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La manía de Isabel Preysler que más incomodaba a Vargas Llosa

El relato del escritor peruano Los vientos arroja pistas sobre cómo era la convivencia de la pareja en la residencia de Puerta de Hierro

El desamor siempre ha sido una potente fuente de inspiración para artistas. Si Shakira ha hecho caja con una pésima canción arremetiendo contra Piqué, el relato de Mario Vargas Llosa Los vientos sigue siendo analizado con minuciosidad en búsqueda de referencias veladas hacia Isabel Preysler. Un cuento con tintes autobiográficos que, tras su ruptura con la reina de corazones, cobra un nuevo significado.

Uno de los pasajes más comentados hace referencia a ese hombre, en el crepúsculo de su vida, que se arrepiente de haber abandonado a su mujer de toda la vida por otra, que en realidad no merecía tanto la pena. No parece casualidad que Vargas Llosa se refiera a esa esposa de toda la vida como Carmencita, el segundo nombre de su esposa y madre de sus tres hijos, Patricia Llosa.

También puede leerse entre líneas la crítica hacia ciertas costumbres de Isabel Presyler, durante su convivencia en la casa de Puerta de Hierro. A sus 71 años, Preysler luce un aspecto envidiable, instalada en una eterna juventud. Siempre le ha gustado cuidarse y dedicar largas horas a sus rutinas de belleza. Nada extraño en una mujer bella y coqueta, que vive de su imagen y que incluso lanzó su propia línea de cremas.

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, en el Teatro RealGTRES

El premio Nobel afea, indirectamente, a su expareja su obsesión por el físico y la búsqueda constante de productos para detener el paso del tiempo en su rostro y su cuerpo. En uno de los párrafos de Los Vientos, menciona la manía de estar constantemente utilizando cremas. «Después, cuando yo les pregunté por qué se preocupaban tanto por las cremas, los ungüentos, los afeites, los noté incómodos, como si hubiera violado un terreno íntimo. Luego de una larguísima pausa, uno de ellos murmuró: 'Nuestro cuerpo es sagrado y hay que cuidarlo'. Para ellos, en verdad, lo sagrado son las perfumerías y las farmacias».

En el relato, el escritor peruano escribe cómo el protagonista recibe, con estupor, las preguntas sobre si él seguía ciertas rutinas para cuidar su físico. «Me preguntaron si no me había echado algo para el sol y como les dije que no, que nunca usaba cremas protectoras, se escandalizaron. Me confesaron que todo el dinerito que ganan con trabajos eventuales y las pensiones que recibían por el mero hecho de existir los invertían en comprarse pastillas, lociones, tónicos, todo aquello que impide el deterioro de la piel, los ojos, los dientes».

Durante sus años en Puerta de Hierro, Vargas Llosa compartió techo también con Tamara Falcó. De ahí que algunos hayan querido ver que estas frases también irían dirigidas a ella y sus constantes cuidados estéticos. La relación entre el escritor y la marquesa de Griñón siempre fue aparentemente buena e incluso él se prestó a participar en el documental de Netflix La marquesa o dejarse ver en las cocinas de Masterchef.

Y atención, porque en el relato de Vargas Llosa, leemos unas referencias la cocina (y probablemente, a Tamara) más explícitas. «Pero, en esta última, la Filosofía comparte el departamento académico con Teología y Cocina. ¡Vaya mezcla! Me imagino el diploma de Doctor en Filosofía, Teología y Gastronomía y me muero de risa».