«Papá, ¿quién es ese señor que siempre sale en el No-Do inaugurando pantanos?»
Con el objetivo de garantizar electricidad barata y abundante, tanto para la industria como para los consumidores particulares, se inauguraron 615 pantanos durante la dictadura franquista
En toda Europa se advierte de la posibilidad de una importante escasez de energía que dejaría al continente sin electricidad, calefacción y todo tipo de suministros. En Austria la televisión aconseja hacer acumulación de alimentos, agua, velas y de todo lo necesario para sobrevivir una etapa de tiempo que puede ser insoportablemente larga, como si se hubiese vuelto a la Edad Media.
España, con una de las mejores redes eléctricas de Europa y con un muy considerable número de presas con saltos de agua, puede ser una de las naciones europeas que mejor salga de este nuevo problema si se gestiona bien la crisis.
Entre los años 1945 y 1975, especialmente durante el tardofranquismo, era una imagen habitualmente aburrida, al ir al cine, ver en el NO-DO a Franco, antes de empezar la película de turno, inaugurando un pantano. Una noticia que, a los asistentes, hacía sonreír al no comprender qué obsesión llevaba al «Caudillo» a pasarse el día de pantano en pantano. Durante la larga dictadura franquista se inauguraron 615 pantanos. Una media de 16 al año. De entre los diez más grandes existentes en España, que almacenan gran cantidad de agua y generan por tanto muchos gigavatios de electricidad limpia, uno fue construido en 1935 durante la II República, ocho durante el franquismo y solo uno después de la muerte de Franco.
Los pantanos más importantes
Entre estos embalse y saltos de agua franquistas destaca el gigantesco embalse de Alcántara (Cáceres), el segundo más grande de España y el cuarto de Europa, unido a la central José María de Oriol, que fue inaugurado en 1969, con una capacidad de embalse de 3.162 hectómetros de agua y con una producción de 916 megavatios. Su planta cuenta con cuatro grupos hidroeléctricos de 229 megavatios de potencia que entraron en servicio entre los años 1969 y 1970. La pieza más pesada de la instalación es el rotor de cada generador de 600 toneladas cada uno.
El siguiente pantano en importancia es el de la Almendra (Salamanca), inaugurado en 1970 y que embalsa 2.648 hectómetros cúbicos de agua y con una producción eléctrica de 857 megavatios. Almendra es una obra de ingeniería hidroeléctrica en el curso inferior del río Tormes, dentro del sistema saltos del Duero, junto con las infraestructuras instaladas en Aldeadávila, Castro, Ricobayo, Saucelle y Villalcampo. Su planta hidroeléctrica, construida hace más de medio siglo, es muy peculiar y derrocha grandes dosis de ingenio. Sus turbinas no se encuentran a pie de presa, con lo que se conseguiría una altura de 202 metros, sino que tiene una toma de agua casi en la parte inferior que discurre por un túnel excavado en la roca de 7,5 metros de diámetro y 15.000 metros de longitud que acaba desaguando en el embalse de Aldeadávila, en el río Duero. Con esto se consigue obtener una altura de 410 metros, con una superficie de embalse de solo 8.650 hectáreas. Sus grupos turbina-alternador son reversibles y pueden funcionar como motor-bomba. La potencia instalada de la central es de 857 megavatios y tiene una producción media de 1.376 gigavatios anuales (un gigavatio equivale a mil megavatios).
La presa de Aldeadávila I fue puesta en marcha en 1962 y Aldeadávila II fue puesta en marcha en 1986. La primera tiene 810 MW mientras que la segunda posee 433 MW, lo que hace un total de casi 1.243 MW. Su producción media es de 2.400 GW al año.
La central de Saucelles, que forma parte del sistema de saltos del Duero, posee dos centrales hidroeléctricas. Saucelle I fue construida entre 1950 y 1956, con una potencia de 251 megavatios gracias a sus cuatro turbinas Francis. Saucelle II, nacida a la sombra de Saucelle I, entró en funcionamiento en 1989 y dispone también de 2 turbinas Francis y una potencia instalada de 269 MW, lo que hace un total de 520 MW.
