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Mirador El Fraile, tan hermoso como solitario

Viajes

La naturaleza salvaje e insospechada de los fiordos de Salamanca

Caídas de agua de 50 metros y los cañones más profundos y extensos de la Península Ibérica. Tras las abundantes lluvias de este invierno, las cascadas de las Arribes del Duero exhiben su máximo esplendor

Se cuenta que, para rodar la última escena de La Cabina, su director, Antonio Mercero, se planteó construir un gran escenario ante la imposibilidad de encontrar un espacio real que transmitiría la imagen de un lugar recóndito, sobrecogedor y completamente al margen del mundanal ruido. Cambió de planes cuando alguien le habló de la presa de Aldeadávila, en el Duero, escondida en un rincón salmantino fronterizo con Portugal. Y, ahí, en las tripas de piedra, cemento y hormigón del formidable embalse, abandonó a su suerte a José Luis López Vázquez. Mercero también utilizó en su célebre mediometraje las carreteras serpenteantes que discurren por las Arribes del Duero, tan hermosas como solitarias, para enfatizar esa sensación de paraje remoto y poco accesible.

Poco han cambiado las cosas por estos lares en este medio siglo. Lo que resulta de agradecer en época de los excesos turísticos y teléfonos insaciables. La Cabina cosechó en su día tantos premios como interpretaciones. He aquí una más: a la postre, es el exceso de llamadas, de mensajes, de WhatsApps, de correos, de fotos, de stories, de videos, de notificaciones, que de forma incesante escupen nuestros teléfonos lo que nos roba la libertad.

La llamada, señor Mercero, resultó más asfixiante que la propia cabina. La siguiente paradoja, así las cosas, es que ese lugar alejado de la mano de Dios donde abandonó a su protagonista se ha convertido en el nuevo paraíso. El discreto encanto del espléndido aislamiento, la arcadia del Siglo XXI, lo encontramos en lugares como las Arribes del Duero.

En 2002, el año en que dijimos adiós a esas pesetas que el inolvidable actor introduce en el teléfono, se constituyó formalmente el Parque Natural Arribes del Duero, un espacio protegido que se extiende sobre unas 100.000 hectáreas del oeste de las provincias de Zamora y Salamanca.

Junto con los parques naturales portugueses colindantes, es decir, los del otro lado de «la raya», como se conoce la linde, fueron declarados Reserva de la Biosfera Transfronteriza por la Unesco hace 9 años. Tan solo hay 20 espacios ecológicos de gran valor en todo el mundo que abarquen más de un país. Las Arribes es uno de ellos. ¿Los o las Arribes? Por lo general, es en la zona de Zamora donde se utiliza el masculino y en la de Salamanca el femenino. Nadie sabe muy bien el porqué. Para evitar polémicas, se suele prescindir del adjetivo. Arribes, a secas.

El río Uces, afluente del Duero, forma una de las cascadas más hermosas de la península

A secas y rebosantes de agua. Al menos, este año. Las abundantes lluvias caídas en la zona en los últimos meses han devuelto a estos parajes extraordinarios una de sus joyas más apreciadas y desconocidas: el Pozo de los humos. De caudal irregular, el río Uces, afluente del Duero, forma una de las cascadas más hermosas de la península y la quinta de España en altura siempre que el río lleve suficiente agua. Ya alabó en su día Unamuno su belleza.

Gracias a sus cincuenta metros de caída, poco menos que en Niágara, el agua forma una nube de humo que impide ver el fondo, y de donde toma nombre el paraje. Este año, el ruido es ensordecedor y los del lugar no recuerdan tanto caudal en años. El agua parece brotar de las rocas, como si se reivindicara en esta era de tanto ruido digital. Al Pozo de los humos se puede acceder desde dos pueblos ribereños cercanos, Masueco y Pereña, dependiendo de la vista que uno quiera tener de uno de los lugares de mayor atractivo del parque Natural de Arribes del Duero.

Saltos de agua, miradores y riscos, cañones graníticos con paredes de más de 200 metros, han recibido de estos parajes el sobrenombre de los Fiordos de Salamanca o de Castilla y León. El símil es más que razonable. Las Arribes nos ofrecen una naturaleza en estado puro, sin apenas turistas, sin tiendas de souvenirs.

Salamanca mágica y desconocida, que tiene un poco de los fiordos

Hasta hace unos años no había apenas indicaciones. Los miradores no eran más que cuatro piedras donde el cuerpo pedía sentarse y pasarse horas contemplando, escuchando y disfrutando de esta inmensa belleza y de sus soberbias puestas de sol. Con suerte, se podía ver la cigüeña negra, y sin ella, sigue estando prácticamente asegurado el divisar águilas reales, buitres leonados, alimoches y águilas perdiceras.

Otra peculiaridad que sorprende al visitante es el microclima. Hemos dejado atrás los campos de la dehesa charra, las encimas y los robles, y estamos en tierra de cerezos, almendros y cítricos. Se ven más burros que vacas, más cabras que merinas, que también las hay, más labriegos que ganaderos. Y, como decía Machado, labriegos con talante de señores.

Los mejores miradores de estos parajes sobrecogedores son los de las Janas, en el pueblo de Saucelle; la Code, en Mieza; Picón de Felipe y mirador del Fraile, en Aldeadávila de la Ribera. Este último es el más indicado para contemplar la formidable estampa de la presa de Aldeadávila. Hace menos de dos años, hicieron en el mirador del Fraile un voladizo de casi13 metros de largo, suspendido sobre el precipicio. Solo los más valientes caminan hasta el final de la pasarela. Y, naturalmente, aquellos deseos de enviar desde semejante lugar un selfie con sus móviles, señor Mercero.

Un mirador menos conocido e igualmente hermoso, se encuentra en el llamado Castillo de Vilvestre, otro de los pueblos fronterizos de la parte española. Una localidad bellísima, una joyita por descubrir, con una vista panorámica que recuerda especialmente a esos países nórdicos que además ofrece las ventajas de esta tierra de sabor.

En la Judería de las Arribes, casa rural y de comidas con huerto propio en el pueblo, se sirve uno de los mejores cochinillos de la zona y tomates y patatas de su propio huerto. De Vilvestre parte además La barca, la embarcación que recorre el Duero y que comparte con el vecino pueblo portugués Freixo de Espada Cinta.

Una hora y media de crucero fluvial entre fiordos ibéricos. Justo este fin de semana, primero de marzo, vuelve a estar en funcionamiento tras el paréntesis de los meses más fríos de invierno. Dicen que las primeras embarcaciones eran las mismas que las del río de Tom Sawyer. Salamanca mágica y desconocida, que tiene un poco de los fiordos, algo de las cataratas del Niágara y hasta del Misisipí.