Primera parte
Operación Eagle, parte I: cómo Carter planeó rescatar a los rehenes de Jomeini en Irán
Hace más de 40 años, Estados Unidos elaboró un plan para rescatar a los rehenes norteamericanos secuestrados en Teherán por los musulmanes seguidores del ayatolá Jomeini
En Irán se había producido un cambio que sólo el Mossad israelí y la Inteligencia francesa habían previsto. Al poder omnímodo del sha Reza Pahlevi, Trono del Pavo Real, le había sucedido la intransigencia del frugal ayatolá Jomeini. La monarquía imperial de ayer era hoy un califato islámico chií.
Asalto a la Embajada de EE. UU.
El exsha Pahlevi fue peregrinando de país en país, mientras desde Teherán se multiplicaban las amenazas para quien lo acogiera sin extraditarlo. Nelson Rockefeller y Henry Kissinger, hombre de confianza de Richard Nixon, de Reagan y de George Bush, presionaron al presidente Jimmy Carter para que autorizase la entrada del sha a los EE.UU. El 22 de octubre de 1979 Pahlevi viajó a Nueva York para operarse.
La noticia inició una ola de furiosas manifestaciones en Teherán y millones de iraníes marcharon por las calles gritando «¡Muera el sha!» y, también, «Magbar Amerika» (Muerte a América). La campaña pasó de los gritos a los hechos el 4 de noviembre de 1979, cuando una muchedumbre persa asaltó la embajada estadounidense en Teherán y tomó como rehenes a cuantos estaban allí. Era el aniversario del exilio del Imam Jomeini a Turquía. Los militantes, proclamados «seguidores de la línea del Imam», justificaron su ocupación como protesta por el encuentro del expresidente iraní Bazargán con el asesor norteamericano Brzezinski.
Conscientes de su gesto en los medios, los jóvenes musulmanes iraníes liberaron a los estadounidenses negros y a las mujeres y mantuvieron como rehenes al resto del personal. Ofrecieron liberar a los cautivos a cambio de la extradición del sha a Irán, para ser juzgado por los crímenes contra el pueblo iraní.
El ayatolá aprobó la toma de rehenes de Estados Unidos, sobrepasando por la izquierda a las organizaciones islamomarxistas Fedayin y Muyahidin Jalq, con cantera universitaria. También desautorizaban al presidente iraní y su ala moderada y consolidaban el poder de Jomeini. La euforia por la humillación a la nación más poderosa distrajo al pueblo persa de las dificultades económicas.
El presidente Carter rehusó ceder a las demandas. Presionó a Irán. Carter declaró, el 8 de enero, que descartaba cualquier intento de rescate porque «seguramente fracasaría... y los rehenes morirían». En abril de 1980, rompió las relaciones diplomáticas con Teherán e impuso un embargo comercial y congeló los fondos iraníes en Estados Unidos para indemnizar a los rehenes cuando fueran liberados y pagar las demandas de las empresas norteamericanas contra Irán.
Las medidas de Carter no desagraviaron a los estadounidenses: una encuesta reveló que el 65 % de los ciudadanos decía que las sanciones no acelerarían la liberación de los rehenes y un 51 % opinó que las acciones del presidente no eran «suficientemente enérgicas». Carter supo que Jomeini retendría a los rehenes por lo menos hasta el primer aniversario de su captura. Un problema de relaciones internacionales se convertía en un problema electoral. Su principal contrincante, el republicano Ronald Reagan, acusaba a Carter: «Los rehenes no debieron estar cautivos seis días, mucho menos seis meses».
En realidad, el 9 de noviembre de 1979, apenas cinco días después de la ocupación de su embajada, Carter ordenó presentarle un abanico de opciones militares. Diez días después, el informe estaba en su escritorio. Brzezinski propuso mostrar músculo militar: bombardear las instalaciones petrolíferas de la isla iraní de Jarq, bloquear el país por mar y llevar a cabo ataques aéreos contra objetivos políticos, militares y económicos. Pero con los soviéticos en Afganistán desde diciembre de 1979, Washington no lo consideró oportuno. Podía acabar en una confrontación directa con Moscú, con algún incidente que provocara una escalada militar. Una de las razones que llevó al ejército soviético a Afganistán fue el temor a una intervención directa de EE.UU. en Irán y otra fue contener la irradiación del islamismo en sus repúblicas de Asia Central.
La Casa Blanca eligió la opción con menos bajas colaterales. Autorizó Carter a la unidad antiterrorista Luz Azul a planear y entrenarse para la misión mientras buscaba agotar las posibilidades de una solución diplomática. A petición de Carter, el presidente Torrijos recibió a Pahlevi en Panamá el 15 de diciembre.
El 11 de abril de 1980, Carter ordenó una misión de rescate. El Pentágono norteamericano diseñó la operación en dos partes: un grupo se dedicaría a rescatar los rehenes, mientras el otro realizaría ataques de distracción. Era un plan complicado y audaz: seis aviones de transporte C-130 despegarían de la base egipcia de Wadi Kena, circunvalarían la península arábiga y aterrizarían en un punto del desierto iraní, cuyo nombre en clave era Desierto Uno, 400 kilómetros al suroeste de Teherán. Ahí se les unirían ocho helicópteros RH-53 Sea Stallion, procedentes del portaaviones Nimitz en el golfo pérsico, que llevarían a los comandos –una fuerza selecta de 90 voluntarios– a la capital, donde el aterrizaje y asalto se coordinarían con marines que llegarían en camiones camuflados con emblemas del ejército iraní.
Un plan inicial que falló
En el primer plan los pesados vehículos derribarían las puertas de la embajada. Seis helicópteros RH-53 Sea Stallion saldrían de la nada. Tres aterrizarían en el tejado, cubiertos por las ametralladoras eléctricas de los calibres 30 y 50 de los otros tres que sobrevolarían el lugar. Soldados de élite desembarcarían y se unirían a los escuadrones de marines en camiones. Vencerían a los guardias y liberarían a los 48 rehenes estadounidenses. Otro grupo sacaría tres rehenes que tendría separados en el cercano Ministerio iraní de Asuntos Exteriores. Mientras los milicianos chiíes se disparan en medio de la confusión, el comando llevaría a los rehenes a los helicópteros, despegarían y se internarían en la oscuridad. Viajarían en los helicópteros a Desierto Uno, donde abordarían los aviones de transporte para volar hacia Egipto. Tras reabastecerse en los C-130, los helicópteros regresarían al portaaviones.
Así imaginaron los estrategas de la Casa Blanca el resultado del asalto para liberar a los rehenes tras 172 días de cautiverio. Este plan original recibió muchos retoques. Carter estaba en el momento más bajo de su popularidad; solo un rescate con éxito le daría posibilidades para la reelección presidencial. El plan requería una meticulosa planificación, entrenamiento intensivo, coordinación rigurosa, secreto absoluto y mucha suerte.
[Continúa en Operación Eagle, parte II]