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Enormes minuciasCarmen Fernández de la Cigoña

El día de la Vida

Aunque Él podría haber hecho las cosas como quisiera, lo cierto es que quiso hacerse hombre, perfectamente hombre, y no hay nacimiento sin embarazo y gestación

Hace unos días se celebraba lo que en el mundo occidental, en el mundo cristiano y en el mundo católico, se considera el Día Internacional de la Vida.

Por supuesto, esta consideración nada tiene que ver con los días internacionales que marca el calendario de la ONU, en el que ni por asomo podemos encontrar una referencia al Día Internacional de la Vida, si es que esta vida es humana.

Esto viene siendo ya reiterado, y tengo que decir que, por una vez, casi (casi) me parece bien en quienes establecen ese calendario y esas celebraciones, muchas de las cuales me parecen –y esto por supuesto es personal– absolutamente absurdas. Digo que casi me parece bien porque en esos dirigentes también casi podía parecer un acto de hipocresía, a la luz de la deriva que va tomando el mundo en general.

Pero como en este caso, y en otros muchos, la ONU me interesa poco, quiero recordar el porqué de la celebración del Día de la Vida el 25 de marzo y qué es lo que queremos celebrar con ello.

El día 25 de marzo la Iglesia Católica celebra el día de la Encarnación de Nuestro Señor. Nueve meses antes del 25 de diciembre, en el que los cristianos celebramos su nacimiento. Y aunque Él podría haber hecho las cosas como quisiera, lo cierto es que quiso hacerse hombre, perfectamente hombre, y no hay nacimiento sin embarazo y gestación.

Por eso el 25 de marzo para tantísimos es el Día de la Vida, y es importante recordarlo.

Parece mentira que, en el siglo XXI, con todo lo que ha recorrido la humanidad, sea mucho más necesario que en otras épocas, recordar y celebrar el Día de la Vida.

Con un contexto social y cultural en el que desde distintas instancias se empeñan en devaluar la vida, en restarle importancia porque nos quieren hacer creer que no tiene valor en sí misma, se hace cada vez más necesario alzar la voz para denunciar el sinsentido que esto supone, para que se oiga a los que no pueden hablar, para que los que sí pueden reconozcan una voz y una mano amiga, que les muestre y les confirme lo fundamental que es, para cada persona y también para cada sociedad, la defensa de la Vida. De la propia y de la de los demás.

Con el suicidio demográfico que vivimos, que alcanza cotas absolutamente preocupantes, cualquier autoridad que mirara por el bien común estaría empeñada en revertir esta tendencia. En mostrar, no inventar, la belleza y el bien que supone la vida. En facilitar en cada uno de los casos las medidas necesarias para que esa vida pueda seguir adelante. Y lo haga dignamente.

Aquí no. Aquí estamos observando como se aprueban leyes que nunca debían haber sido aprobadas, que provocan desastres y en su caso absurdos, y que luego hay que reformar, ante esos desastres provocados. O nos sometemos al bienestar animal con mucho más afán que al acompañamiento y al cuidado de los que lo necesitan. O por supuesto ni mencionamos el incremento de suicidios que se está produciendo en mayores, pero especialmente en jóvenes y adolescentes, que es un evidente reflejo de que en esta sociedad, tan estupenda, tan libre, tan igualitaria que nos quieren vender, algo va muy mal.

Por eso hoy, cada año, cada día, es importante celebrar y recordar el bien que supone la vida. Que lo veamos en nuestra vida particular y que seamos capaces de transmitirlo a la sociedad entera. Porque solo una sociedad que protege, defiende y celebra la vida, la de todos, es una sociedad verdaderamente humana.