La ciudad de las dos mil caras de piedra y la cabeza de Goya
Conocida como la «pequeña París», Burdeos, guarda el secreto de la desaparición del cráneo del célebre pintor español
Hay rostros tristes y divertidos, nobles y paganos, mitológicos y reales, gruesos y estilizados. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos son, unos dos mil se calcula; forman parte del paisaje urbano de Burdeos desde hace siglos, son parte importante de sus señas de identidad. Miran a los paseantes desde las elegantes fachadas de las que forman parte y han visto la importante transformación de esta ciudad francesa, una de las metrópolis europeas que mejor conserva un pasado de esplendor. Conocida como «la pequeña París», tiene protegidos más de 300 monumentos y su centro histórico forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 2007. De carácter peatonal y monumental, de población joven, con nuevos atractivos en restauración y hoteles, Burdeos es cada vez más una alternativa para un fin de semana «con un toque parisino», un excelente plan B alternativo a la ciudad del Sena en este año olímpico de precios astronómicos en la capital francesa, agobiantes medidas de seguridad e importantes restricciones de tráfico.
Ajenas a este bullicio, las caras de Burdeos permanecen impasibles. La moda de adornar los edificios con mascarones surgió en el mundo clásico en el Mediterráneo, se retomó en Italia con el Renacimiento y llegó a Francia en esa época gracias a Catalina de Medici, casada con el rey francés Francisco I. París es la ciudad del hexágono que más mascarones tiene, en sus palacios, en sus puentes y le sigue Burdeos. Las más antiguas datan del siglo XVI, pero es en el siglo XVIII donde encontramos las obras maestras de este arte considerado menor y lleno de joyas. Fue ésta la edad de oro de la ciudad, su puerto se convierte en el primero de Francia, y en el segundo del mundo, después de Londres, gracias principalmente al comercio de los bienes producidos por los esclavos en las colonias (azúcar, café, cacao…). También, la ciudad fue un importante puerto en el llamado comercial triangular que se desarrolló en el Atlántico y que unía Europa, África y América, intercambiando materias primas y esclavos.
La rica historia de la ciudad puede explorarse en sus caras, como irá desgranando el guía Jean Claude Saiz, experto en el rico patrimonio cultural de la ciudad, a El Debate, en un recorrido por sus calles. «En numerosas fachadas encontramos dioses de la mitología romana relacionados con las dos principales actividades de la ciudad en el siglo XVIII: Mercurio, dios del comercio y Baco, dios del vino». Son especialmente numerosos cerca del puerto o en las casas y palacios propiedad de quienes se dedicaban a estas actividades. En las más cercanas al río Garona, es donde más variedad de personajes hay y reflejan precisamente un paisanaje urbano muy particular en Europa. Hay mascarones de marineros, indios de América y de las Antillas, africanos. Mirar sus rostros inertes, unos burlones otros con la mirada pícara, nunca falta el sentido del humor, es viajar por la historia bordelesa.
Lo curioso de Burdeos, la ciudad de las mil cabezas, es que encierra el misterio del cráneo de uno de los españoles más universales, Francisco de Goya. El pintor eligió la «perla de Aquitania» en 1824 para pasar sus últimos años. París no le convenció y no se encontraba cómodo en la España de Fernando VII, por lo que decidió instalarse en Burdeos, donde falleció en 1828. Junto a Iglesia donde fue enterrado, Notre-Dame, figura una réplica exacta de la estatua de Goya sita en el Museo del Prado, que recuerda el hecho. En su residencia, en una de las avenidas principales de la ciudad, se encuentra hoy el Instituto Cervantes, y un medallón en la entrada recuerda también a su antiguo inquilino. El pintor, como recuerda Saiz, «solía salir a pasear por Burdeos con sus cuadernos y hacía dibujos y bocetos de los bordeleses». Allí pintó su famoso último La lechera de Burdeos, considerada precursora del impresionismo y dos series de grabados.
Goya fue enterrado en el cementerio principal de Burdeos el 17 de abril de 1828. Quiso la casualidad, casi 70 años después, el cónsul de España en la ciudad descubrió su sepulcro y quiso repatriarlo a España. Cuando exhumaron su cadáver, saltó la sorpresa: a Goya le faltaba el cráneo. Cundió la estupefacción hasta tal punto que se suspendió el traslado y se volvió a tapar el ataúd. Los restos llegarían finalmente a España el 11 de mayo de 1900 y fueron trasladados a la iglesia de San Antonio de la Florida, donde hoy se encuentran, 9 años más tarde. ¿Qué pasó entonces con la cabeza de Goya? En la época de la muerte del pintor estaba de moda en medicina la llamada frenología, una ciencia que pretendía estudiar los rasgos intelectuales y morales de la persona a partir de la forma de su cráneo. Los anatomistas y forenses hacían estudios sobre cuerpos de personas corrientes para llegar a sus conclusiones, pero, los cráneos más codiciados eran de genios, locos y criminales eran los más buscados. En este contexto, el cráneo de Goya se presentaba como una auténtica «joya» para los frenólogos. Hoy circulan por la ciudad dos versiones de su paradero. La cabeza del autor de Las majas llegó a la Facultad de Medicina, un estudiante la vendió y durante mucho tiempo estuvo en el mostrador de un bar. Es la menos creíble pero la más comentada. La segunda es que, efectivamente, fue objeto de estudio de los partidarios de la frenología.
La ciudad es perfecta para perderse por sus estrechas calles, puesto que la mayoría de ellas son peatonales y observar todas estas caras, sentarse a una buena mesa y disfrutar una de sus 60 denominaciones de origen vinícolas. Los españoles son la primera nacionalidad extranjera entre los turistas y hay opciones de alojamiento para todos los gustos. Desde el lujoso Le Boutique Hotel, un exquisito palacete en el centro de la ciudad, hasta el más económico y desenfadado First Name, recientemente abierto en la ciudad y con una propuesta muy seductora. La cara de su gigante perro de peluche de la entrada, un dogo de Burdeos, ya forma parte de los mil y un rostros de esta ciudad llena de encantos y sorpresas.