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Asedio y destrucción de Jerusalén, David Roberts (1850)

Historia

Flavio Josefo, ¿patriota, traidor u oportunista?

Hay muchos «Flaviojosefos» que comienzan liderando un proyecto de rebelión y siguen engañando a sus compatriotas para pasarse definitivamente al enemigo

Cuando estudiamos la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén, que trae consigo una primera diáspora del pueblo judío, nos encontramos con la figura de Flavio Josefo (37-100 p.C.). Josefo no solo es un historiador, autor de La Guerra de los Judíos, sino que fue protagonista de algunos sucesos que narra. Primero, como uno de los comandantes del pueblo judío que se subleva contra los romanos en el norte de Galilea. Ejerce un gran liderazgo entre los suyos, pero es detenido en el asedio de la ciudad de Jotapata en el año 67. Al llegar al campamento romano, profetiza la elección de Vespasiano como emperador, lo mismo que su hijo Tito. Esto hace que lo liberen y lo nombren consejero de los romanos. A partir de ese momento, estará vinculado a los Flavios. Josefo intentará ser un buen romano, fiel a su pueblo y a su Dios. Admirado posteriormente por los cristianos, será considerado un traidor por la mayoría de los judíos.

Quería centrarme en este artículo en la actitud vital de Josefo, como comandante de los judíos en su rebelión. Vespasiano decide construir un terraplén, como única manera de conquistar la ciudad de Jotapata, levantada en un lugar muy escarpado. Una y otra vez les hicieron frente los judíos rebeldes y quemaron el terraplén. Vespasiano intentó el ataque con el ariete y Josefo ideó bajar sacos de paja donde el ariete impactaba, para amortiguarlo. Día a día rechazaron los ataques de los romanos e, incluso, con una flecha hirieron levemente a Vespasiano. El asedio se prolongaba y la figura de Josefo se agigantaba delante de los suyos.

Pero un traidor indicó a los romanos el punto débil de la ciudad y los romanos abrieron una brecha por donde penetraron en la misma.

«Esto llevó a suicidarse, incluso, a muchos de los soldados escogidos de Josefo. Como veían que no podían matar a ningún romano, se adelantaron para no caer en manos enemigas y, reunidos en la parte extrema de la ciudad, se dieron a sí mismos la muerte» (bel. iud. III, 331).

Jotapata ha caído en manos romanas. Josefo se esconde en el interior de una cisterna, donde se hallan unas cuarenta personas con abundantes provisiones. Pero al tercer día, los romanos les descubren. Como desean capturar vivo a Josefo, no prenden fuego ni los matan a todos. Josefo profetiza, pero sus compañeros no le dejan salir.

«Te daremos una mano y una espada. Si tú mueres voluntariamente, lo harás como general de los judíos, pero si lo haces obligado, morirás como un traidor»(359).

Lo importante no es tener una opinión, sino no falsear la realidad

Josefo procura evitar la muerte de sus compañeros y les da toda clase de argumentos filosóficos y religiosos.

«Pues es bello perder la vida por la libertad, yo también opino lo mismo, aunque, eso sí, cuando luchamos y cuando morimos a manos de los que nos la quitan. Pero ahora, ni los enemigos están frente a nosotros en la batalla ni nos van a matar. Es igualmente cobarde aquel que no quiere morir, cuando debe, como aquel que lo desea, cuando no es necesario» (365).

Acaba diciendo que el suicidio es lo más innoble de todo. Sus compañeros intentan matarle al ver que desea entregarse a los romanos y Josefo los detiene con nuevos razonamientos. Intenta que salga por sorteo.

«Una vez sometidos, se sometió a sorteo con ellos. La persona señalada por la suerte ofrecía su cuello al que era elegido detrás de él. Con la convicción de que también iba a morir enseguida el general. Sus soldados pensaban que la muerte con Josefo sería más dulce que la vida. Sin embargo, Josefo quedó el último con otro; tal vez haya que hablar del Destino, tal vez de la Providencia divina. No quería ser condenado por la suerte ni manchar su mano con el asesinato de un compatriota, en caso de que le tocara a él al final; por ello convenció al otro para que también conservara la vida mediante un juramento (389-391)».

El Poder corrompe y el Poder absoluto corrompe absolutamente

Josefo fue llevado ante Vespasiano y le dijo que quería hablar a solas. Vespasiano hizo salir a todos excepto a su hijo Tito y a dos más. Entonces Josefo profetizó:

«Pues si yo no hubiera sido enviado por Dios, sabría lo que prescribe la ley de los judíos y cómo debería morir un general. Me envías a Nerón. ¿Por qué? Después de Nerón no quedará ningún sucesor hasta llegar a ti. Tú, Vespasiano, serás César y emperador, y también lo será tu hijo que está aquí presente» (400-401).

Vespasiano se convencerá, le dará ropa nueva y objetos de valor y comenzará a tratarlo con mucha consideración, lo mismo que su hijo. Josefo le ayudará en la guerra contra su pueblo.

Bien, podemos pensar muchas cosas, pero en este tiempo ha habido y hay muchos «Flaviojosefos» que comienzan liderando un proyecto de rebelión y siguen engañando a sus compatriotas para pasarse definitivamente al enemigo, más poderoso que ellos. Les halagan con buenas palabras, dan un sustento intelectual a su postura y escriben la historia no solo con las fuentes, sino con los ojos del vencedor. Esto es relativamente normal y relativamente frecuente. Incluso es algo opinable, porque hay muchas posturas favorables al poder de los romanos y su Imperio y otras no tanto. Lo importante no es tener una opinión, sino no falsear la realidad. No inventarse las fuentes o ignorar deliberadamente la mitad de las mismas. No enriquecerse o alcanzar fama con mentiras, falseando las cosas. El Poder corrompe y el Poder absoluto corrompe absolutamente.

Quizás lo que más nos repele de Flavio Josefo es la astucia. Aunque esto es algo que muchos, en su vida privada, por escrito y en la televisión no solo aceptan, sino que admiran y tienen, pues solo les importa el éxito inmediato.

Su Imperio, como el Romano, pasará.