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Noviazgo y matrimonio

¿Qué aporta la amistad al amor?

Amar con algo más que las emociones no es poner andamios al amor, sino realmente construir, nos permite dar respuesta al anhelo que todos llevamos dentro de un amor para siempre

Cuando Ana Iris Simón publicó en El País que apostar por construir unas relaciones perdurables resulta revolucionario, se le echaron encima muchos que pensaban que contar con la cabeza y la voluntad en una relación de pareja y no dejarlo todo al fluir de los sentimientos suponía una aberración, algo antiguo, una imposición social de la que afortunadamente nos habíamos liberado. Quienes opinan así desconocen que amar con algo más que las emociones no es poner andamios al amor, sino realmente construir: es lo que nos permite dar respuesta al anhelo que todos llevamos dentro de un amor para siempre.

Tal vez precisamente por una visión sentimental y romántica se tiende a pensar que amistad y noviazgo –y, como consecuencia, amistad y matrimonio– no tienen que ver: por eso el papel de mejor amigo y de novio (o de mejor amiga y novia) a veces no confluyen en la misma persona. Pero ser amigos, además de novios ayuda a alejar los peligros del sentimentalismo propios del enamoramiento y lleva a ese amor incipiente a otro nivel. No se trata de negarlo, ni de «venga, vamos a pasar rápido esta etapa», como si fuera una gripe necesaria, una adolescencia de la relación. Se trata de hacerlo crecer y de poner unos cimientos firmes.

El tiempo como aliado

En el enamoramiento, a veces, el tiempo juntos se vive con cierta ansia, con la sensación de que te lo están quitando de las manos, y, ante la ausencia, aparece la tristeza o la angustia. Entre amigos el tiempo pasa volando también, pero se disfruta desde la serenidad, sin prisa.

Javier Gomá en su artículo Viejo amor explica que así como el eros (ese enamoramiento inicial) va de más a menos, la amistad (philia) va de menos a más. En el primer caso el tiempo es un enemigo; en el segundo, un aliado. «¿Cómo combatir los efectos negativos del tiempo sobre él –el enamoramiento–? Educando tu corazón para que se entregue sólo a alguien digno de ser tu amigo. Uniendo en la persona amada eros y philia, deseo y admiración, prestas a la pasión amorosa la duración que pertenece sólo a la amistad».

Ese amor de los comienzos promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana

Madurar el eros, no cargárselo

Lo anterior me recuerda a la explicación de Benedicto XVI en Deus caritas est sobre eros, el amor de enamoramiento, en búsqueda, posesivo; y agapé, el amor oblativo, el que da: «Si bien el eros inicialmente es, sobre todo, vehemente, ascendente –fascinación por la gran promesa de felicidad–, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará `ser para´ el otro».

Necesitamos integrarlos para que se realice «la verdadera esencia del amor en general»: ese amor de los comienzos «promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana», pero si le dejamos simplemente a él llevar las riendas, nunca alcanzará esas promesas. Benedicto XVI no lo dice expresamente, pero releyendo estos puntos de su encíclica con este tema en la cabeza, la manera de imbricar ambos tipos de amor es la amistad. Muchas características de la amistad, de hecho, rezuman en este párrafo en el que habla del agapé: «Expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior (la fase del eros). Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado».

No se trata de matar al eros, sino de incluir el agapé en el eros inicial. Del mismo modo, ayudarse mutuamente y divertirse juntos forman parte de la vivencia de la amistad: un compañero que te hace un favor tal vez no sea un amigo, pero a los amigos también les hacemos favores; no confiarías tu vida a alguien que acabas de conocer en una fiesta y con quien te lo estás pasando fenomenal, pero con un amigo también disfrutas en infinidad de situaciones.

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El problema es el egoísmo

El eros tiene en su impulso las características de un amor total: quiere todo del amado y para siempre; y es lógico, cuando nos enamoramos queremos pasar toda la vida con esa persona.

Pero esa intensidad que anhela un amor total, si no madura, se acaba. O acaba siendo atosigante –antes de extinguirse–, y es cuando surge la queja y la exigencia, al descubrir que el otro no completa la propia felicidad. Algo así, salvo relaciones inmaduras, no pasa en la amistad: a un amigo no le demandamos esa totalidad, ni que colme nuestras expectativas al completo. Ese tipo de requerimientos surge con el eros de por medio.

En cambio, cuando ponemos en juego el amor que da (agapé), eso desaparece –o se suaviza, al menos–, tal vez porque, al dar y darnos nos percatamos de que nosotros mismos somos también incapaces de colmar la felicidad del otro. Nos situamos en esa mirada comprensiva, de un amor más real, que no huye ante lo que le raspa o le contraría, y que agradece, también con la vida, que la otra persona tampoco salga corriendo ante sus pequeñeces.

Hay una diferencia abismal entre el «eres mío» dicho desde el eros sin madurar y el «yo soy tuyo, tú eres mío» del eros integrado con el agapé

Los defensores del poliamor o de la poligamia sucesiva esgrimen como argumentos y justificaciones que la exclusividad del «uno con una» propicia los celos patológicos, el control, algunos tipos de relaciones tóxicas… Pero tal vez piensan así porque consideran el eros como elemento único y característico de los noviazgos y matrimonios. Y tienen razón en una cosa: todos esos peligros existen cuando lo único que hay es flechazo y emociones. Pero es que el amor con toda su realidad no se agota ahí.

Hay una diferencia abismal entre el «eres mío» dicho desde el eros sin madurar –que en el fondo es más un «te tengo para mí»– y el «yo soy tuyo, tú eres mío» del eros integrado con el agapé. Como le escuché a Juan José Pérez Soba en un congreso hace unos meses: «No decimos «mi esposo» porque lo poseamos, sino porque yo pertenezco a él y viceversa. Tenemos una pertenencia común».