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Visión de Constantino de Francisco Herrera el Viejo

Historia

¿Podría hoy un emperador defender a los cristianos? La historia de Constantino, Lactancio y Majencio

Lactancio escribe un libro titulado 'Sobre la muerte de los perseguidores'. ¿Qué haría Lactancio en la actualidad, con la Ley de Memoria Histórica?

En mi primer viaje a Italia en 1980, estábamos en las cercanías de Roma cuando uno de los que iba en el autobús comentó: «En este lugar por donde pasamos, el emperador Constantino ganó la batalla de Puente Milvio, derrotando al emperador Majencio. Era el 28 de octubre de 312». El día anterior, el emperador Constantino tuvo la visión del lábaro, el monograma de Cristo. Como escribe Eusebio de Cesarea:

«En las horas meridianas del sol, cuando ya el día comienza a declinar, dijo que vio con sus propios ojos, en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz, construido a base de luz y al que estaba unido una inscripción que rezaba: "Con este vence". El pasmo por la visón lo sobrecogió a él y a todo el ejército, que lo acompañaba en el curso de una marcha y que fue espectador del portento». (Vida de Constantino, I, 28, 2).

A partir de aquel momento, Constantino asoció su compañía «a los sacerdotes de Dios como asesores, sosteniendo el parecer de que habíase de honrar al dios que contempló en la visión con todo tipo de culto».

Frente a esto, se nos muestra a su oponente, el emperador Majencio, como volcado en la mántica, las artes adivinatorias propias de la Antigüedad, sobre todo del mundo etrusco. El escritor Lactancio, que se convirtió al Cristianismo al ver cómo morían los cristianos en la capital imperial de Nicomedia en la persecución de 303, nos describe cómo Majencio recurre a la consulta de los libros Sibilinos:

«Se descubre en ellos que aquel día moriría el enemigo de los romanos. Reanimado en la esperanza de la victoria con esta respuesta, se pone en marcha y llega al campo de batalla. El puente se corta a sus espaldas con lo que, al verlo, se recrudece la batalla y la mano de Dios se extiende sobre las líneas de combate. El ejército de Majencio es presa del pánico; él mismo inicia la huida y corre hacia el puente, que estaba cortado, por lo que arrastrado por la masa de los que huían, se precipita en el Tíber».

La ambigüedad del oráculo duró poco; entablado el combate, Majencio murió ahogado. El enemigo de los romanos era él, no Constantino.

¿Es esto actual? Todos hemos leído cómo algunas autoridades, en todo el mundo, recurren a artes adivinatorias, actos de brujería o rituales satánicos. Otros, por el contrario, recurren a Dios. Los que hacen esto último, no parecen muy bien vistos en nuestra actual Unión Europea.

Lactancio escribe Sobre la muerte de los perseguidores en época de paz, después del trauma de la guerra civil. Esto dice en el prólogo:

«Pues he aquí que, una vez aniquilados todos sus enemigos y restablecida la paz en todo el orbe, la Iglesia hasta hace poco conculcada, resurge de nuevo y el templo de Dios, que había sido derruido por los impíos, es reconstruido con mayor esplendor gracias a la misericordia del Señor: Dios, en efecto, ha promovido unos Príncipes que han puesto fin al poder malvado y sangriento de los tiranos y han proporcionado a la humanidad el que, disipada, por así decirlo, la nube de la sombría época anterior, una paz alegre y serena llene de regocijo las mentes de todos».

También es cierto que la versión de los hechos depende mucho de quien la escribe. En el caso citado, Lactancio es una persona de gran cultura, que se mueve siempre en un nivel de altura dentro de la sociedad y política del Imperio Romano. Pasa de la filosofía a la historia, de ver un mundo en que la Romanitas y el Cristianismo eran incompatibles a pensar que es posible un Imperio Romano que no sea perseguidor o que, quizá, pueda ser cristiano. En su libro Sobre la muerte de los perseguidores, fechado en torno al año 314, viene a sostener la idea de que todo emperador que ha perseguido a los cristianos ha sido un mal emperador. Es una simplificación, porque hay muchas excepciones. Pero no es un falsario. No se inventa las cosas y aporta documentación de primera mano.

¿Qué haría Lactancio en la actualidad, con la Ley de Memoria Histórica? ¿Le habrían censurado en la Universidad, en las editoriales, en los periódicos? ¿Le habrían multado o encarcelado? ¿Habrían destruido o quemado sus libros, como parece ser el destino de los disidentes del Relato Único Posible o del Relato Increíble Público (R.I.P.)?

Imaginemos qué sucedería si Lactancio hubiera vivido hace unas décadas en nuestra piel de toro y cambiáramos los nombres que aparecen en su relato. Uno de los contendientes –nuevo Constantino– defendía las mejores tradiciones patrias y no era partidario de la persecución a los cristianos. El otro –nuevo Majencio–, defendía algunas tradiciones patrias –sobre todo las de la Unión Soviética– y perseguía a los cristianos. ¿Le hubiera llamado Lactancio al nuevo Constantino, príncipe que ha traído a la humanidad «una paz alegre y serena»? Sería la misma postura que adoptó Roy Campbell, que se convirtió después de una vida disoluta en España y vio morir como mártires a muchos de sus amigos, entre otros al sacerdote que lo bautizó a él y a su familia. «España salvó mi alma», escribió Campbell.

Pobre destino le esperaría a Lactancio en esta España. ¿O no? ¿O le tocaría historiar un futuro en que «la Iglesia hasta hace poco conculcada, resurge de nuevo»? Este 28 de octubre recordaré lo sucedido el año 312, en que «la mano de Dios se extiende sobre las líneas de combate» y muere el enemigo de los romanos. Non est abbreviata manus Domini (Is. 59, 1).