Entrevista al expresidente del Foro de la Familia
Benigno Blanco: «Quienes se equivocan sobre su sexualidad se equivocan sobre sí mismos»
Durante casi una década, Blanco fue presidente del Foro de la Familia, pero ha estado involucrado en política y en la sociedad española desde otras asociaciones y cargos de la Administración
La omnipresencia de categorías 'de género´ era impensable hace una generación, motivo de chistes a principios de este siglo, y hoy es la premisa mayor –junto con el clima– de toda agenda política o mediática. De esta ideología hablamos con Benigno Blanco, que presidió el Foro de la Familia durante casi una década.
El asturiano ha estado involucrado en la política española –en el sentido amplio del término, según lo entienden Gregorio Luri o Fabrice Hadjadj: participación en la polis, sin necesidad de estar en un bando o en una agrupación electoral– desde hace casi medio siglo. Primero, en cargos técnicos de la Administración, e incluso en alguna secretaria de Estado. Luego, en la dirección de asociaciones que promueven los derechos de la familia, la educación o de ayuda a madres embarazadas: desde la Asociación Asturiana en Defensa de la Vida, la Federación Española de Familias Numerosas, o la Pontificia Academia Pro Vita, hasta el Foro de la Familia o la Fundación Red Madre. Uno de los temas de los que más suele hablar, en conferencias, entrevistas y diversas iniciativas, es la ideología de género, doctrina que interpreta la sexualidad biológica como algo casi accidental o secundario, supeditado a un constructo cultural o de propia percepción o desarrollo personal llamado 'género´.
–Usted lleva unos veinte años hablando sobre los peligros de la ideología de género. ¿Cuáles son esos peligros?
–Tanto tiempo, no. Hace veinte años ninguno éramos conscientes de esa ideología, o al menos de su potencial. Yo empecé a descubrir la ideología de género a raíz de la denuncia por Juan Pablo II de las propuestas de las cumbres de Naciones Unidas sobre población de El Cairo, y de la siguiente de Pekín sobre la mujer, a mediados de la década de los años 90 del siglo pasado, pero reconozco que no percibí entonces todo el potencial político de esa ideología. Fue a partir de 2004, cuando el Gobierno de Zapatero empezó a implementar en España la agenda política de esa ideología, cuando empecé a ver con claridad que no estábamos ante leyes aisladas sobre cuestiones particulares, sino ante una agenda ideológica global y universal que suponía una verdadera revolución antropológica que ponía en cuestión de forma sistemática toda la vieja sabiduría de Occidente sobre el ser humano. Por eso, no me limité a criticar esta o aquella ley, sino a denunciar la ideología de fondo que las inspiraba y sus enormes peligros para la civilización humanista y cristiana, aunque en aquellos años a muchos les parecía que yo veía fantasmas. Lo mismo me pasa hoy cuando denuncio el transhumanismo como la próxima –ya actual, de hecho– amenaza global para nuestra tradición humanista.
En cuanto a los peligros que supone esa ideología, se pueden resumir en: la negación más radical del propio ser humano, al rechazar que el cuerpo sexuado nos constituye; la negación más radical de la hipótesis Dios, pues nos convierte en creadores de nosotros mismos a todos los efectos; y la negación más radical de la posibilidad de la moral, al convertir la propia voluntad en única fuente del bien y la verdad sobre el hombre. Es decir, la ideología de género hace tabla rasa con toda la tradición humanista de la humanidad. No es un tema solo de ética sexual o de homosexualidad, sino algo mucho más radical y nocivo, la negación de lo específicamente humano.
La ideología de género pasará, y más pronto de lo que nos imaginamos
–Sin embargo, las sociedades europeas, como la española, cada vez aceptan más toda la doctrina de género, ¿no?
–Por supuesto, porque vivimos en el siglo XXI y esta ideología es la gran tentación de nuestra época. No hay que sorprenderse demasiado: cada época tiene sus errores, de los que nos libramos gracias a las minorías que no se dejan engañar y que luchan –aunque sea en minoría, y sin ser comprendidos– contra las aberraciones de sus días, que parecen lo normal a sus coetáneos y solo muestran su carácter aberrante a las siguientes generaciones.
La ideología de género pasará y más pronto de lo que nos imaginamos; y nuestros nietos no entenderán cómo toda una civilización se rindió a tal cúmulo de insensateces, y ellos probablemente convivirán con otras atrocidades que no les parecerán tales.
