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Los camisas negras en Bolonia, con Benito Mussolini al frente, en la «Marcha sobre Roma»

¡Príncipes, triarios, camisas negras de toda Italia! Aniversario de la Marcha sobre Roma

Se cumplen casi cien años de la marcha que llevó al poder a Mussolini en un tiempo en el que Italia atravesaba un momento de máxima debilidad política

Fueron las palabras con las que Benito Mussolini arengó a sus huestes. ¿Qué había pasado?, ¿cuál era el motivo para que desde Pisa, Florencia, Siena…centenares de fascistas marchasen exultantes hacia Roma? Era el mes de octubre de 1922 y el país atravesaba un momento de máxima debilidad política, azuzado por la corrupción, la violencia social y la incapacidad para hacer cumplir la Constitución. Cerca de 22.000 camisas negras, con sus correajes, bombachos, botas y hasta una especie de «sombrero fez» que –a casi cien años vista– les daba un aspecto bastante ridículo. Bianchi, Balbo, Vecchi…, caminaban hacia la capital con la intención de presionar al gobierno para entrar a formar parte del ejecutivo. ¿Qué fue todo aquello? El partido fascista era ya una minoría parlamentaria pero no parecía suficiente. 

Llenos de sentimiento patriótico y dispuestos a librar al Rey de las imposiciones de sus ministros, se habían lanzado a la conquista del Estado por la vía de la insurrección callejera. El fascismo –como se dijo entonces– «avanzaba colándose por asalto en las guaridas de un politiqueo ruin» en el que al gabinete Facta solo le quedaba la opción de dimitir. La Italia moralmente derrotada tras la Gran Guerra arrastraba meses de luchas, huelgas, paro y esa teoría de la «brutalización» con la que algunos han querido explicar la violencia política del periodo de entreguerras. El fascismo entendido como una variedad patológica de los trastornos producidos por el fenómeno de la guerra europea. Pero, ¿no podría explicarse también como un paso más en la «crisis de la autoridad del Estado»?

«El fascismo, camino del poder»

El fascismo no venía de la nada. La debilidad gubernamental tampoco. Por eso no es de extrañar que la reacción de la prensa española pasase por hablar de una «revolución adecentadora» en intención de justificar los propósitos de la marcha. Hasta el elitista El Sol abría su edición con un lacónico «El fascismo, camino del poder» (28 octubre 1922). El propio Josep Pla se estrenaba, así, como corresponsal de este diario en Roma. Porque en esa Italia decadentista, primero se había dado la reacción de la juventud burguesa frente a la revolución: los primeros arditi exaltados por la retórica danunzziana y la arrogancia de Marinetti. Pero resultaba demasiado poético. Faltaba la llegada del socialismo al poder, del bolchevismo a las calles, los conflictos y muchas reacciones violentas, para que un antiguo militante con buenas condiciones de agitador, dejase atrás la dirección de Avanti para recoger las escuadras locales y organizar un movimiento político dispuesto a una reconstrucción: las contingencias de las luchas políticas habían creado un sentimiento popular que se hizo llamar fascismo. Con una contextura mixta de militar y civil pero dispuesto, como dijeron, «a coger por el cuello a toda la miserable clase política dominante». 

El fascismo oponía a la acción comunista la reacción patriótica. O, al menos, así se entendió entonces. Lo que no parece comprenderse hoy en día es que, en plena vorágine de brusquedades, lo moderno entonces empezaba a ser sentirse fascista o comunista. El liberalismo, como tal, se mostraba acabado. Por mucho que algunos viesen en ese movimiento una especie de eclipse pasajero; un fenómeno contingente que se apaciguaría con la entrada en las instituciones. Se equivocaron.

Marcha sobre Roma

En aquel otoño de 1922, para Mussolini y sus camicie nere el Parlamento no representaba fielmente a la opinión del país. Y es posible que tuviesen razón. Por eso reclamaban el derecho a gobernar y la convocatoria de nuevas elecciones. Pero aun cuando las columnas fascistas seguían avanzando hacia la capital, Víctor Manuel III seguía confiando en soluciones legalistas; en la posibilidad de integrar el fascismo en la monarquía liberal. No fue posible: ese mismo 28 de octubre, Mussolini –desde Milán porque él no «marchaba»– rechazó formar parte de un gabinete presidido por el conservador Antonio Salandra. Horas después recibía en su despacho de Il Popolo d´Italia el telegrama en el que se le solicitaba que viajase a Roma para reunirse con el Rey. Partió esa misma noche en un tren directo a la capital. Horas después, Víctor Manuel encargaba a Mussolini formar gobierno. La Marcha sobre Roma había conseguido su fin: tomar el poder. El Duce acababa de asumir los poderes políticos, aunque para la conversión del Estado al fascismo todavía faltaba un tiempo.