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Las pataletas son algo natural en el desarrollo del cerebro de los niños y se dan con más frecuencia entre los 2 y los 4 añosUnsplash

Niños

Pataletas, berrinches y rabietas: consejos de psicólogo para gestionarlos

Llorar, gritar y patalear es la manera de expresar su disconformidad cuando no tienen argumentos ni palabras suficientes

cuando no quieren irse del parque o de casa de un amigo, cuando no se les da lo que quieren, ya sea una chuche o un capricho... Ante múltiples situaciones, los niños sacan de dentro toda su rabia y gritan, lloran y patalean, algo que deja a los adultos muchas veces sin saber cómo calmarlos

El cerebro de los niños no funciona como el de los adultos, que ya ha madurado y tiene numerosas herramientas para hacer frente a la frustración. Las rabietas son algo normal en el desarrollo del cerebro de los más pequeños, sobre todo entre los 2 y los 4 años, cuando se dan con mayor frecuencia. Ante un deseo que no pueden cumplir, su cerebro no es capaz de gestionar las emociones y los impulsos que llegan y la manera de exteriorizarlo es dar patadas y soltar lágrimas.

No se les puede poner punto y final, dado que son un fenómeno natural en la evolución de la persona. Y además, porque según explica el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, «las rabietas que tienen con 2 o 3 años les ayudan a saber cómo soportar las grandes frustraciones cuando tengan 20 o 30».

No deben tampoco confundirse con un problema de comportamiento. Entre los 18 meses y los dos años, hasta los cuatro, los niños van desarrollando ya una serie de habilidades como la imaginación y la determinación, que les permiten luchar por aquello que quieren conseguir, cuando antes era suficiente con sacar otro juguete distinto para distraerle. Frente a esta fuerte voluntad, todavía no tienen mecanismos para frenar las emociones, no tienen capacidad de autocontrol y no sabe como afrontar una respuesta negativa de sus padres a algo.

Evitar situaciones conflictivas

Por su parte, el psicólogo Alberto Soler destaca que estas pataletas no deben entenderse como una batalla entre padres e hijos, sino como un momento en el que uno ha de ayudar al pequeño que sufre un torbellino de emociones negativas que no sabe manejar.

Si no se puede luchar contra ellas, mejor prevenirlas, y evitar situaciones conflictivas puede ser una buena manera de llevarlo a cabo. En caso de que ya se haya desatado, explica Soler, no hay que perder el control: no elevar la voz ni intentar imponer a la fuerza; a lo que Bilbao añade que conservar la calma es fundamental para transmitírsela al niño cuando expresa su disconformidad y no tiene argumentos y palabras suficientes para hacerlo pacíficamente.

Cortocircuito en el cerebro

Las grandes explicaciones no valen, y menos todavía en una de estas fases explosivas. Hablarle con tranquilidad y a su altura, mirándole a los ojos, en el mismo nivel ayuda a que entienda mejor lo que se le quiere transmitir –y esto es algo fundamental en la comunicación con los pequeños–.

A veces también se puede ceder en aquello que el niño y que es la causa de toda la disputa, pero cuando no sea posible, afirma Soler, «el ser firme no implica una falta de afecto». Por contra, darle siempre lo que reclama a gritos tampoco ayudará a manejar las rabietas, porque se acostumbrará a que patalear es la manera más sencilla de conseguir lo que quiere.

Cuando están enfadados, y muestra de ella son los puños y pies voladores, los niños suelen querer tener más espacio, si bien, una vez se calman es más habitual que soliciten un abrazo o que se les coja en brazos. Si lo piden, no hay que negárselo puesto que, como explica el neuropsicólogo, «es la manera que tienen de volver a conectar los cables que la rabieta ha cortocircuitado».