¿Por qué Carlos III ha apartado a los colaboradores más estrechos de su madre?
Ha prescindido de dos altos cargos, el secretario privado Edward Young y el teniente coronel Tom White, y ha expulsado a la polémica Angela Kelly, confidente de Isabel II
Sin prisas, pero sin pausas; sin brutalidad, pero con determinación. A lo largo del primer año de reinado, Carlos III ha colocado a todos sus personas de confianza en los puestos clave de su Casa. El inevitable corolario del proceso ha sido el despido de pilares de la Casa de su madre, Isabel II.
El caso más difícil de resolver no ha sido político, o institucional, sino estrictamente doméstico: Angela Kelly, asistente personal de la fallecida soberana y responsable de su guardarropa –y por, ende, de su imagen– se había convertido en algo más que una confidente. Como relata Valentine Low en Courtiers –un libro riguroso, imprescindible para entender los últimos años del anterior reinado y el primero del actual–, en una ocasión, mientras se probaba un traje, Isabel II miró fijamente a Kelly y le dijo: «podríamos ser hermanas». Además, ambas gastaban el mismo número de calzado que la Reina, un 37 en medidas continentales, por lo que solía estrenar los zapatos de la monarca para suavizarlos antes de que los usara su destinataria.
Un nivel de intimidad que la monarca más longeva de la historia británica, afable en el trato, pero implacable a la hora de marcar distancias, nunca concedió a ninguna de las personas que las sirvieron, ya fueran altos cargos de su casa o miembros del servicio. A Kelly la autorizó incluso a publicar tres libros –Margaret Rhodes, íntima de la Reina y prima hermana suya por el lado materno, solo publicó uno– sobre su experiencia como senior dresser.
Mas a raíz del segundo, Carlos III optó por alejar a Kelly de la Corte: estimaba que había traspasado el umbral de la indiscreción al revelar detalles sobre cómo Isabel II vivió los momentos posteriores a la muerte del Duque de Edimburgo. El nuevo Rey se enfrentaba al dilema de cómo prescindir de una persona que había atesorado muchos secretos, tal vez demasiados y que la lista de sus disfrutaba de un apartamento grace and favour en los aledaños del Castillo de Windsor. Un cese puro y duro, humillante para la interesada, podría haber transformado a Kelly en una bomba de relojería. Por ejemplo, cediendo a la suculenta tentación de alguna editorial.
Los asesores del Rey negociaron con Kelly y ambas partes alcanzaron un acuerdo mediante el cual la antigua senior dresser se comprometía a abandonar Windsor –lo hizo la pasada primavera– a cambio de una vivienda de uso vitalicio en el distrito de Peak, bien lejos de Londres y de Windsor, cuya propiedad revertirá a la Corona una vez fallezca y de la Encomienda de la Orden Real de Victoria, rango conocido como CVO, según la costumbre británica. La ex todopoderosa Kelly también se vio obligada a firmar un acuerdo de confidencialidad sobre sus años en el entorno de Isabel II. Adiós, pues, al tercer libro.
Unos compromisos que han sido difíciles de arrancar: hubo incluso que desconectarle su móvil profesional para que ablandase sus posturas iniciales. Bien es cierto que la dama en cuestión tenía su carácter, siendo conocida en diversos ámbitos de la Casa de la Reina por el mote de «AK-47», las iniciales del famoso fusil de asalto. También permanece en el recuerdo de muchos el sonado enfrentamiento de Kelly con la futura Duquesa de Sussex, de soltera Meghan Markle, a cuenta de la diadema que esta última pretendía lucir el día de su boda.
