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Hombres del 11.º Batallón del Regimiento de Cheshire en las cercanías de Ovillers-la-Boisselle

Hombres del 11º Batallón del Regimiento de Cheshire, en las cercanías de Ovillers-la-Boisselle

Picotazos de historia

Un soldado atrapado en 1917: la explosión de un proyectil le dejó sin memoria

Cada mañana, al despertar, era, para él, como la continuación de aquella jornada en las trincheras del Somme

En el año de 1990, estando en Londres trabajando en el bufete de abogados de un hermano mío, fui al Imperial War Museum. Allí, frente a la vitrina que contenía las condecoraciones del primer duque de Wellington, un individuo inició una conversación casual conmigo. Le caí en gracia y continuó enseñándome las salas de la Primera Guerra Mundial. Encantado por el interés que mostraba me presentó a unos colegas suyos y, con el tiempo, me consiguió que pudiera asistir a todos los cursos y seminarios del Imperial War Museum como invitado suyo. Ese señor tan simpático se llamaba John Keegan y sus amigos Richard Holmes y Lynn Macdonald.

Esta historia me la contó Lynn Macdonald después de acompañarla para entrevistar a un veterano de la Primera Guerra Mundial en Guilford.

Después de los primeros días de la ofensiva del Somme, este soldado –del que no recuerdo ni su nombre ni el regimiento– resultó herido a consecuencia de la explosión de un proyectil alemán cuando estaba en su trinchera. Fue evacuado con múltiples heridas y en estado de catatonia. Sus heridas se curaron y la catatonia, lentamente, desapareció pero le quedó una secuela curiosa: su memoria se había dañado. Recordaba perfectamente su vida hasta el momento de la explosión del proyectil pero su cerebro se negaba a registrar sucesos posteriores. Cada mañana, al despertar, era, para él, como la continuación de aquella jornada en las trincheras del Somme. Las autoridades militares le declararon inútil para el servicio y lo mandaron a casa. Unos años después los médicos militares, que habían continuado teniéndole en observación, aconsejaron su ingreso permanente en una institución psiquiátrica del ejército. El motivo: la brecha temporal existente entre su último recuerdo y la realidad aumentaban con el tiempo, generando una angustia y ansiedad en el paciente que aconsejaban tenerlo en un espacio controlado. Durante la Segunda Guerra Mundial lo sacaron de las áreas dentro del radio de acción de la Luftwaffe alemana y ahí lo dejaron.

Con el transcurrir del tiempo le retiraron los espejos y cualquier objeto en el que pudiera verse reflejado, ver los efectos del envejecimiento le alteraban muchísimo. Acabó aislado completamente del mundo exterior y sólo era tratado por personal médico debidamente aleccionado sobre lo peculiar de su estado. Se consiguieron grabaciones de cine de la época y, de vez en cuando se le hacían pases, siempre los mismos. Se imprimieron periódicos y revistas con fecha de 1916 donde se recogían noticias de entonces para que tuviera lectura. En la etapa final de su vida le cubrían las manos con vendas o fundas de tela y le contaban que había sido herido en los brazos y manos, todo para evitarle el estrés de ver sus manos envejecidas.

Este soldado, cuyo sufrimiento es digno de compararse con el del protagonista de Johnny cogió su fusil, falleció en la década de los ochenta del siglo pasado.

Lynn me contó esta historia mientras tomábamos el té en un local de Guilford. La merienda me supo amarga.

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