Que se drogue tu hijo
Recomendaría a los ideólogos de la drogadicción y la prostitución que se droguen ellos, que se prostituyan, y que se lo propongan a sus hijos. Y cuando aterricen, legislamos de nuevo
cuando legisles, piensa que lo haces para tus hijos. Quizás así comprendas que lo que sale en el BOE es importante.
Los que hablan de las drogas suelen decir muchas sandeces. No se han drogado lo suficiente (con permiso de Escotado), siempre llevan una copa de menos, y calculan de más. Me hubiese gustado salir de marcha con Montero o Errejón. Hay un momento en la noche, un instante en la barra, una mirada, una decisión, en la que el falso queda retratado. Iba de farol. En el fondo era un niñato. Hasta en el vicio hay honestidad.
Si algo tienen las drogas es que te hacen perder el control, te dan esa pequeña sabiduría que te dice que eso que tanto odiabas ahí fuera, en realidad es peor ahí dentro, en tu paranoia mental. Hace falta valor para drogarse, para maltratarse de verdad. No hablo de hacerse un selfi con un porro, para eso solo hay que ser imbécil. Digo que hay que echarle valor para sufrir el efecto rebote del propio resentimiento. No falla, drógate, y el odio que sientes hacia el mundo lo descubrirás yaciendo en el lecho pantanoso de tu corazón. Estoy seguro de que si los antisistema de partido, escaño y subvención, se drogasen en serio, odiarían menos al mundo, y un poquito más a sí mismos.
El problema de las drogas es que se suele hablar mal de ellas. Los argumentos a favor de la legalización son burdos. Que si generan empleo, que si es una hipocresía porque «todo el mundo fuma porros», que no son tan malas, que se controlaría la calidad, que se acabaría con el mercado ilegal, o que aumentarían los ingresos por fiscalidad. Que por qué el vino sí, y la marihuana no. Son boberías a las que respondemos mal.
Los porros son lo contrario del ensimismamiento, lo opuesto de estar contigo mismo, lo menos contemplativo que hay
Lo peor de la marihuana no es la adicción que pueda generar, ni que sea el paso a otras drogas más duras, ni las malas compañías, ni siquiera que sean malas para la salud, que lo son, y mucho. Lo peor es el vicio de la desconexión. No he oído casi nunca, en ninguna charla, que se diga que lo peor es que te desconectan, que te deshacen la voluntad. «Porro mañanero jode el día entero», decían los entendidos. Los porros provocan el vicio de la desconexión, la pérdida de ganas de hacer cosas. Algunos podrán ver en esa desinhibición una ayuda para la creatividad, o para relajarse, o tener una buena relación. Yo creo que no merece la pena el viaje.
Los porros son lo contrario del ensimismamiento, lo opuesto de estar contigo mismo, lo menos contemplativo que hay. Son el letargo del alma y la hibernación del cuerpo, como la prostitución. El cuerpo es el mejor vehículo para una relación, la manera más fácil de salir de uno mismo para encontrarse con otro. Haz con tu cuerpo lo que quieras, pero conéctalo de verdad. Si el sexo es una conexión, la prostitución es la gran desconexión. Libres, sí, pero para conectarnos.
La desconexión llevada al paroxismo es la ideología política. Es la pérdida absoluta de realidad. El discurso abstracto. Poner la lavadora sin agua, navegar sin rumbo, leer un libro al revés. Liberar a los libres, y curar a los sanos. Eso es la ideología. Por eso recomendaría a los ideólogos de la drogadicción y la prostitución que se droguen ellos, que se prostituyan, y que se lo propongan a sus hijos. Y cuando aterricen, legislamos de nuevo.