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Lucía Galán es pediatra desde hace 17 añosPlaneta

Conversaciones en Familia

'Lucía, mi pediatra': «No hay adolescencia sin conflicto»

'La vida va de esto' es la última obra de Galán, más personal y más sincera que ninguna de las ocho anteriores

Hablar de Lucía Galán Bertrand, más conocida como Lucía, mi pediatra, es hacerlo también de diecisiete años de experiencia, nueve libros publicados y más de 500 mil seguidores en Instagram.

Este miércoles, 16 de febrero, ha publicado La vida va de esto, su última obra, más personal, más sincera, con historias cargadas de vivencias. Lo ha dedicado especialmente a sus lectores, quienes la animaron a volver a escribir, a todos aquellos padres de adolescentes, a quienes acaban de tener un bebé y no duermen por las noches, a las chicas que atraviesan su primera menstruación, a las madres de las madres, a la vida y a la muerte.

En una charla con El Debate, la pediatra desvela cómo conseguir una buena comunicación entre padres e hijos adolescentes, cómo afrontar los primeros portazos y gestionar los cambios a los que hay que enfrentarse en esta etapa vital tan bonita, pero tan dura.

La vida va de esto es su noveno libroPlaneta

–¿Cómo es posible lograr una comunicación asertiva con los hijos adolescentes?

–Es muy importante que los padres entiendan que del mismo modo que cuando sabemos que vamos a tener un bebé, nos formamos y nos informamos sobre su llegada, es igual de importante prepararse para la adolescencia. Mi sensación es que los padres llegan a la adolescencia apelo y se encuentran con una como un escenario muy diferente a lo que era la infancia de los niños. Hay que saber qué cambios van a sufrir nuestros hijos tanto desde el punto de vista físico como desde el punto de vista emocional, porque van a ser unos cuantos años los que vamos a estar en esa etapa. La comunicación es algo que se trabaja desde que son muy pequeños, abordando todos los temas de conversación que ellos necesitan. Contestando a todas sus preguntas, tenemos que educar a nuestros hijos en que papá y mamá siempre están ahí y siempre van a dar respuesta a sus preguntas. Si nuestros hijos se acostumbran a que hay momentos en los que no tenemos tiempo, en los que no contestamos, en los que les decimos que «ya está bien de preguntar», llegará un momento en que nuestros hijos directamente ya no nos pregunten, y no vamos a poder disfrutar de una comunicación sana cuando llegue la adolescencia. Es importante que enseñemos a nuestros hijos desde que son pequeños a ser asertivos, a que digan las cosas que les molestan sin herir los sentimientos de los demás. Al mismo tiempo los mensajes que deben de recibir nuestros hijos es que nosotros vamos a estar ahí siempre incondicionalmente. El niño pequeño está muy presente en nuestra vida porque nos necesita, es muy demandante, habla mucho, nos cuenta un montón de cosas, pero tenemos que entender que el adolescente va a pasar más tiempo en su habitación, va a pasar más tiempo con sus amigos, ya no nos va a necesitar tanto, ya no va a tener esa necesidad de contarnos todo, pero cuando sí que la tenga, cuando sí que recurra a nosotros, cuando nos llame, es importante estar ahí. El adolescente ha de tener siempre la sensación que su casa es ese lugar donde siempre estará seguro y donde sus padres estarán siempre para apoyarla y escucharlo.

–¿Cómo pueden los padres gestionar los cambios que experimentan los adolescentes en el abandono de infancia?

–Los padres tienen que entender que esto es una fase normal de su desarrollo y respetarlo. Los dos errores principales que yo observo en los padres es que siguen tratando a sus hijos adolescentes como niños, con lo que cortan cualquier vía de comunicación con ellos, porque desconectan automáticamente. O todo lo contrario. Llegas a la etapa de la adolescencia y el padre dice «bueno, hasta aquí hemos llegado, ya está todo el pescado vendido. Yo he hecho todo lo que tenía que hacer y ahí te apañas tú solito». El adolescente nos sigue necesitando, aunque de otra manera, y nosotros seguimos siendo su referente. Como padres tenemos que asumir lo que es normal en la adolescencia, igual que asumimos que llega un momento en que los bebés empiezan a caminar y necesitan explorar el mundo. La adolescencia también tiene sus ritmos, tiene sus tiempos y tenemos que conocerlos y respetarlos.

–Habla también en su libro de esos primeros portazos de los adolescentes. ¿Cuál es una buena manera de gestionar los enfados y los rebotes tan típicos de esta etapa?

