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Las embarazadas en el último trimestre suelen sentir un deseo irrefrenable de ordenarlo y prepararlo todo para la llegada del hijoPexels

Hogar

Del nido lleno al nido vacío: lo que los padres atraviesan cuando sus hijos llegan y luego se van

Cuando los niños, ya no tan niños, vuelan del nido, puede surgir en los padres un sentimiento de tristeza y soledad

Como una cigüeña que prepara su nido para cuando nazcan sus polluelos, una mujer embarazada puede tener el impulso irrefrenable, sobre todo en los últimos momentos de su gestación, de limpiar, ordenar y preparar habitaciones y armarios. Este deseo de tener todo a punto en cada momento del día no significa que la gestante se haya convertido en Marie Kondo de un día para otro, sino que tiene un nombre: el síndrome del nido. Ni lleno ni vacío, de momento, las madres sienten de manera instintiva que han de poner cada palito del anidamiento en su lugar.

Su causa es hormonal y es bastante habitual en todos los embarazos, aunque de forma especial en los primerizos. Aunque el tercer trimestre es el momento en el que más complicado es para la embarazada moverse con agilidad para vaciar, llenar y clasificar armarios no se pueden contener. El peso de la barriga no es impedimento, e incluso algunas madres tras acabar su limpieza general rompen aguas y se ponen de parto, fruto del estado de hiperactividad en el que han vivido las últimas semanas.

Instinto maternal puro

Cada mujer lo puede vivir de una manera diferente. Hay quien se conforma con barrer, fregar y organizar armarios, pero también quien se dispone barriga por delante a mover muebles y pintar paredes. Algunas madres llegan incluso, en las semanas previas al parto, a embarcarse en una reforma en casa. Es instintivo, natural, de causa hormonal, pero también biológico. Los padres también pueden tenerlo, puesto que forma parte de la preparación para la venida del hijo, no solo material, sino también psicológica.

Este síndrome del nido se vuelve lleno cuando llega el bebé, pero no supone un cambio. Los deseos de preparar el hogar para hacerlo lo más confortable posible no acaban, pero tienen que compaginarse con el tiempo que necesitan todos los cuidados que precisa un recién nacido. El nido lleno se difumina con el tiempo y se esconde tras el instinto maternal de proteger y cuidar de sus crías. Desde darles de comer a colocar sus zapatos cuando llegan del colegio, prepararles la ropa para el día siguiente o correr hacia ellos cuando se caen en el parque.

Cuando el polluelo vuela

Y así, los niños van creciendo. Se vuelven primero adolescentes y luego jóvenes adultos, preparados para volar del nido. Cuando llega el momento, pueden surgir en los padres sentimientos de soledad, de tristeza, que antes no tenían, de rememorar con añoranza cómo sus hijos reían, cantaban y jugaban por todas las habitaciones de la casa. Así es el síndrome del nido vacío, que de repente parece muy grande y muy silencioso para la pareja.

La primera vez que se le puso nombre a estos sentimientos similares a los de un duelo tuvo lugar en los años sesenta en Estados Unidos. Una investigación había ligado erróneamente a mujeres que padecían depresión con el hecho de que atravesaban que sus hijos acabasen de salir de casa.

Sus síntomas más comunes son, aparte de la tristeza y la soledad, un sentimiento de vacío y aburrimiento constante, que acaba provocando que muchos padres se replanteen incluso el sentido de la propia vida. Al igual que el nido lleno, el síndrome del nido vacío no dura para siempre y suele difuminarse, como cuando llegaba el bebé, cuando uno se acostumbra a estar sin él.