Otra de las grandes obras hidráulicas de la Dictadura es el embalse de Buendía (Guadalajara), nacido en 1958, tres años después de la entrada de España en la ONU. Embalsa 1.638 hectómetros cúbicos de agua. Junto al de Entrepeñas, Bolarque, Zorita y Almoguera, forma parte del denominado Mar de Castilla.
El embalse de Mequinenza (Aragón) fue inaugurado en 1966 y embalsa 1530 hectómetros cúbicos en el río Ebro. La central entró en funcionamiento en 1961. Está equipada con cuatro turbinas Francis y tiene una potencia de 324 MW. Es una central de tipo embalse y el salto de agua tiene una altura de 60 metros. El salto de Mequinenza se proyectó en los inicios del desarrollismo español, en el marco de una amplia estrategia de aprovechamiento hidráulico, y supuso un gran reto tecnológico para la época. Aunque las presas de gravedad ya estaban muy experimentadas, las enormes dimensiones de ésta –79 m de altura y 461 m de coronación recta– con capacidad para soportar el empuje de un río mediterráneo, obligó a tomar importantes precauciones que impidiesen problemas futuros.
Otras de lass grandes presas del Régimen son el embalse de Valdecañas (Cáceres), inaugurado en 1964 y con una capacidad de 1.446 hectómetros cúbicos de agua; el embalse de Alarcón (Cuenca) en 1955 con una capacidad de 1.112 hectómetros; y el embalse de Iznajár (Córdoba), que se terminó en 1969 y con su capacidad de 981 hectómetros cúbicos es el más grande de Andalucía.
Entre las últimas centrales construidas por el franquismo está la de Cedillo. Se construyó en 1975, en función del convenio firmado en 1968 con Portugal y con el fin de «regular el aprovechamiento hidráulico de los tramos internacionales de los ríos Miño, Lima, Tajo, Guadiana, Chanza y sus afluentes». Entró en servicio en 1978 y tiene una potencia instalada de 500 MW.
La energía hidroeléctrica se empezó a desarrollar a gran escala en España como parte de la política de grandes embalses que comenzó al finalizar la Segunda Guerra Mundial en tiempos del bloqueo internacional y la crisis energética que esto provocó. Actualmente hay unas 800 centrales hidroeléctricas de muy diverso tamaño. Hay 20 centrales de más de 200 MW, que representan en conjunto el 50 % de la potencia hidroeléctrica total. Existen decenas de pequeñas presas con potencias menores de 20 MW repartidas por toda España. La mayor parte de estas obras se realizó durante el franquismo sin contraprestación de las compañías eléctricas por los embalses realizados por el Estado. El objetivo del Régimen era garantizar electricidad barata y abundante, tanto para la industria como para los consumidores particulares. Objetivo que logró.
Dos embalses, uno de ellos el de Reinosa, con solo dos saltos de agua eléctricos –que producen 498 y 541 megavatios– generan más energía que la central nuclear más grande de España, la de Vandellós, que produce 1.076 MW. Vandellós I inició su producción en 1972 estando en actividad hasta 1989. El franquismo también comenzó una activa política de construcción de centrales nucleares en su etapa final.
En los 60 en España se pagaban muy pocos tributos y hasta la aprobación de las leyes General Tributaria y de Reforma del Sistema Tributario de 1964 no se sistematizaron los nuevos impuestos sobre la renta y sobre el tráfico de empresas.
Con el franquismo, durante mucho tiempo, solo había impuestos indirectos que gravaban todos los bolsillos por igual y, por lo tanto, los ricos pagaban lo mismo que los pobres, ya que no había baremos en función de los ingresos. La Hacienda franquista hizo una gran reforma en 1964 con los planes de desarrollo para modificar este sistema, aumentado la presión fiscal hasta el entorno del 17 %, cifra que se alcanzaría el 20 de noviembre de 1975, día en que murió Franco.
De todo lo anterior, lo que más llama la atención de este alarde constructor, tecnológico y de previsión en materia hidroeléctrica es que fue hecho por un régimen político con fama de «obtuso» y con una presión inferior al 15-17 % sobre los españoles. Actualmente está en torno al 37´3 %. Hoy España es el quinto país de los grandes europeos en función de su presión fiscal, pero comparte el segundo puesto con Francia en términos de exigencias tributarias a los ciudadanos.