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Una madre abraza a su hijoPexels

El amor de una madre es capaz hasta de cambiar el ADN de su hijo

El estrés en los recién nacidos por la falta de cuidados de sus madres provocaba que los genes se copiaran y movieran con mayor frecuencia, según un estudio

Un antiguo estudio, tanto que se remonta a los años 50 del siglo pasado, se propuso saber qué le pasaba a un niño que crecía sin amor. Fue el psicoanalista René Spitz quien, mediante la observación de un grupo de huérfanos, constató que los bebés que crecían sin cariño podían llegar a morir. Sus datos mostraron que el 37 % de los recién nacidos que se criaron en un orfanato fallecían, y los comparó con lo que crecían junto a sus madres en prisión. De estos últimos, todos sobrevivieron.

Entonces sus conclusiones fueron desprestigiadas por la comunidad científica, pero años después sus tesis fueron probadas. El amor de una madre y como este se manifiesta es clave en muchos aspectos que repercuten a su hijo: la formación de su personalidad, la manera en que tolerará las emociones negativas o afrontará el estrés cuando crezca. Pero también podría ser definitivo en algo que no se ve pero que hace a cada persona única e irrepetible. Su ADN.

Esta es la conclusión de un estudio publicado en la revista Science, que sigue una línea de investigación que defiende que las experiencias tempranas en la vida influyen en el ADN de un cerebro adulto. El paso que dieron fue el de analizar el impacto del comportamiento de una madre cariñosa o negligente en los genes de sus crías.

Su investigación se llevó a cabo mediante distintas pruebas que realizaban en roedores, en los que observaron que aquellos recién nacidos que recibían actos de amor, como lengüetazos o aseo, de sus madres tenían menos copias de un gen saltarín llamado L1 que los que crecían con madres menos atentas.

Según explican los investigadores, que pertenecen al Instituto Salk de California (EE.UU.), esto podría ser debido al estrés al que se ven sometidos las crías de las progenitoras negligentes que llegaba a provocar incluso modificaciones genéticas. Para asegurarse de que no fuera una coincidencia, realizaron una serie de pruebas de control, como verificación del ADN de ambos padres de cada camada.

Una vez que constataron que el estrés provocaba que los genes se copiaran y movieran con mayor frecuencia, les pareció curioso que esta correlación no se daba entre el cuidado materno y la cantidad de otros genes de salto conocidos, a parte del L1.

Lo que les quedaba por analizar entonces era la metalización, el patrón de marcas químicas en el ADN que indica si los genes deben o no copiarse y que puede verse influenciado por factores ambientales. Así es como constataron que la metilación de los otros genes de salto conocidos fue consistente para todos los descendientes. Pero fue diferente con el L1: los ratones con madres negligentes tenían notablemente menos genes L1 metilados que aquellos con madres atentas, lo que sugiere que la metilación es el mecanismo responsable de la movilidad del gen L1.

«Este hallazgo concuerda con los estudios de negligencia infantil que también muestran patrones alterados de metilación del ADN para otros genes», explicó entonces Rusty Gage, profesor de Genética en Salk. No obstante, reconocen que su efecto en la práctica no está claro o si tiene otras consecuencias funcionales. En sus futuros trabajos se plantean examinar si el desempeño de los ratones en las pruebas cognitivas, como recordar qué camino en un laberinto conduce a una golosina, se puede correlacionar con la cantidad de estos genes saltarines.