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Ilustración de Don Quijote de la Mancha, por Ricardo MarínGTRES

Miguel de Cervantes: todo lo que no sabías del escritor y soldado de España

Sirvió en el Tercio de Moncada, con el que combatió en la batalla de Lepanto. Estuvo casi cinco años en los tercios italianos ascendiendo en su prometedora carrera militar. Toda su amplia experiencia quedó reflejada en sus obras 

Más allá de la guasa, son gratuitas las contiendas chauvinistas haciendo alarde de que tal familia es más antigua…cuando todas son en verdad del linaje de Eva.

Igual pasa con las disputas de antigüedad de cuerpos militares, y las glorias de antecedentes; es habitual entroncar en exclusiva un tercio con regimiento actual de factura borbónica, tirar de las guardias que escoltaban a los reyes en la época en la que las unidades se hacían y deshacían por campañas y con el nombre de su comandante.

En particular, es quizá esfuerzo digno de mejor causa, el curioso debate con ocasión del centenario de Cervantes en 2016 en el que el prestigioso Instituto de Historia y Cultura Militar sacó una monografía especial para explicar que era un soldado de infantería, mientras que la Revista General de Marina, venerable publicación, dedicaba varios artículos al matiz de soldado embarcado, lo que no discute nadie, pero en un tiempo en el que no había diferenciación orgánica, ni en el mando ni entre la tropa de infantería, pues eran intercambiables a diferencia de los marinos «puros», de vela y remo, que obviamente no lo eran «de mar y tierra». En el segundo caso habría sido un «lagarto» –diríase hoy– soldado del cuerpo de Infantería de Marina.

No pocas veces procedente de la inclusa, un héroe de Cascorro resultó más digno que un Grande de España que resultase pequeño en «una hora H», aunque en su árbol aparezca un ancestro que galopó con gallardía tras los moros. Coincidimos con Cervantes en que «cada cual es hijo de sus obras», valga también para cuerpos militares.

Un soldado llamado Miguel de Cervantes

Dicho lo cual. Pasamos a nuestro gran hombre, aquel en el que, desde luego, «nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma a la lanza».

Tenemos un memorial que eleva a Felipe II en 1590, probablemente orientado a obtener un cargo en las Indias. Quizá al no obtenerlo debamos la obra de gloria imperecedera.

La batalla de Lepanto

Alistado en 1570, bautismo de fuego en el socorro de Chipre, Lepanto 1571, en Compañía del Capitán Diego de Urbina, galera Marquesa. Quizá, aunque es materia de discusión por los especialistas, en el llamado Tercio de Miguel de Moncada, para otros, un mando subordinado dentro del tercio reforzado en el que el año siguiente de la batalla le vemos con seguridad; el de Lope de Figueroa, que como Tercio de la Armada del Mar Océano participó en la famosa y «más grande ocasión que vieron los siglos». Combatió también en Navarino, Túnez y La Goleta, Portugal en 1580 y en las Azores, campaña en la que pudiera coincidir con su gran rival, vencedor en el aplauso de su tiempo, Lope, también un bravo infante de mar. Sirva esta desconocida campaña para señalar que la «quinta» Cervantes estuvo en la última batalla naval del mundo antiguo; en Lepanto se combatió básicamente igual que las trirremes griegas o romanas, y en la primera del mundo moderno, en la que la vela y el cañón opacaron el remo y el abordaje. Merece al caso un poema del citado Lope al comandante de ambos, y que la estatua del Marqués de Santa Cruz está en el patio de la Escuela Naval Militar, estímulo para sus herederos guardiamarinas:

«El fiero turco en Lepanto, en la Tercera el francés, y en todo mar el inglés, tuvieron de verme espanto. Rey servido y patria honrada dirán mejor quién he sido por la cruz de mi apellido y con la cruz de mi espada».

Aunque lisiado, habría llegado a oficial de su tercio si al regreso a España no hubiera sido capturado por el eterno enemigo. No dejó por ello de servir a la causa española, primero, en terminología posterior, como «jefe de fugas» en Argel, y luego, como «agente de inteligencia» en Mostagem y Orán.

Mientras el Fénix de los Ingenios pudo también navegar en la Empresa de Inglaterra pocos años después, que no era ni se llamaba «Armada Invencible» como la bautizaron de guasa en la Pérfida Albión, se llamaba y pudo ser «Felicísima Armada» si el Marqués de Santa Cruz, o Pedro Menéndez de Avilés, viviesen un poco más, el padre de Alonso Quijano se tuvo que conformar con recaudar tributos para sufragar aquella, en un régimen de subcontratas que, con más o menos razones, dan en prisión, pero esta vez no por ley enemiga.

Cervantes fue un valiente, y no por que estando enfermo pide un puesto de riesgo ante la señalada ocasión y lo obtiene defendiendo su galera, cabo de 12 hombres. Sino porque fue herido de tres tiros de arcabuz turco, dos en el pecho y uno en la mano. Estamos ante un hombre que se levanta dos veces con seria e incierta herida, no para retirarse, si no para dar la voz de «¡fuego!» a sus compañeros. Y salvó en última instancia la embarcación, que tuvo muchas bajas, 40 muertos, entre ellos su capitán y 120 heridos. 

España no destaca en generosidad con sus más leales servidores. Cervantes es ejemplo entre tantos que no alcanzaron su fama, y como él, tampoco el apacible premio a su sufrimiento. A diferencia de Lope, Calderón, Quevedo, no tuvo en vida el «don», que se fue universalizando hasta el punto de que nuestros enemigos británicos llamaban burlonamente dons a los españoles –entre ellos muy pocos eran «sir», aunque fuesen piratas–. Pero don Miguel lo obtuvo con toda justicia para la historia, la de las letras y la de las armas. Pues su don fue el de sintetizar en un caballero de ficción las virtudes y defectos, caricaturizados, del alma del español de un tiempo en el que el honor y la gloria, junto con la Salvación, lo eran todo, y el acero pesaba más que el oro en la balanza de la elección de vida de una generación que mojaba su pluma en tinta hecha con su sangre, y que tenía «lanza en astillero».