El lado más privado de la Infanta Elena, la sexagenaria que nunca quiso ser reina
Ha sido la más cercana a su padre y con muchos puntos en común, como ese pronto que les caracteriza y que enseguida se les pasa
Cuando nace la Infanta Elena, tal día como hoy de 1963, llovizna en Madrid. Su madre comienza con contracciones a las siete de la mañana, una costumbre, la de madrugar, que a Elena se le ha quedado porque no le cuesta abrir el ojo. Sus padres se hacen llamar príncipes de España, por deseo de Franco que es un título que no existe en la actualidad, y no suenan las 21 salvas de honor por el nacimiento de la primogénita de Don Juan Carlos y de Doña Sofía. Pesa 4 kilos y no nace en un palacio, algo inédito, igual que su padre. En ambos casos es la primera vez que unos supuestos herederos, porque ambos cuando llegan al mundo no tienen nada claro que puedan heredar la Corona, que nacen en un hospital. Elena en Madrid y su padre en Roma, donde vive exiliado.
60 años después, el Rey Juan Carlos está otra vez en el exilio en Abu Dabi y curiosamente el palacio de La Zarzuela, donde el matrimonio Borbón Grecia forma una familia, apenas lo pisan. Allí, en el monte de El Pardo, Elena celebraba sus cumpleaños con medias noches de jamón y tartas caseras. Al festejo acudían los nietos de Franco, los hijos de la duquesa de Alba o los príncipes búlgaros. Luego llegarían las fiestas amenizadas por Miguel Bosé o Los del Río o las fiestas de cumpleaños sorpresa en el paseo de Rosales. Las escapadas al Cielo de Pachá o al piso de Miguel Goizueta en la calle Velázquez que tenía salida para evitar paparazzis. A la infanta Elena le ha gustado una fiesta siempre y más las de sus cumpleaños. No así al que fuera su marido, Jaime de Marichalar que era reacio a celebrar sus onomásticas.
Llegar a los 60 es una fecha crucero y el momento de repasar etapas. Seis décadas en las que pesa la dispersión de la familia porque a ella le ha gustado siempre la sensación de sentirse en familia. Elena ha sido la más cercana a su padre y con muchos puntos en común, como ese pronto que les caracteriza y que enseguida se les pasa o ese disfrutar de conducir, cazar, bailar, montar a caballo, los chistes o estar con los amigos. Ella es católica y practicante, cuando competía y también estudiaba, no dudaba en darse un buen madrugón para ir antes a misa. Sabe que los sesenta es un momento para reflexionar. No tuvo salvas de honor en su nacimiento. Es de la generación del baby boom y aunque fuera la mayor de la familia Borbón Grecia, nació mujer, no la tuvieron en cuenta cuando se redactó la Constitución, como me dijo el Jefe de la Casa Real años más tarde «bastante tuvimos con sacarla adelante (refiriéndose a la Carta Magna), además era otra época y las mujeres, por ejemplo, no podían tener una cuenta corriente y para viajar necesitaban el permiso de su marido o de su padre».
Favor que le hicieron porque ella nunca quiso ser reina. Claro que le gusta recibir regalos, los de su boda los abría como una niña con zapatos nuevos o la cruz de plata que le regaló su pretendiente Luis Astolfi e incluso, su estupenda fiesta de mayoría de edad en La Zarzuela con cena, baile de gala y medio Gotha europeo danzando a su alrededor. Cuarenta décadas después poco queda de aquel mundo, pero que le quiten lo bailado porque si hay alguien que lo ha disfrutado, esa ha sido la infanta Elena. Felicidades a Elena, la reina que pudo ser.