–No hay adolescencia sin conflictos. Su cerebro vuelve a polarizarse y vuelve a tener esas explosiones de ira y enfado. Los padres tienen que entender que los conflictos son una oportunidad de aprender, de aprender nosotros y de aprender de ellos. La adolescencia es negociación. Las reglas del juego cambian porque el adolescente tiene mucho que decir y tiene mucho que opinar y que aportar. Y muchas veces la solución no es 100 % de él ni es 100 % del padre. Tenemos que intentar encontrar ese punto medio. Es saludable que nuestros hijos adolescentes vean que pueden hablar con sus padres, que se puede negociar, que a lo mejor un no dentro de unos días es un sí, si lo argumentan adecuadamente y si nos hacen cambiar de opinión. Desde los gritos, desde las faltas de respeto, desde las amenazas y desde los castigos sin sentido, es muy difícil establecer una sólida relación. Tú no me gritas, yo no te grito; yo jamás te he levantado la mano, tú jamás vas a levantarme la mano; yo nunca te he faltado al respeto, por lo tanto, tú no me faltes el respeto a mí. Unas reglas básicas de convivencia que son realmente las que exigimos a cualquier persona con la que nos relacionamos, pues con nuestros hijos debe ser igual. Es difícil educar a un hijo adolescente y tenemos que trabajar la paciencia, la reflexión y la autocrítica. Nosotros a veces también nos equivocamos y no hay nada que te reconforte más a un hijo adolescente que ver a su padre o a su madre decir que se ha equivocado. Al final es un ensayo error y es un ir aprendiendo juntos.

–Afirma que las emociones de los adolescentes no han de justificar sus actos.

–El significado de esta frase es que hay que entender que se enfaden, pero eso nunca va a justificar una falta de respeto o que pegue a su hermana. Validamos su emoción, pero no consentimos el acto consecuencia de sus emociones. Igual que le decimos a los más pequeños que no han de pegar cuando se enfadan, hay que explicárselo a los adolescentes. Hay que encontrar otras herramientas para gestionar la ira y la rabia.

–Una buena manera de gestionar los enfados, según usted, son los pactos entre padres e hijos. ¿En qué consisten estos pactos?

–Desde que eran pequeños, esto es algo que me ha funcionado con mis hijos. A veces llegamos a un conflicto en el que las posturas están muy alejadas: él quiere jugar toda la tarde a la PlayStation y yo quiero que esté toda la tarde estudiando. Entre una cosa y otra, seguro que podemos encontrar un punto medio. Lo primero ha de ser el propio deseo de negociar, de sentarse juntos y decir qué es lo que quiere cada uno. Cuando eran pequeñitos ya me funcionaba y ahora con la adolescencia es una herramienta muy útil porque así tienen la sensación de que tienen parte del control y eso es importante para ellos, que sepan que su opinión cuenta, que es validada y escuchada.

Hablemos de suicidio. Porque hablar de suicidio, previene el suicidio

–Menciona también las `ventanas de oportunidad´, ¿qué son exactamente y cómo pueden los padres sacarles el máximo partido?

–Son ese momento en el que tu adolescente se abre y no sabemos muy bien por qué motivo te pide ayuda. El niño pequeño está continuamente hablando y continuamente contándonos cosas y pidiéndonos ayuda. Pero el adolescente es autosuficiente y rara vez pide ayuda. Hay momentos puntuales en los que de repente abre la puerta de su habitación y dice «Mamá, ¿puedes venir un momento?». Eso es una ventana de oportunidad en la comunicación. Tu hijo te necesita y te va a contar algo probablemente importante. Pon tus cinco sentidos en ello, no lo dejes pasar, porque esas oportunidades son pocas y no las podemos desaprovechar. En el momento en el que el adolescente identifica que esas veces que nos ha requerido, no hemos estado, dejará de buscarnos y buscará la ayuda en otros lugares.

–En España se suicidan cada día diez personas. Una de ellas es menor de 30 años o adolescente. ¿Qué se esconde detrás de este dato? ¿En qué fallamos como sociedad para que los jóvenes decidan quitarse la vida?

–Esto requiere una reflexión muy profunda y sinceramente creo que es el gran fracaso de nuestra sociedad, o sea, un país como el nuestro, trashumante, desarrollado en tantos aspectos. No nos podemos permitir que un adolescente al día se tire por una ventana porque no ve salida. Son unos datos devastadores que se han puesto en evidencia ahora a raíz de la de la pandemia. Creo que hay que hacer una estrategia de prevención del suicidio sólida y eficaz que llegue a todo el mundo. Tenemos que formar a las familias en cuáles son esos signos de alerta que hay que vigilar en nuestros hijos adolescentes, formar a los profesores, a los orientadores, a los directores de instituto, presionar a nuestros gobiernos para que inviertan más en salud mental. Tenemos un acceso a la salud mental difícil, con unas listas de espera importantes y al final la salud mental muchas veces se reduce a los privilegiados que se la pueden permitir. Hay que abordar este tema desde distintos ámbitos, desde el institucional, gubernamental, educativo y familiar. Hablemos de suicidio, porque hablar de suicidio previene el suicidio y estemos pendientes de nuestros adolescentes. Que un niño con autolesiones no es una llamada de atención. Un chaval que de repente empieza a sacar muy malas notas cuando era un niño brillante en el colegio algo está pasando. Un chaval que empieza a decirte en casa que qué pasaría si él no estuviese aquí o que cree que sobra, o que piensa que nadie le echaría de menos si no estuviese en este mundo.