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Las costumbres de Vargas Llosa que desenamoraron a Isabel Preysler

Tras ocho años de relación, la pareja más solicitada del photocall anunció su ruptura con versiones contradictorias sobre los motivos

Su historia de amor sacudió por igual al mundo de la cultura y la prensa social. Durante ocho años, Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa formaron una de las parejas más cotizadas del photocall. Ella, reina de corazones, siempre supo mantener el interés informativo en torno a su vida y la de su familia. Él, príncipe de las letras, aportaba el punto intelectual. Dos mundos, aparentemente alejados, que se entrelazaban para deleite de un país siempre aficionado al chisme.

Su ruptura, vendida magistralmente en ¡Hola!, la revista de cabecera de la familia Preysler, pilló a muchos por sorpresa y desencadenó un torrente de informaciones contradictorias sobre los motivos. La socialité alegó los celos infundados del escritor. Él no quiso entrar en disquisiciones, pero sí llegó a negar ante los reporteros que esa fuese la causa.

El día 30 de noviembre, Isabel Preysler llegó a su casa de Puerta de Hierro tras cumplir con una fiesta de una conocida marca de champán. Vargas Llosa la espera despierto y se desencadenó una discusión entre ellos. El premio Nobel recogió algunos enseres y se marchó a su pisito de soltero, concretamente un ático en la calle Flora, junto al Teatro Real. No era la primera vez que hacía las maletas. En junio, ya hubo otra conversación subida de tono que desencadenó la misma reacción en el escritor. Una costumbre que irritaba sobremanera a Isabel Preysler. En lugar de hablar tranquilamente cuando surgían los problemas, Vargas Llosa huía y desaparecía devorado por su ira.

El ático de Vargas Llosa, en el Madrid de los Austrias

Dos días más tarde de esa última discusión, Vargas Llosa buscó un acercamiento a través de la literatura. Le mandó mediante un mensajero el manuscrito de su próxima novela, que versa sobre la música criolla. Éxito nulo. La reina de corazones le envió una carta en la que le pedía que no volviese. Isabel Preysler llegó a decirle que su casa no es un hotel.

En una de esas crisis, concretamente la de junio, la revista Semana publicó las imágenes del escritor entrando en su casa de la calle Flora. En aquel momento, los protagonistas quisieron silenciar la información argumentando que Vargas Llosa guardaba muchos libros en su piso y que algunas mañanas se desplazaba hasta allí para consultarlos o escribir con más tranquilidad. En esa vivienda también se ha reunido en algunas ocasiones con sus tres hijos; Álvaro, Gonzalo y Morgana. Pero si pernoctaba más de una noche era señal de que las cosas no marchaban bien con Isabel.

Vargas Llosa e Isabel Preysler también chocaron en su manera de concebir el mundo del espectáculo. Aunque el escritor accedió a posar en photocalls y protagonizar portadas de ¡Hola! e incluso aparecer en el documental de Netflix de Tamara, los focos acabaron por cegarle. En más de una ocasión comentó que estaba hastiado de tanta impostura. Un comportamiento que también molestó a Isabel. Hay que recordar que en el ensayo La civilización del espectáculo, el escritor definía al periodismo del corazón como una industria «frívola», «sin valores estéticos», controlada por «el carnaval de los embusteros».