Los dedos salchicha de Carlos III y otros reyes con curiosas enfermedades
Los matrimonios entre monarcas consanguíneos causaron patologías como la hemofilia, porfiria o cuadros de locura
Se preguntaban las malas lenguas por qué Carlos III escondió sus manos en los bolsillos, o detrás de la espalda, en unas fotos oficiales tomadas antes de ser coronado como Rey. De sobra es conocido el color rojizo de sus manos, con sus falanges hinchadas, que serían consecuencia de una enfermedad, llamada dactilitis. La Fundación Española de Reumatología la define como «la inflamación de uno o más dedos de la mano o del pie». Puede deberse a una infección o a un cambio en el sistema inmunitario.
Los dedos salchicha de Carlos III han protagonizado cientos de titulares, sobre todo por lo llamativo que resulta a nivel estético, pero no parece que revista la gravedad de las enfermedades que padecieron otros reyes a lo largo de la historia.
La hemofilia ha sido conocida como la patología de los Reyes o la maldición sanguínea de la Reina Victoria. Su nieta Victoria Eugenia introdujo esta afección en la realeza española al casarse con Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I de Borbón. Se trata de una enfermedad ligada al cromosoma X que transmite la mujer y padece el hombre. Impide la coagulación adecuada de la sangre, por lo que el sangrado dura más tiempo y aumenta el riesgo de hemorragia.
De Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia se escribió que tenía piernas débiles y un andar extraño. Se atribuye a una enfermedad neuromuscular hereditaria, que compartía con su padre y su hijo. También tenía una tendencia a babear debido a una lengua grande o laxa y padeció muchos síntomas de la porfiria, aunque se manifestó más en sus descendientes.
Jorge III, cuya historia se recrea en reciente estreno de Netflix, sufrió una recurrente y finalmente permanente enfermedad mental. En la actualidad se cree que padeció trastornos mentales y nerviosos como consecuencia de la porfiria.
Ricardo III padecía escoliosis y tenía la columna vertebral debilitada, lo que llevó a Shakespeare a retratarlo como un rey jorobado o impedido, aunque investigaciones recientes concluyeron que se lo inventó. A partir de unos huesos hallados en 2012 bajo un aparcamiento de Leicester, comprobaron que su columna estaba doblada hacia un lado, en lugar de hacia adelante, por lo que no se le puede describir como un jorobado.
Enrique VIII de Inglaterra sufrió un grave deterioro físico y mental, alrededor de los 40 años, que le hizo convertirse en una persona completamente diferente. El hecho de que sus dos primeras esposas, Catalina de Aragón y Ana Bolena, se quedaron embarazadas una vez, pero tuvieran desde ese momento múltiples abortos, llevó a sospechar que tenía el Síndrome de McLeod. Se trata de un desorden genético ligado a mutaciones del gen de Kell.