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Llegada de integrantes de la División Azul a la estación del NorteKutxa Photograph Library

Luis García Berlanga, un austrohúngaro en la División Azul

Sus cuadernos desde el Frente del Este así lo demuestran: el cineasta fue un falangista más. «Tuvo un momento de creer en José Antonio», afirmaría su hijo José Luis

Hace cien años, Luis García Berlanga nació en el seno de una familia valenciana de la alta burguesía terrateniente, de talante liberal. El abuelo había sido diputado del Partido Liberal. El padre, José García Berlanga y Pardo, militó en el Partido Radical de Lerroux y luego en su escisión, la Unión Republicana de Martínez Barrios. Este partido formaría parte del Frente Popular que se hizo con el poder en 1936, siendo don José elegido diputado por Valencia.

Cuando se produjo el alzamiento del 18 de Julio, el presidente Manuel Azaña encargó la jefatura del Gobierno a Diego Martínez Barrio durante algunas horas del día 19 en las que fracasó para detener la rebelión. Luego Unión Republicana formaría parte de los gobiernos del Frente Popular de la Guerra Civil, lo que no impidió que los milicianos anarquistas fuesen a por José García Berlanga con la intención asesinarle por cacique.

En 1939 Luis García Berlanga fue movilizado con la llamada «quinta del biberón», los menores de edad reclutados para el Ejército republicano por orden del presidente Azaña. Sin embargo no llegó a entrar en combate: se buscó un enchufe con un amigo médico y lo destinaron al botiquín de la 40ª División, por lo que pasó dos meses apenas en el Frente del Ebro. Era la picaresca que luego encontraremos tan presente en las películas de Berlanga.

Berlanga guripa

En el verano de 1941, con veinte años, Luis García Berlanga se subió a un tren que transportaría a los divisionarios valencianos a San Sebastián. Su hermano Fernando era el falangista de pura cepa, había combatido en la Quinta Columna y había sido encarcelado por los rojos. A los milicianos de la FAI, como apuntamos anteriormente, no les afectaba que José García Berlanga y Pardo, el padre del cineasta, fuese diputado de Unión Republicana. Para ellos era un terrateniente, burgués y opresor, lo que para ellos era más que suficiente para asesinarlo, así que José tuvo que huir de la Valencia republicana y se refugió en Tánger. Lo cuenta el mismo director: «Cuando llegó 1936 mi padre estaba en Unión Republicana. Pero resultaba que era muy perseguido por determinadas facciones de la ultraizquierda (…) por lo que no le quedó más remedio que huir de Valencia para salvarse de la persecución. Y se fue a Tánger, donde vivió un año, hasta que lo detuvieron los nacionales». El padre fue liberado por los nacionales, al no tener delitos de sangre, el 25 de febrero de 1942.

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Luis recibió la instrucción militar alemana en el campamento de Grafenwöhr, en Baviera, la compañía artillera en la que quedó encuadrado el cineasta fue destinada al frente de Nóvgorod, una ciudad a unos 200 kilómetros al sureste de Leningrado. Aquella zona era un puesto avanzado de las líneas alemanas y una de las tareas de la unidad de Berlanga consistía en vigilar los movimientos soviéticos desde una torre que servía de depósito de agua, en Kritivischchi, cerca de Leningrado, vigilando al enemigo soviético al otro lado del río Wolchov. Finalmente, el Ejército Rojo derribó la torre a cañonazos. Ese día el vigía era el valenciano Eduardo Molero.

Durante décadas, Berlanga mantuvo que se había ido a la División Azul para impresionar a una chica y para salvar a su padre. Ambas eran una ‘boutade’. Ya jubilado, Berlanga reconoció que también sus amigos eran falangistas y que se entusiasmó ante la movilización, tanto que fue en el primer envío. «Tuvo un momento de creer en José Antonio y de ser falangista», afirmaría su hijo José Luis. Así lo demuestran los diarios de Luis García Berlanga cuando era divisionario en Rusia. En ellos están sus escritos políticos fervorosamente azules: «Se es falangista o no se es. Este dilema fundamental surge inconscientemente ante cualquier problema con el que nos tropecemos. Y la manera de reaccionar define, si es que se puede definir, el estilo».

En la División Azul, sus cuadernos de allí lo demuestran, Berlanga fue un falangista más. Escribió un sentido panegírico elegiaco a un camarada azul caído en el frente donde decía: «Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que nos quedamos…». Fue publicado en la Hoja de Campaña de la División Azul bajo el título Fragmentos de una primavera, título inspirado en un verso del Cara al Sol. Aunque escribió otros más, por este artículo el Sindicato Español Universitario de Valencia le otorgó en marzo de 1943 el premio Luis Fuster, una distinción netamente falangista tras haber regresado del Frente del Este.

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De la Guerra Mundial regresó, por tanto, un joven de ideología falangista a una de las familias más contestatarias del franquismo, que se matriculó en Derecho, aunque se pasó a Filosofía y Letras. Berlanga decía que se matriculó en esta carrera porque quería jugar en el equipo de fútbol de la facultad literaria de Valencia, pero eso suena igual que la ‘boutade’ de irse a la División Azul para impresionar a una chica.

Su vocación definitiva

Por fin en 1947 encontró un camino que sería definitivo y donde brillaría con luz propia: el cine. En Madrid el régimen acababa de fundar el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, con las siguientes especialidades: dirección, cámaras, producción, interpretación, decoración, sonido y laboratorio. Berlanga ingresó con la primera promoción de alumnos de esta escuela de cine, en parte gracias a su hoja de servicios en la División Azul. Posteriormente conocerá a otro cineasta, a la vez parecido y distinto, Juan Antonio Bardem, con quien hizo su primer largometraje: Esa pareja feliz (1951).

Bardem pertenecía a una familia de la farándula muy alejada a la de propietarios de tierras de Berlanga. Bardem era un comunista con carné del PCE en una época en la que Berlanga reivindicaba el falangismo. Y sin embargo congeniaron como lo hicieron el también comunista Luis Buñuel que, en 1935, ayudaba a José Luis Sáenz de Heredia a rodar una de sus primeras películas, La hija de Juan Simón. Un comunista convencido y el primo del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, trabajando juntos y tan amigos en este drama musical. Cada vez que Buñuel regresaba a Madrid, quedaba con el azul Sáenz de Heredia, su amigo el director de Raza. No eran tan extrañas esas parejas, como la amistad de José Antonio Primo de Rivera con el poeta Federico García Lorca.

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Celebramos entonces las películas de un genio que vivió su tiempo conforme a los ideales hegemónicos y que, al final, vio triunfar también a su hijo Carlos pero en el mundo de la música con Alaska y Los Pegamoides.

¿Por qué el título de este artículo? El propio Berlanga lo explicaría: «Soy supersticioso. Metí un par de veces inconscientemente la alusión al imperio austrohúngaro en mis películas, un amigo me lo advirtió, y pensé que sería cosa de hacerlo siempre. Es como el trocito de madera que tengo que tocar para creer que las cosas van a ir bien».