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Un médico realiza una ecografíaPexels

Lucha por la Vida

Seis médicos exabortistas revelan el momento en que comenzaron a defender la vida

No sobran los testimonios de trabajadores de centros abortistas que terminan cambiando el rumbo de su vida y comienzan a defender a quien no puede hacerlo por sus propios medios, el niño en el útero de su madre. Uno de los más conocidos en España es María del Himalaya, quien después de una fuerte conversión en Nepal dedica su vida a dar testimonio de sus años en el quirófano de un abortorio, en el que dejó de ver, dejó de mirar y dejó de sentir.

Otra enfermera española, cuya identidad ha permanecido anónima, también se decidió a contar lo que vio y vivió mientras estuvo trabajando en un centro de abortos en el País Vasco. Una manita intentando agarrar la sonda que iba a romper la bolsa del líquido amniótico fue lo que hizo que quisiera salir de allí, tan solo tres días después de incorporarse a la plantilla del abortorio.

Pero entre el personal sanitario cuya vida dio un vuelco y pasaron de practicar abortos en primera mano a defender la vida y el embarazo hay muchos otros ejemplos, como Abby Johnson, la exdirectora de la multinacional abortista Planned Parenthood, quien después de ocho años en el cargo se convirtió en activista provida. Lo que Johnson vivió inspiró la película Unplanned.

Otro de los más famosos es el difunto doctor Bernard Narthanson, el llamado rey del aborto. Colaboró en la legalización del fin de la gestación en Estados Unidos y confundó el grupo abortista Naral.

El doctor Bernard Nathanson

«Soy personalmente responsable de 75.000 abortos», confesó en una ocasión. «He abortado a los niños por nacer de mis amigos, mis colegas, conocidos casuales, incluso mis maestros», añadió. Más tarde, poco tiempo después de que el fallo Roe vs Wade comenzase a otorgar cobertura constitucional al aborto, la imagen de un niño en la pantalla de ultrasonido al realizar una ecografía le impresionó. El bebé intentaba alejarse de la pinza con la que se realiza un aborto quirúrgico.

Después de esta experiencia, el doctor Nathanson, que nunca había dudado de su confianza en estar prestando un servicio a quien le buscaba, comenzó a dar testimonio en defensa de la vida. «Uno de los argumentos a favor del aborto es insistir en que la definición de cuándo comienza la vida es imposible, que es una cuestión teológica, moral o filosófica, cualquier cosa menos científica», escribió en su autobiografía La mano de Dios, donde también incide en que la fetología muestra de forma evidente que la vida comienza en la concepción.

Kathi Aultman estudiaba medicina cuando se sometió a su propio aborto. Esto despertó su interés en la ginecología y al salir de la facultad, ella comenzó a practicarlos ella misma. Cuando dio a luz a su propio hijo, comenzó a replantearse su apoyo a la 'interrupción voluntaria del embarazo', también debido a tres pacientes a las que tuvo que atender. Una de ellas era una niña, que se había sometido ya a múltiples abortos. Tres de ellos los había practicado la doctora Aultman.

La segunda de estas mujeres sorprendió a la doctora al decirle: «solo quiero matarlo». Mientras que la tercera paciente era una madre de cuatro que no podía tener otro hijo por motivos económicos. Este fue el último aborto que Aultman practicó.

En una entrevista con Lila Rose, fundadora de Live Action, esta antigua médico abortista admite que no fue hasta que vio a chicas jóvenes con hijos a las que les iba bien que empezó a plantearse defender la vida. «Siempre había pensado que un embarazo inesperado para una chica joven era lo peor que le podía pasar», dijo.

Anthony Levantino tenía una consulta privada en Nueva York, donde su mujer y él eran los únicos médicos locales que practicaban abortos. Llevaron a cabo como 1.200. Sin embargo, en su lucha contra la infertilidad, el matrimonio decidió adoptar un bebé. Al darse cuenta de lo complicado que era el proceso, afirmó: «Sabía que la razón por la que no podía encontrar un niño para adoptar era porque personas como yo practicaban abortos».

Una chica de 15 años que había dado a luz en el hospital en el que trabajaba decidió dar en adopción a su hija a Levantino y su esposa. Le pusieron por nombre Heather y, poco después, la pareja se enteró de que esperaban otro hijo. Tristemente, Heather falleció unos años más tarde, cuando fue atropellada por un automóvil.

Fue la muerte de su hija lo que cambio su perspectiva sobre el aborto. «Por primera vez en todos esos años, no vi el maravilloso derecho (de la mujer) a elegir. Todo lo que pude ver fue el hijo o la hija de alguien», confesó Levantino en una entrevista para Live Action.

Planned Parenthood, la multinacional del aborto, se puso en contacto con la ginecóloga y obstetra Patti Giebink para que trabajara con ellos y practicara un aborto a la semana. Un día estaba ayudando a dar a luz a una mujer y al día siguiente a poner fin al embarazo de otra, pero estuvo de acuerdo a pesar de ser consciente de la contradicción que suponía alternar su trabajo con realizar abortos.

«Cuando pienso en retrospectiva, y pienso... bueno, eso es mentalmente esquizofrénico: trabajar muy duro para salvar a mis pacientes obstétricas y sus bebés, y luego, al día siguiente, entrar y interrumpir el embarazo», contó Giebink en una entrevista con Focus on the Family.

No obstante, comenzó a constatar que la empresa para la que trabajaba se enfocaba en vender, aunque las mujeres que allí acudían no quisieran realmente abortar. A una de ellas le aconsejó que si no estaba segura, que reprogramase su cita. A Planned Parenthood esto no le gustó nada.

Una mujer, embarazada de 24 semanas (unos seis meses y medio) acudió a Giebink, y al decirle que su gestación estaba demasiado avanzada para realizarle un aborto, esta madre le contestó diciendo que tenía una cita para dos días después en Kansas, donde podría abortar hasta la semana 25. Al pensar en la cantidad de bebés prematuros que nacen antes de esa fecha, la doctora Giebink pasó a defender la vida.

El sentimiento de ayudar a las mujeres fue lo que llevó a la difunta doctora Noreen Jonhson a comenzar a practicar abortos. Al mudarse a Texas, otro médico le advirtió que sería conocida como la abortista de la ciudad. «Eso me golpeó como una daga. Quería ser un médico respetado en al comunidad», dijo.

Entonces, decidió no publicitarlo y solo practicar abortos a personas que conociese que pudieran guardar su secreto. Un día, un vecino le envió un paciente para que abortase. «¿Cómo supo él que los practicaba? De repente, mi reputación estaba en juego y decidió dejar de hacer abortos», cuenta.

En un vídeo para Live Action cuenta cómo realmente se volvió provida: «Llegué a reconocer el valor inherente y la dignidad de toda vida humana. Fue entonces cuando realmente vi la fealdad del aborto».

Deshumanizar al bebé

Una situación similar vivió su marido, el doctor Haywood Robinson. Fue durante la residencia en el hospital cuando el ginecólogo aprendió a hacer dilataciones y legrados, tanto para abortos quirúrgicos como para tratar las pérdidas espontáneas de embarazos.

«Ser el abortista local no era compatible con practicar nuestra fe en la comunidad», comentó. Después de cientos de casos, Robinson y su mujer se volvieron insensibles al aborto, «hasta el punto de que el médico deshumaniza al bebé dentro del útero y deja de ser algo sagrado, ya no es una vida humana».