y extraordinaria denominación de origen.
Cuando Ducasse, hace un par de años, terminó su larga colaboración con el emblemático hotel del grupo Dorchester (perteneciente al sultán de Brunéi) decidió reforzar los lazos con Versalles. Es responsable del restaurante gastronómico del hotel Le Grand Controle (ya cuenta con una estrella Michelín), de una chocolatería de altísima calidad en el complejo y de la joya de la corona gastronómica del Palacio de Versailles, su restaurante Ore, en el Pavillon Difour. Un pequeño detalle: antes de la cena, que recupera el servicio real, se puede reservar una visita privada al palacio. Nunca el au-dessus de la mêlée estuvo tan en forma. En forma olímpica.