Menos tensa, pero con mucha más carga institucional, ha sido la sustitución de sir Edward Young como secretario privado. El cargo, aunque no es el primero en la jerarquía de la Casa del Rey, es el de mayor relevancia: su titular gestiona las relaciones con el Gobierno, la oposición y el resto del mundo político, controla la agenda de la Familia Real así como los archivos. Young fue nombrado por Isabel II para asumir todas esas funciones en octubre de 2017. Sustituía a Christopher Geidt, hoy miembro de la Cámara de los Lores, cuya destitución -la primera de un secretario privado en más de un siglo- fue forzada, según algunos, por una inusual alianza entre el entonces Príncipe de Gales y el Duque de York.
Low no aclara en su libro las razones exactas del desagradable episodio, pero sí cita a varias fuentes anónimas que dan a entender que con la autoridad natural que proyectaba Geidt, la renuncia de los Duques de Sussex a seguir como miembros activos de la Familia Real no hubiera sido tan caótica. Low ofrece todo lujo de detalles sobre la hostilidad imperante entre el segundo hijo de Carlos III y Young, incluido un incidente bastante ruin con una fotocopiadora, pero Isabel II no quería más turbulencias en la última etapa de su reinado: Young siguió siendo secretario privado hasta el final. La Reina no olvidaba otros servicios prestados.
Con todo, la torpe gestión de la «secuencia Sussex» por parte del funcionario, y otros incidentes, ponía al nuevo Rey en apuros: ¿debía, al igual que hicieron Eduardo VII, Jorge V, Jorge VI e Isabel II, mantener durante el primer año de sus respectivos reinados al secretario privado del anterior monarca? ¿O debía decantarse por un despido sin contemplaciones?
Al final, el Soberano encauzó una solución salomónica: Young continuó hasta una semana después de la Coronación como «Joint Private Secretary», mientras que el hombre de confianza de Carlos III, sir Clive Alderton, ejerció desde el primer momento del reinado como «Principal Private Secretary». Así se despejaban dudas sobre la verdadera jerarquía. Hoy en día, Young es miembro de la Cámara de los Lores y también ostenta la condición de «Lord-in-Waiting», gentilhombre de cámara, que eventualmente le permitirá representar al Rey en funerales de personalidades o en actos menores. Muy lejos, en todo caso, del núcleo del poder en la Royal Household.
El tercer gran sacrificado de entre los estrechos colaboradores de Isabel II ha sido el teniente coronel Tom White, su último ayudante de campo. White, poseedor de una notable hoja de servicios en Afganistán, fue el primer oficial de Infantería de Marina en ocupar ese puesto tan discreto como decisivo. Su nombramiento, en el otoño de 2020, fue asimismo interpretado en algunos mentideros como un desagravio hacia el Cuerpo, tras dejar el Duque de Sussex su jefatura honoraria para emprender sus peculiares aventuras empresariales, editoriales y televisivas.
White, que se incorporó siendo comandante, acompañó a Isabel II hasta su muerte, tanto en su vida diaria como en sus desplazamientos públicos o privados y fue visto por última vez durante el funeral de la Soberana. El boletín oficial de la Corte, con fecha de 19 de octubre de 2022, señalaba que «el Rey ha recibido en audiencia al teniente coronel Thomas White, con motivo de su renuncia al cargo de ayudante de campo de la anterior Reina, y le impuso las insignias de Miembro de la Orden Real de Victoria».
Carlos III prefirió que asumiese exclusivamente esa posición el teniente coronel Jonathan Thompson, procedente del batallón «Argyll and Sutherland Highlanders», integrado en el Regimiento Real de Escocia, quien luce el vistoso uniforme de su unidad siempre un paso por detrás del Rey.
Los que se quedan
El nuevo Rey también ha nombrado un nuevo lord Steward (mayordomo mayor), un cargo honorífico cuyo anterior titular, el conde de Dalhousie, ya había presentado su renuncia en vida de Isabel II. Su sucesor es otro conde, el de Rosslyn, un policía que terminó siendo el último master of the Household del entonces príncipe de gales. Un detalle: el tercer marido de su madre, la francesa Athenais de Rochechouart-Mortemart, fue el diplomático español Juan Iturralde, marqués de Benemejís de Sistallo.