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El Capriho de Gaudí

Las sorprendentes joyas arquitectónicas de uno de los pueblos más bonitos de España

Una localidad cántabra ha sido elegida como una de las cinco nuevas villas distinguidas en la XI Asamblea Nacional de Los Pueblos más Bonitos de España

Lo llamativo de Comillas no es que haya entrado esta semana en la lista «oficial» de los pueblos más bonitos de España, lo que llama la atención es que no figurara con anterioridad. La hermosa villa costera cántabra ha recibido el cotizado sello junto a los municipios de Ampudia (Palencia), Parauta (Málaga) y los cacereños de Trujillo y Trevejo. Según fuentes de la Asociación, reunida este año en Grazalema, solo un 20 por ciento de los pueblos que solicitan entrar en la misma lo logran. Los aspirantes tienen que ser municipios de menos de 15.000 habitantes y contar con patrimonio natural o arquitectónico certificado. Se valoran aspectos como la conservación de las fachadas y de los espacios verdes y jardines, así como otros elementos que embellezcan sus calles y plazas y que contribuyan a la buena calidad de vida tanto de sus habitantes como de sus visitantes.

Comillas, desde la costaGTRES

De los cinco nuevos miembros que ingresarán en la Asociación en 2024, Comillas responde en cierto modo al prototipo de pequeño pueblo costero del Norte de España. Verde que te quiero verde. Hasta el viento es verde, especialmente si uno llega desde lugares como Trujillo o Ampudia. Aquí todo es prado, aquí todo es mar. Ya lo escribió Antonio Gala. «Cuando llego a la provincia de Santander, y me siento sobre la hierba mullida y jugosa de sus prados, siempre me asaltan dos temores: Que, si respiro fuerte, me tragará una vaca, y que si permanezco sentado más tiempo del recomendable, me crecerá la hierba a mí también».

Paisaje verde, hierba jugosa y pedigrí marinero en una villa cuyo nombre tiene que ver con su orografía. Su toponimia, se cree, deriva de su ubicación entre suaves colinas, de ahí su nombre y sus pronunciadas cuestas. Colinas y lomas de verdes praderas junto al Cantábrico, vacas y buenos hombres de mar. Una cosa curiosa se observa en su escudo que nos remite a uno de los edificios más emblemáticos de Sevilla: la Torre del Oro. ¿Por qué? La historia se remonta a cuando el rey Fernando III ordenó al almirante Ramón Bonifaz expulsar a los musulmanes de Sevilla. Fue entonces cuando sus marinos cántabros se pusieron en marcha y lograron romper la gruesa cadena que unía Sevilla con Triana y que impedía la entrada de cualquier tropa invasora a la ciudad de Isbiliya (Sevilla musulmana) a través del Guadalquivir. Gracias a esta gesta militar de los marinos cántabros, Sevilla volvió a ser cristiana el 23 de noviembre de 1248. El escudo de Comillas recoge no solo la Torre del Oro, también las gruesas cadenas que sus marinos lograron romper.

Palacio de Sobrellano

Conocida asimismo como la Villa de los Arzobispos, por haber nacido en ella cinco prelados que ocuparon diferentes diócesis durante la Edad Media, principalmente en las colonias de América, la vida de la tranquilla localidad de pescadores cambió sustancialmente en el siglo XIX. En esta época entra en juego una figura fundamental para la villa: Antonio López y López. Nacido en Comillas en 1817, huérfano de padre desde los seis años e hijo de una lavandera al servicio de una hidalga familia de la villa, los Fernández de Castro. Comillas no se entiende sin conocer la ambición y el amor a su pueblo de este joven que primero emigró a Andalucía y luego se embarcó a América huyendo de la justicia tras meterse en una reyerta con tan solo 14 años, lo que le obligó a partir a Cuba como polizón de un barco en Santander. Todo un novelesco comienzo de una vida asombrosa para el que llegaría a ser el primer marqués de Comillas, grande de España y uno de los hombres más ricos e influyentes de la época, muy cercano a Alfonso XII. Relacionado estrechamente con Barcelona, tanto por relaciones empresariales como matrimoniales (se casó con la hija de un rico comerciante catalán al que conoció en Cuba, Andrés Bru Puñet) se convertirá con el tiempo en mecenas de jóvenes artistas catalanes, que empezaban a desarrollar una nueva corriente artística. De este modo tan curioso, Comillas se convierte en una de las cunas del modernismo, de manos de un indiano tan exitoso como ambicioso y con ganas de mostrar al mundo sus logros más allá de hacerse una gran casa con una palmera en su localidad natal, como era costumbre.

La «gran casa» típica de los indianos exitosos cobró forma en el caso de Antonio López en el monumental Palacio de Sobrellano, obra del arquitecto catalán Joan Martorell. De estilo neogótico, posee en el interior muebles de Antoni Gaudí y pinturas de Eduardo Llorens. Fue el primer edificio que tuvo en España luz eléctrica, precisamente para acoger al amigo de su artífice y propietario durante una de sus estancias, en el verano de 1881, que no era otro que Alfonso XII. Finalmente, el Rey se alojó en la Casa Ocejo -pues la instalación no estuvo terminada a tiempo- una casa de estilo indiano que Antonio López construyó para su madre antes de abrazar las corrientes de la nueva vanguardia arquitectónica.

Del legado modernista de la época, que por si merece una visita a Comillas, merece destacar toda la obra de un arquitecto fundamental en la identidad de la ciudad de Barcelona: Luis Doménech y Montaner, autor del Palau de la Música y la Fundación Tapies, entre otros. En Comillas, llevan su firma La Fuente de los tres caños (en una de las plazas más concurridas de la localidad), la puerta de la Universidad Pontificia, el Cementerio y el propio monumento al Marqués de Comillas. Aunque Gaudí nunca estuvo en la villa, suyas son la célebre Puerta del Moro, con su fotogénico agujero en el muro conocido como «la puerta de los pájaros», donde ya se adivina sus gustos por las superficies onduladas, las esquinas redondeadas y los volúmenes curvos; y especialmente el más que singular El Capricho, la casa diseñada por Gaudí para el concuñado de Antonio López, el también indiano Máximo Díaz de Quijano. La llamada Casa Quijano es hoy uno de los emblemas de la villa cántabra y una de las pocas obras del autor de la Sagrada Familia fuera de Cataluña. Si uno respira fuerte frente a sus frisos de cerámica, sus girasoles coloridos, su torre, sus imaginativas soluciones, sus notas musicales, uno tiene el temor de ser engullido no por una vaca sino por el genio lleno de optimismo vital y audaz del joven Gaudí. Mágica Comillas, entre vacas que pacen sobre hierba mullida y jugosa, «papardos» (forasteros) que la invaden en verano, cuervos que tocan el órgano en las vidrieras de sus casas de indianos.