Franco en Hendaya: un error de traducción libró a España de entrar en la Segunda Guerra Mundial
Intrahistoria de la reunión entre Franco y Hitler
Hace más de ocho décadas que Franco y Hitler se reunieron en la estación francesa de Hendaya para pactar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. Se sigue contando la leyenda de que Franco quiso entrar en la guerra, aunque finalmente no lo hizo porque no pudo.
Es cierto que Franco, la España Nacional, tuvo la tentación de entrar en la guerra como consecuencia de la aplastante victoria del III Reich sobre los ejércitos galos y británicos y su fulgurante conquista de Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda antes de la caída de Francia en el verano de 1940.
Las reuniones de Serrano con Hitler y Ribbentrop en Berlín no allanaron la entrada de España en la guerra sino todo lo contrario. Hitler convocó una reunión en Hendaya. Antes de coger Franco el tren con destino a la estación francesa, recuerda su hija Carmen Franco: «Cuando mi padre se fue a ver a Hitler dejó a tres personas por si lo secuestraban, porque cuando fue allí no se sabía lo que podía pasar. Te podían secuestrar, y entonces dejó a tres personas el mando en una carta. Y una de las personas era el general Muñoz Grande».
Franco tenía en sus manos un informe devastador de Higinio París Eguilaz, asesor económico de Franco desde el comienzo de la Guerra Civil, en el que analizaba con total crudeza las enormes carencias de cereales, azúcar, abonos, el enorme paro obrero, la paralización de la agricultura y de la industria, etc. que padecía España, y el descontento que todo esto producía dado que varios millones de españoles pasaban hambre. Cuando Franco argumentó esta situación ante Hitler no hacía más que decir la verdad.
El almirante Canaris, en una de sus visitas a Madrid, proporcionó a Franco, a través del general Martínez Campos, un pormenorizado informe sobre la situación real de Alemania en el otoño de 1940, al tiempo que garantizaba al general Vigón que ningún soldado alemán lograría poner un pie en Inglaterra. Franco estaba bien informado de la realidad de la marcha de la guerra cuando salió para Hendaya, aunque la fulminante derrota de Francia aún flotaba en un ambiente cargado de buenas premoniciones para las armas del Eje. Pero la industria alemana era en 1940 un gigante con los pies de barro. Franco, conocedor de todo esto, pidió a Hitler la entrega de mucho armamento, especialmente de una docena de gigantescos cañones que sabía que Hitler no le podía entregar.
El 23 de octubre de 1940 se reunieron en Hendaya. Sobre aquellos días, continúa Carmen Franco:
«A la conferencia de Hendaya mi madre y yo no fuimos. Mi padre se fue a San Sebastián, pasó dos noches en el Palacio de Ayete, donde íbamos de veraneo, y luego se fue en tren (a la entrevista con Hitler), pero mi padre no quiso que mi madre y yo (fuésemos con él) y nos quedamos en El Pardo. Entonces mi madre decidió que había que rezar muchísimo, porque era una cosa muy importante a la que iba a ir mi padre. Mi madre tuvo el Santísimo expuesto. Nunca antes lo estuvo (...).
Una cosa que dicen es que llegó tarde. Llegó tarde, no porque papá quisiera llegar tarde, sino porque estaban fatal nuestras líneas férreas, muy abandonadas durante mucho tiempo, y el tren tenía que ir despacísimo, mucho más despacio de lo que se decía. Mi padre era muy puntual; como era militar, era muy puntual. Luego dijeron que si era para poner nervioso a Hitler, pero no. Mi padre hubiera querido llegar a tiempo».
Hitler llegó a Hendaya en su tren Erika a las 15:20. El tren de Franco entró en la estación francesa de Hendaya con ocho minutos de retraso, viéndose obligado Hitler a esperarle en el andén de la estación.
A la conversación entre Hitler y Franco sólo asistieron seis personas en el coche-salón del vagón de Hitler. En la mesa rectangular existente en el mismo, en la cabecera, se sentó el Führer, Franco a su derecha, Serrano a su izquierda. A la derecha de Franco, Ribbentrop. Junto a ellos, el Barón de la Torre como traductor de alemán para Franco y Gross como traductor de español para Hitler.
El Führer empezó a hablar afirmando: «Soy el dueño de Europa, y como tengo 200 divisiones a mi disposición, no hay más que obedecer»; frases que algunos historiadores ponen en duda que dijese. Una afirmación que no debió gustar mucho a Franco, por muy realista que fuese.
Terminada la primera entrevista, de regreso al tren español, Franco y sus acompañantes leyeron el borrador de propuesta de acuerdo que les habían entregado los alemanes: «España se comprometía en términos claros e inequívocos a entrar en guerra cuando Alemania lo considerase oportuno». Franco comprendió sin ningún tipo de dudas lo que la firma de este acuerdo suponía; a cambio de la intervención de España en la guerra, Alemania no aseguraba ninguna ayuda material ni beneficio territorial a los españoles. Para Franco la guerra tenía que ser el comienzo de un nuevo imperio español, no la sangría final de la España Nacional. Para los alemanes todo se circunscribía a la salida de los ingleses del Peñón de Gibraltar.
En la segunda reunión, que comenzó a las 20 horas, durante la cena y su sobremesa, las conversaciones se prolongaron hasta las 12 de la noche sin llegar a ningún acuerdo. El Barón de La Torre comentó a Franco: «Con respeto, mi General, pues que son unos perturbados y unos maleducados».
En un momento determinado de esta segunda reunión, la partida jugada por Franco estuvo a punto de terminar en catástrofe. Franco tuvo un desliz muy español al final de la entrevista y que el pésimo traductor alemán Gross no captó, lo que permitió que no tuvieses consecuencias. Franco carraspeó y volvió a erguirse: «Quiero deciros en primer lugar, mi Führer, que España está unida a Alemania con una amistad franca y leal. Los soldados españoles lucharon en nuestra guerra junto con los alemanes e italianos y de ahí nació entre nosotros… Ojalá (aquí el intérprete Gross tuvo verdaderas dificultades de traducción) pudiéramos estar ya combatiendo al lado de vuestros invictos ejércitos, si no fuera por la dificultades económicas, militares y políticas que el Führer ya conoce».
Lo que más le interesaba a Hitler en aquellos momentos era observar al caudillo español, hombre no muy alto, con gorra de legionario y aspecto vulgar, para intentar vislumbrar el brillo del soldado mítico, los destellos de su genio. Ha relatado Serrano Suñer: «Lo que dijo Franco, con total inocencia, fue uno de esos impulsos quijotescos tan propios del carácter español, que podía haber dado al traste con toda la estrategia anterior. Serrano no daba crédito a lo que estaba oyendo. «Querido Führer, a pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara, me tendríais incondicionalmente a vuestro lado, sin ninguna exigencia».
Afortunadamente, el intérprete alemán no comprendió lo que significaban las palabras de Franco o no prestó atención. Hitler se limitó a forzar una sonrisa ante lo que hubiera sido una magnífica oportunidad de haber abrazado «conmovido» al general español diciéndole que sí, que ese momento ya había llegado, que era precisamente «ahora» el momento en que los españoles debían dar el paso al frente que Franco prometía y entrar en la guerra.
Si damos credibilidad a las afirmaciones de Serrano, la frase de Franco quedó flotando en el aire, mientras el ineficaz e infeliz Gross cruzaba el umbral del vagón sin saber que se había hecho acreedor de un monumento por parte de una España que nunca se lo agradecería. España no entró en la guerra.