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María del Monte a su llegada a los juzgados

Asalto en casa de la tonadillera

La valentía de María del Monte: se enfrentó con uno de sus atracadores que le golpeó: «¡Ni me toques!»

Las declaraciones realizadas por María del Monte y su pareja describen un asalto violento, aunque con concesiones y algo de empatía.

El Debate ha accedido al relato de varias de las personas que estaban en la casa de María del Monte mientras se produjo el asalto. A través de sus palabras en primera persona, la Guardia Civil pudo reconstruir lo sucedido. La primera en detectar la presencia de los ladrones fue Inmaculada, la pareja de María.

«Sobre las 4:30 de la madrugada me levanté y fui al baño», explica la mujer. «A los pocos minutos de regresar a la cama, no había conciliado el sueño cuando escuché un gran estruendo en el interior de la vivienda. Me levanté y fui hacia la puerta del dormitorio para bajar y ver qué había sucedido. Abrí la puerta y me encontré a un tipo encapuchado, de gran envergadura y de unos 180-185 cms de altura».

«Esto es un atraco», le dijo el individuo con claro acento español y andaluz. No había duda. Forcejeó con Inmaculada para atarla, momento en el que se despierta María del Monte. Así comienza la tonadillera su relato: 'Me despierto oyendo a Inmaculada decir, «pero qué haces». Abro los ojos y veo que está con dos encapuchados. Así que intento esconderme debajo de la cama'.

Inmaculada sigue: «Me ataron con el cable de mi móvil y creo con sábanas a la pata de la cama. Después, cogieron mi móvil. Empezó a darle golpes y a doblarlo por la mitad. Lo reventó entero. Aún así, esperaba más violencia. Creo que nos trataron con cierta familiaridad o empatía».

A María acabaron localizándola debajo de la cama: Me dijeron que me sentara en la cama y me estuviera quieta. Otro me gritó: «¡No me mires, que no me mires!». Otro chilló: «Quietas las dos que la casa está incomunicada». Yo estaba tan nerviosa que se me quedó la garganta seca y les pedí agua por favor. Me dieron una botella que había en la habitación».

A Inmaculada también le ofrecieron agua. Mientras, el resto estaba buscando la caja fuerte en ese dormitorio principal. De repente uno señaló una nevera de color rojo que había junto a la cama y gritó exultante: «¡La he encontrado, aquí está compañeros!».

Inmaculada estaba preocupada por su hija, que dormía con su pareja en la habitación de al lado. En un determinado momento, encontraron la caja fuerte en el vestidor y llevaron hasta allí a la joven. Le ordenaron que abriese la caja pero la pobre no conocía la clave ni tenía la llave: «Es que si pongo una clave que no es verdad la puedo bloquear», se excusó.

La pobre mujer recibió un guantazo en plena cara. Un bofetón con violencia que la tumbó en el suelo. «Si no abrís la caja fuerte secuestro a este chica. Os lo advierto», amenazó con dureza en la voz uno de los atracadores.

«Le di la llave de la caja fuerte a los encapuchados», relata María. Uno de ellos trató de abrir, pero la puerta se le resistía. «No se abre, no se abre, la niña esa ha bloqueado la caja», gritó uno de ellos frustrado. Otro tomó las riendas y dirigiéndose a María del Monte le dijo: «Tienes tres minutos para abrirla, si no lo haces, me llevo a la niña (la hija de Inmaculada) y la mato».

María intentó cumplir la orden, pero no lo conseguía, quizá por los nervios. «No la puedo abrir, es culpa tuya que la has forzado», reprende María a uno de los asaltantes. En ese momento, el encapuchado no se contiene y golpea a la tonadillera en el hombro. María se gira valiente y le planta cara: «A mó ni me toques».

Finalmente logra abrir la caja fuerte y regresa a la cama. Se pone de espaldas a los asaltantes. Ellos vacían el interior y salen corriendo de la casa.