Somos responsables de nuestra época, y en ella debemos ser testigos de la verdad sobre el ser humano, con paz y con una sonrisa, pero con lealtad a esa verdad. Dentro de mis limitadas posibilidades, observo mi mundo e intento ayudar a mis contemporáneos a entender lo que nos pasa y a responsabilizarse de construir un mundo más amable con el hombre y el bien.
–Cuando se aprobó en España el «matrimonio homosexual», usted lideró una importante campaña de oposición, y contó con gran respaldo popular. ¿Se ha desvanecido hoy ese apoyo?
–Yo no lideré nada. Tuve la suerte de cooperar con gente estupenda que se movilizó para defender la singularidad del matrimonio como institución específica para la unión entre hombre y mujer como algo muy valioso para la sociedad, y que por ello merecía un tratamiento legal singular. Defendimos –y sigo defendiendo– que el matrimonio así concebido tiene un gran valor social, como opción en libertad, y que merece un régimen jurídico propio y de garantía por su gran aportación al bien común, sin perjuicio del reconocimiento de que existen otras formas de vivir la sexualidad que también deben tener su reflejo jurídico en la medida en que generen relaciones de justicia en su propio ámbito.
Creo que hicimos lo que debíamos hacer, aunque no sé si de la mejor forma posible. No paramos las leyes que no nos gustaban; pero defendimos nuestras ideas, ratificamos en sus convicciones a muchos, mostramos que se pueden defender nuestros valores con razones y una sonrisa, sin miedo; y dimos ejemplo de participación y responsabilidad democrática ejerciendo nuestros derechos de manifestación, reunión, libre expresión, iniciativa legislativa, etc., que era lo que estaba en nuestras manos. Me siento muy orgulloso de nuestro trabajo en aquellos años, y muy satisfecho de las grandes amistades que labré en aquellos trabajos y que me han acompañado después en otras muchas iniciativas. El fracaso en los objetivos más inmediatos, políticos, no quita valor a lo que hacemos, ni merma las razones para seguir trabajando en los objetivos de fondo. Creo que lo que hicimos fue bueno y necesario y que ha tenido efectos positivos, aunque yo no sepa ni pretenda medirlos en términos de eficacia histórica.
En cada momento hay que hacer lo que se puede para defender el bien, y no obsesionarse con los resultados mensurables. Dios sabrá.
Esta crisis también será para bien, aunque me dé pena el daño a tantas personas que origina la actual confusión sobre la sexualidad
–En todo caso, ¿hay algo positivo que haya aportado la ideología de género o los movimientos LGTB? Por ejemplo, mayor consideración de la mujer o mayor respeto a los homosexuales.
–Por supuesto. La civilización cristiana, juzgada así en conjunto y por tanto injustamente, no supo valorar positivamente la maravilla de la sexualidad como constitutivo esencial de la identidad humana. Durante veinte siglos hemos hablado poco y —con frecuencia mal— de la sexualidad. En el siglo XX, la revolución sexual de los años 60, el feminismo y ahora el género, nos han obligado a reaccionar, y en estos días el pensamiento cristiano está redescubriendo la bondad antropológica de la sexualidad humana ya presente en el relato bíblico de la Creación, abriendo perspectivas estupendas para una mejor comprensión de esta dimensión esencial de la persona; y, de paso, de algunas verdades tradicionales del cristianismo como el carácter sacramental del matrimonio, la vocación a la santidad de los casados en su vida matrimonial, etc. Todo es para bien, escribió Saulo de Tarso, y la historia demuestra que es así; esta crisis también será para bien, aunque me dé pena el daño a tantas personas que origina la actual confusión sobre la sexualidad que ocasiona el inmenso error antropológico que supone la ideología de género.
–Pero no deja de ser algo que le preocupa.
–Si me preocupa la actual difusión masiva de la ideología de género, no es porque piense que vaya a prosperar a largo plazo en términos históricos, sino por el daño personal que hace a quienes se equivocan –por su influjo– en la autopercepción de su sexualidad. Quienes se equivocan sobre su sexualidad, se equivocan sobre sí mismos; y ese error hace muy difícil ser felices. Esto es lo que me preocupa de este error antropológico que es el género.
