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La primera vez que un duque de Alba no acudió a la llamada de su Rey
El 4 de noviembre de 1922 el mundo moderno descubría la tumba de un faraón intacta. Nacía el mito Tutankamón y el duque de Alba estaba implicado
La leyenda cuenta que Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, ante la desilusión que encontró en su amigo, Lord Carnavon, que financiaba las excavaciones de Howard Carter en Egipto, hizo una gestión clave que llevó al descubrimiento de una tumba intacta. El lord inglés desanimado le dijo, de noble a noble, al duque Jacobo «que estaba harto de gastar una ingente fortuna en mover tierra del desierto sin resultados».
Ante esa desolación y para que no tirase la toalla, parece que el duque habló con el rey Alfonso XIII y este alguna gestión hizo porque Lord Carnavon se vino arriba otra vez. «Solo patrocinaré otra campaña más» y los Dioses, ante la inquietud reinante, obraron el milagro. Unos meses después, Tutankamón veía la luz en el mundo moderno.
Y la clave de esta historia la tiene la boda de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII Duque de Alba, que se casaba a finales del año 1920, con la rica heredera del inmenso patrimonio de la Casa de Híjar, María del Rosario de Silva Fernández de Ixar, hija de los duques de Aliaga y IX Marquesa de San Vicente del Barco. Y esta boda es importante por dos motivos, por la luna de miel y por el patrimonio que aportaba María del Rosario.
Y es el actual duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart quien, en el magnífico salón del piano del palacio madrileño de Liria, nos lo cuenta. El Debate es el único medio de comunicación presente, y lo hace también delante de sus hijos, Fernando y Carlos, sus respectivas esposas y sus hermanos; Alfonso, Jacobo, Eugenia y Fernando. Por cierto, que me llama la atención el buen pelo de los varones mayores, blanco impoluto y se ve que está bien tratado.
El duque Carlos, se levanta, se acerca al atril delante del piano y lee unas notas, que un ayudante le va recogiendo sin que el duque tenga que moverse. Nada que ver con ese gesto desairado del Rey Carlos III de Inglaterra con su ayudante. Aquí todo fluye en armonía sin que se note la ausencia del díscolo Cayetano.
«Mi abuelo era admirado en Inglaterra, casó en Londres con la hija de los duques de Híjar, título que hoy lleva mi hermano Alfonso. Mis abuelos estuvieron en su viaje de luna de miel navegando por el Nilo. Era la arqueología, una de las pasiones de mi abuelo. Aguas arriba encontraron a su amigo Lord Carnavon, que, ciertamente se encontraba desanimado y le contó a mi abuelo que, lo único que hacía allí era gastar ingentes cantidades de dinero en remover tierras en las excavaciones que dirigía Howard Carter y aprovechó para presentárselo. Le contó que estaba tan desanimado que iba a dejar ese mecenazgo». Parece que una gestión del duque Jacobo consiguió que el Lord se comprometiese a financiar una excavación más y, si no encontraban nada, abandonaba. A los pocos meses aparecía la tumba intacta del faraón niño.
Esta historia la relata el duque de Alba con gran admiración por su abuelo y anunciando que habrá una biografía suya en breve. «Un hombre culto, abogado que dominaba el inglés, francés y bastante de alemán. Mi bisabuela Rosario, fue la que más influyó en su hijo. Ella soñaba con ingresar en la Academia de la Historia. Deportista que participó en el equipo de polo en los Juegos Olímpicos. Diputado en Cortes y luego Senador. Ministro de lo que hoy es Asuntos Exteriores y que fiel a sus ideas monárquicas dimitió de sus cargos al instaurarse la dictadura. Es cuando pronuncia la frase: «Es la primera vez que un duque de Alba no puede acudir a la llamada de su rey ante la negación de pasaporte del régimen de Franco, cuando el conde de Barcelona le pidió que fuera a visitarle en Estoril».
Gracias a la luna de miel por Egipto y al contacto con Carter, este es invitado a España y se aloja en Liria. Carter quedó muy agradecido y le dijo que había sido la mejor semana de su vida, y lo sabemos porque lo dejó escrito y la carta se puede ver en la exposición que se acaba de inaugurar en lo que fuera el despacho del duque, en un lateral del palacio de Liria y que, desde ahora, será un nuevo espacio para exposiciones temporales.