Eduardo Navarro: «En muchas familias la ausencia del padre no es sólo simbólica, también es real»
El director adjunto del Instituto Desarrollo y Persona de la Universidad Francisco de Vitoria explica que, «a pesar de que socialmente se ataca su figura, hoy los padres jóvenes tienen más presencia, son más afectivos, y viven su paternidad con mayor ternura»
Eduardo Navarro lleva años comprobando de primera mano el impacto que tiene en los jóvenes, en los niños y hasta en los adultos la figura del padre. Ya sea por su presencia amorosa, como por su ausencia o por sus comportamientos distorsionadores.
Como director adjunto del Instituto Desarrollo y Persona, de la Universidad Francisco de Vitoria, Navarro ha impartido incontables talleres en colegios, institutos y parroquias. Por eso, durante su intervención en la I Semana de la Familia que organizaron conjuntamente la Universidad San Pablo CEU y la UFV no quiso dejar de insistir en que «la paternidad, más allá de ser un hecho biológico, es una condición de la persona madura, a la que todos estamos llamados».
Una cultura contraria a la paternidad
Como explica Navarro para El Debate, «la gran dificultad a la que hoy nos enfrentamos como sociedad para entender la importancia del padre en la vida de una persona es la falta de referentes». Navarro, que tiene cinco hijos, reconoce que «todos los padres hacemos lo que podemos, pero para aprender a hacer las cosas bien siempre necesitas referentes, y hoy, con la masculinidad en crisis y unos modelos familiares que no son los mismos que teníamos hace 30 años, faltan esos referentes».
Además, «las propuestas de paternidad que encontramos en la cultura son contrarias a la figura paterna: el padre es siempre el sospechoso habitual para nuestra sociedad». «El cine, la literatura y la cultura se preguntan si el padre es necesario, y la respuesta es que no lo es. Aunque sea mentira. Hace poco, una actriz bastante famosa decía que quería que sus hijos no tuvieran padre, y la aplaudieron por ello».
Ausencia real del padre
Pero lo peor es que «hoy en muchas familias sufrimos una ausencia real del padre, que no es sólo simbólica», apunta el experto.
Navarro abunda en la idea: «No se trata sólo de que socialmente nos falte el respeto a la autoridad o haya una ausencia del varón-padre en las instituciones, sino que hay una ausencia real del padre en la vida de las personas». Y aporta datos estremecedores: «Hoy, uno de cada 3 niños en EE.UU. no conoce a su padre. Y si nos centramos en ciertas minorías culturales o étnicas, la cifra sube a dos de cada tres niños. En España no hay estudios comparables, pero mi sensación es que no estamos muy lejos».
Esta ausencia tiene un impacto enorme en el desarrollo de la persona. «Hay dones que son específicos del padre y que la madre no puede expresar, porque antropológicamente somos diferentes», señala Navarro.
Los dones de la masculinidad
Y cita a la neuropsiquiatra italiana Mariolina Ceriotti para referirse a «los dones de las especificidad masculina, que tienen que ver con la potencia. Una potencia que se puede expresar en el vigor y en la fuerza, pero sobre todo tienen que ver con la exuberancia, con salir hacia fuera de uno mismo».
Esta característica, explica Navarro, es algo que «el varón tiene que aprender a dominar, para no caer en la pre-potencia, de eso que nuestra cultura llama masculinidad tóxica, ni en la impotencia, de aquellos que renuncian a su virilidad porque entienden mal el vigor, la agresividad masculina, cuya etimología es 'yo avanzo'».
Vivida de este modo, «la paternidad implica aceptar tener una palabra en el destino de otro, irradiarle tu ser. Es algo que te convierte en un adulto capaz de tener una presencia significativa en la vida de otro. Ser padre y marido es hacer espacio en el corazón al hijo y a la esposa, y eso nos configura. Y por eso, según sea tu entrega, puede vivirse no sólo en la paternidad biológica, sino también en la de adopción, en el trato a los vulnerables, e incluso aplicaría a los sacerdotes y a los maestros».
Lo que sólo puede hacer papá
Por lo tanto, «si padre y madre no somos iguales y tenemos códigos distintos que son reconocibles (en el caso de la mujer, más centrados en la acogida, en la lectura de los sentimientos y de las realidades de dentro), para establecer bien el código de pertenencia del hijo, tenemos que reconocer que sólo papá puede hacer ciertas cosas que necesitan sus hijos», explica Navarro para El Debate.
Y da algunos ejemplos: «Sólo papá puede mirar de cierta manera, como lo hace a una hija resaltando su feminidad sin carga erotizante (que es lo que ella después buscará en un varón), y sólo papá puede acoger a su hijo varón, ensalzando su vigor por el abrazo de la ternura masculina».
Una nueva paternidad
Con todo, Navarro ve un cambio social positivo en las nuevas generaciones. «Estadísticamente, se nota que hay más implicación del padre en la vida de los hijos. Lo vemos en el incremento de las bajas de paternidad, y culturalmente se puede encontrar una corriente de padres primerizos que narran sus paternidades, inseguras por falta de referentes, pero con deseo de plenitud».
Así, «hoy los padres jóvenes tienen más presencia, son más afectivos, y viven su paternidad con mayor ternura. En medio de tantos apuntes negativos, y después de comprobar que no funciona el padre-colega ni el padre-dictador, hay un deseo de paternidad auténtica».