Por otra parte, es evidente que tradicionalmente nuestra sociedad ha sido muy injusta con homosexuales y transexuales por identificar a esas personas, sin más, con su orientación o conducta, a las que se consideraba pecaminosas y antinaturales, como si de algo dolosamente malvado se tratase. Creo que la actual profundización en el conocimiento de la sexualidad humana, y la reflexión de la teología cristiana al respecto, nos está ayudando a superar muchos prejuicios y a poner de manifiesto muchos errores tradicionales en la praxis cristiana respecto a estas personas. La ideología de género y sus excesos también nos están ayudando a los cristianos a ser más justos y a superar prejuicios en esta materia. Tenemos mucho de lo que arrepentirnos y por lo que pedir perdón y, a la vez, mucho en lo que enriquecer nuestra comprensión de la bondad de la sexualidad como constitutivo esencial del ser humano en su carácter binario y complementario hombre–mujer.
Sobre sexualidad se puede opinar en libertad, y por tanto no se puede adoctrinar en la escuela
–Desde hace un tiempo, se ha dado un paso más, afectando a los niños. Cada vez se habla más de «niños trans». ¿Este paso se ha dado cuando ya se han aceptado pasos previos? ¿Qué consecuencias tiene este cambio?
–Un niño es mucho más que su percepción de su sexualidad, como un adulto. No existen «niños trans» aunque sí existen niños con disforia de género u otros problemas vinculados a la identidad sexual, pero reducirlos a esa dimensión es injusto. Identificar a niños como «trans» con un carácter esencial y permanente en el tiempo, creo que es terriblemente dañino para esos niños y ajeno a la información científica y antropológica de que disponemos, aunque se haga con la mejor intención y por amor. Recomiendo leer el reciente libro de Abigail Shrier sobre este tema, Un daño irreversible. La locura transgénero que seduce a nuestras hijas.
Tomar decisiones irreversibles a través de procesos de hormonación o quirúrgicos respecto a niños – especialmente, si se hace sin el previo asesoramiento y diagnóstico médico serio y continuado en el tiempo, para excluir otras posibles patologías subyacentes o concomitantes, y olvidando que un niño tiene por delante un proceso vital de maduración al que hay que darle oportunidades– me parece poco prudente, como mínimo. Si, además, tales decisiones las toman funcionarios o políticos a través de leyes o normas con carácter general, o si se condiciona o priva a los padres de su potestad al respecto, me parece criminal por subordinar la atención al menor a prejuicios ideológicos.
–Desde el Gobierno actual se niega que los padres puedan impedir que sus hijos reciban en el colegio «educación LGTB». Dicen que es ir contra los derechos humanos. ¿Es cierto?
–Lo que va contra los derechos humanos es imponer por ley, o desde la administración educativa, o por un profesor en particular, una determinada visión de la sexualidad a los menores sin el consentimiento de los padres, cuando es evidente que existen distintas opiniones legítimas sobre sexualidad en una sociedad pluralista, y que las concepciones sobre la sexualidad afectan a las convicciones morales sobre la persona. Sobre sexualidad se puede opinar en libertad, y por tanto no se puede adoctrinar en la escuela.
La visión de la sexualidad de los colectivos LGTBI es una opinión, pero ni la única ni, a mi parecer, la mejor fundada. Adoctrinar a los niños en ese pensamiento LGTBI en la escuela, y al margen de la libre elección de los padres, es totalitarismo ideológico.
Frente a la ideología de género, mi lema es: hablar mucho y bien de la sexualidad
–La propia Disney cada vez incorpora más personajes LGTB. ¿Por qué las grandes empresas e industrias culturales participan de esta promoción? ¿Es eso adoctrinamiento o propaganda? ¿No había antes también cierta «catequización» en los medios culturales?
–La razón de que las grandes empresas del mundo anglosajón primero, y del resto del primer mundo después, se hayan sumado de forma acrítica y, en tan poco tiempo, al adoctrinamiento de género es para mí un misterio, especialmente en el caso de las grandes tecnológicas (las GAFA: Google, Amazon, Facebook, Apple) que presentan un frente universal y agresivo pro–género que carece de toda lógica, incluso económica.
En todo caso, la historia –tanto la personal como la general– también demuestra que el bien es más atractivo y fructífero que el mal, aunque este pueda ser más seductor que aquel. El gran problema es cuando no hay gente que muestre el bien para promover su atracción. Esta es nuestra responsabilidad hoy, también frente al género: mostrar la belleza de la sexualidad. Por eso, frente a la ideología de género, mi lema es: hablar mucho y bien de la sexualidad.