La aguerrida resistencia del cabo Arrojo, laureado incluso tras su derrota en Filipinas
Quedó como muchos veteranos de Cuba y Filipinas: olvidado de todos y dejado a su propia suerte. Se retiró como general de brigada
Cuando pensamos en los héroes de la guerra de Filipinas la imaginación nos lleva al minúsculo pueblo de Baler y al pequeño grupo de soldados españoles que, bajo el mando del teniente Saturnino Martí Cerezo, mantuvieron la soberanía de España a lo largo de 337 días en un lugar olvidado de la isla de Luzón. El 1 de mayo de 1898 la flota del almirante norteamericano Dewey se enfrentaba a la flota del español Montojo para acto seguido bombardear y ocupar el arsenal de Cavite y la población del mismo nombre.
El cabo Manuel Arrojo López era el jefe de puesto del pequeño destacamento compuesto por nueve cazadores en el pueblito de Pilar, situado en el interior, al otro lado de la bahía de Manila, justo enfrente de la capital del archipiélago.
Tenían como acuartelamiento la pequeña la casa rectoral de la población desde la que los españoles pudieron oír y ver el combate naval de Cavite.
El mando militar español ordenó que las tropas españolas se concentrasen en Manila pero a las pequeñas guarniciones no les llegó la noticia y en muchos casos tampoco podrían haberla obedecido porque fueron atacados por la nativos que siempre les superaban en número, viéndose obligados a rendirse o a refugiarse en el edificio más sólido de la población, generalmente la iglesia, hacerse fuertes, resistir en espera de ayuda. Los pequeños destacamentos desperdigados por las Filipinas quedaron incomunicados y dejados a su suerte.
El cabo Arrojo y sus cazadores eran las únicas fuerzas españolas entre una población nativa de más de 3.000 tagalos. El 25 de mayo fueron rodeados sin posibilidad de huida. Cuatro días después el pueblo parecía vacío estando los diez españoles atrincherados en su cuartel de la casa rectoral. De pronto una turba armada entró en la población y se lanzó contra el cuartelillo de los españoles. Los soldados salieron combatiendo por el centro del pueblo, abriéndose paso a bayoneta calada en combate cuerpo a cuerpo. Durante estos combates, el cabo Arrojo fue herido en un costado y una bala explosiva le arranco la mano izquierda. En esta escaramuza murieron dos soldados y ya llegando a la Iglesia Arrojo volvió a ser herido, esta vez en la mano derecha. Ya en el interior de la iglesia un tagalo que estaba allí refugiado propinó un machetazo en la frente al cabo antes de que sus hombres lograsen eliminarlo.
Sitiados y sin alimentos, muy pronto se quedaron sin recursos y faltos de munición. El cabo Arrojo a pesar de sus heridas siguió haciéndose cargo del mando de su pelotón. Decidió que se subiesen al campanario y, una vez allí, destruir la escalera que le daba acceso. Desde la altura vieron una pequeña columna que intentaba socorrerles, pero fue rechazada en su avance.
Hasta la rendición
El 30 de mayo los sitiadores les ofrecieron la rendición, siendo descolgado el cabo Arrojo con una cuerda desde el campanario para oír sus condiciones. Arrojo exigió al enemigo que se respetase la vida de los supervivientes y que los heridos fueran atendidos en un hospital. Sus condiciones fueron aceptadas. Los ocho días siguientes fueron confinados en el mismo pueblo de Pilar sin recibir atención de ningún tipo. Luego fueron llevados a Cavite, nueva capital de las fuerzas independentistas tagalas donde el primer presidente de Filipinas Emilio Aguinaldo ordenó que se entregase al cabo Arrojo, como reconocimiento a su valor, un peso filipino. En Cavite fueron ya atendidos por los médicos de la escuadra norteamericana. Veinte días después el cabo Arrojo y sus cazadores fueron canjeados pudiendo llegar a Manila. Allí convaleció Arrojo mientras sus hombres combatían hasta la rendición de la ciudad el 13 de agosto de 1898. Fecha en que ya se había firmado el armisticio pero que los mandos yanquis no quisieron ni aceptar ni informar a la guarnición española, convencidos de que si no lograban tomar Manila no podrían retener las Filipinas.
En noviembre el cabo Arrojo embarcaba para España, donde llegó el 15 de diciembre entrando por Barcelona para luego viajar a Madrid, donde quedó como muchos veteranos de Cuba y Filipinas: olvidado de todos y dejado a su propia suerte. A los pueblos no les gustan los soldados vencidos.
Cuando llegó el diario de operaciones y la documentación militar de Filipinas, el general Juan Contreras Martínez, comandante general del Cuerpo de Inválidos, quedó muy impresionado por los hechos que habían protagonizado Manuel Arrojo y sus hombres. Le propuso para la Laurea que le fue concedida por R.O. de 9 de noviembre de 1900.
El cabo Arrojo permaneció en el ejército, como caballero mutilado, llegando al grado de coronel para retirarse con el empleo superior, general de brigada, por ser caballero laureado.