Gastronomía
Organizar (y sobrevivir) a una boda es posible
Hay que entrar en el torbellino y dejarse arrastrar, solucionando con un toque rápido todo lo que sea visible y posible
En esto de las celebraciones, en los últimos años las cosas se han complicado, y mucho. Cualquier ceremonia se celebra por todo lo alto, me pregunto… ¿Dónde han quedado los antiguos desayunos familiares o las discretas fiestecitas infantiles de las Primeras Comuniones? Hoy la cosa ha ido a mayores, y muchas de ellas se han convertido en una competición feroz entre padres. He llegado a asistir a festolines que incorporaban discoteca para mayores e incluso juegos taurinos, momentos en los que los niños-protagonistas estaban de más. Una locura que aumenta según lo hace el tipo de celebración, y que crece en proporción inversa a las poderosas razones que determinan una celebración religiosa, que son las creencias.
A tenor de esto, pueden imaginar lo que supone organizar una boda. Muchos lo habrán padecido en sus propias carnes. Para conseguir un sitio decente hace falta que un ministro (no de los de ahora, claro) proporcione una recomendación muy potente y bien razonada. Y cuando uno ya suspira aliviado porque «solo» quedan tres comidas por probar junto a otra familia desconocida que se somete a idéntico rigor del implacable destino, piensa en que al menos podrán ir encontrando territorios comunes a lo largo de decenas de innumerables aperitivos, solomillos y troncos de pescado… Es entonces cuando, en un momento de clarividencia fatal pero exacta uno se da cuenta de que «esto» no ha hecho nada más que empezar.
Una boda sencilla, por favor, dicen los novios, ilusionados e ilusos. Si queréis una boda sencilla, novios, ¡¡fugaos!! No hay otra salida, lo prometo. La cadencia entre platos es frenética, muchos de ellos son imposibles y rocambolescos, de sexta gama, congelados o mal elaborados. Por no hablar de las complicaciones de los postres, que por exigencias del guion requieren que haya suficiente donde elegir para intolerantes al gluten, a los frutos secos, a los productos animales… aunque también que dejar alguna cosilla para el resto.
Cuesta trabajo, a pesar de la impresionante oferta, encajar un menú sencillo y sensato, bueno, bien presentado, apto para todos y discreto para el bolsillo. Porque ya no estamos seguros si las gambas deben llevar salsa teriyaki o un buen chutney ¡volvamos a probar! O si la carne llegará en su punto con la guarnición fría o más bien quedará pasada si la guarnición es caliente. Todo un dilema que, al final, está fuera de nuestro alcance solucionar. Uno se queda con cara de verlas venir, y esperar que todos hagan bien su cometido.
Pero cuando uno cree que ya está todo encajado, una vez decidido el menú y liberado de innumerables dudas, aparecen las diseñadoras de bodas, que suelen ser unas chicas encantadoras que ofrecen un panorama en el que se pueden incorporar a la celebración auténticos cisnes en tamaño medio para ambientar un enlace campestre, puestecitos en los que ofrecer más comida de todo tipo (desde perritos a tex-mex, chucherías o chicles americanos) o todo tipo de complementos, flores, manteles y extras que puedan imaginar. Algunos incluso son imposibles de imaginar. Y después de recibir todos los datos de la oferta uno se pregunta que cómo ha llegado hasta ahí. Y es entonces cuando se evidencia que no es posible escapar, que hay que hacer una huida hacia adelante con la mayor dignidad posible.
Y en eso estamos, cruzando los dedos, esperando que la sexta gama no haga su aparición, y si la hace lo haga de puntillas y con discreción para los no iniciados; que los invitados estén tan animados y sean tan gentiles que no perciban las posibles meteduras de pata del catering. No se puede escapar de la vorágine de flores, aperitivos, vestidos y complementos, maquillaje, peluquerías, transporte, liturgia de la misa… hay que entrar en el torbellino y dejarse arrastrar, solucionando con un toque rápido todo lo que sea visible y posible. Y después pensar que los novios tienen muy claro lo que quieren, porque están enamorados y se les nota, porque son gente sensata y recta. Encogerse de hombros, musitar una oración y tomar el primer canapé que se ofrezca con la esperanza de que todo vaya por el mejor de los caminos.