Yagüe, un chivo expiatorio para la matanza de Paracuellos
La izquierda le difamó como el «carnicero de Badajoz» en una pura operación de propaganda y la derecha no le perdonó su denuncia pública y abierta contra los ansiosos de poder
El amor a la patria llevó a Juan Yagüe Blanco a la rebeldía para impedir la destrucción de la nación, amenazada por sucursales bolcheviques al servicio de Stalin y por el separatismo burgués en Cataluña y Vascongadas. A ello añadió la preocupación sincera y materializada en actos por los españoles menos favorecidos, que le costó cara y le hicieron rico en enemigos poderosos.
La carrera de Juan Yagüe se inicia en la Academia de Infantería de Toledo y continúa con su bautismo de fuego en África al frente de tropas de choque, siempre en primera línea, como regulares y legionarios. Allí empezó a revelarse como un táctico magnífico. Tanto fue así que Yagüe es puesto por el Gobierno electo al frente de las tropas que han de sofocar el alzamiento armado de la izquierda contra la República en 1934. Yagüe, teniente coronel entonces, también es protagonista en la guerra que enfrentó a los españoles en 1936. Sus movimientos de tropas, rápidos y audaces, le confirman como un táctico de primer orden, de valor personal acrisolado. Al acabar el conflicto, es nombrado ministro del Aire, capitán general de Burgos y, a la postre, responsable de la lucha contra la invasión de las partidas comunistas, que se daban a sí mismas el nombre francés de maquis, y que terminaron siendo bandoleros.
Yagüe fue, con intensidad y sin rubor, cristiano, español, soldado, revolucionario y padre
A pesar de esa magnífica carrera, la vida del militar castellano estuvo llena de sinsabores. La izquierda en el nuevo poder republicano le degrada en 1931; dos años después, le expulsa de África. La derecha en el Gobierno tras las elecciones también le castiga por su eficiencia en Asturias en 1934, atendiendo a difamaciones y no a hechos. Sus compañeros de armas, en 1937, durante la guerra, contestan a sus peticiones de perdón para los falangistas encarcelados en el bando nacional con un arresto serio y la separación temporal del mando. Yagüe, hombre tozudo como castellano viejo, poco después, pedía paz y perdón también para el enemigo, algo que jamás hubiese obtenido si hubiese perdido la guerra: «Hay que atraer a los rojos; porque no podemos seguir siempre divididos en dos bandos irreconciliables, y porque entre los rojos hay muchos hombres rebeldes ante la injusticia, que luchaban y caían por la justicia, y estos hombres, convencidos y encuadrados en nuestras filas, serán el principal soporte de la Falange».
Es destituido y desterrado año y medio a San Leonardo, su pueblo. Muchos meses después, le alivian la pena dejándole trasladarse a Burgos. Es vejado por los gobernadores de Soria y Burgos y por el teniente coronel de la Guardia Civil. De aquel tiempo es su correspondencia más amarga. Escribiendo al ministro Girón, Yagüe dice a su camarada: «[Franco] hace suya la doctrina de la Falange; con todos los poderes en su mano (…) la impone en lo externo y accidental, pero al llegar a lo fundamental, titubea y consiente que constantemente sea vulnerada por los hombres más allegados a él», en referencia a Serrano Suñer, el cuñadísimo, con quien mantuvo una abierta enemistad. En esos días, Yagüe profetiza el enorme desgaste de una Falange que parece gobernar de cara a la opinión pública, dilapidando su futuro al no llevar adelante todos sus postulados mientras, en palabras del Dr. Togores, «numerosos aventureros y políticos oportunistas como Areilza, Suárez, Martín Villa o Fraga Iribarne, enfundados en el uniforme de FET y de las JONS, hicieron carrera dentro del régimen llevándolo a unos derroteros muy distintos de los que soñaban Girón, Yagüe, Narciso Perales, Tarduchy, Muñoz Grandes», etc.
Yagüe pasa del castigo al mando, en este caso, del X Cuerpo de Ejército en Melilla que está a la tensa espera de una invasión aliada durante la Segunda Guerra Mundial. Pasado el peligro, en octubre de 1943, Yagüe, ya teniente general, recibe la Capitanía General de Burgos. Poco después comienza la lucha contra el maquis con la eficacia habitual en Yagüe. Entre los invasores armados comunistas capturados hay españoles, pero también franceses, polacos, italianos y croatas.
El amor a la patria llevó a Juan Yagüe Blanco a la rebeldía para impedir la destrucción de la nación
A la par, su inquietud social mejoraba cuarteles, auxiliaba a los presos, abogaba por los inocentes, levantaba viviendas sociales y dejaba tras él una estela de admiración y lealtades más allá de las ideologías.
Lo que no dejó Yagüe fue fortuna alguna, vivió y murió pobre. La izquierda le ha difamado como el «carnicero de Badajoz», en una pura operación de propaganda con la intención de ocultar la masacre de Paracuellos y las matanzas consentidas en las cárceles republicanas. La derecha no le ha perdonado su denuncia pública y abierta contra los ansiosos de poder y deficitarios de honradez de las burocracias tecnócratas que infiltraron los gobiernos franquistas desde 1950. En este caso, Franco respondió imponiéndole la Orden Imperial del Yugo y las Flechas. Algunos de sus compañeros militares, como el bilaureado general Varela, hicieron cuanto estuvo en su mano para dejarle en la inopia, la destrucción segura para un hombre de acción como era Yagüe.
Yagüe nunca fue un hombre de medias tintas. El militar fue, con intensidad y sin rubor, cristiano, español, soldado, revolucionario y padre.
La dura Castilla que dio a España a Rodrigo Díaz de Vivar, a conquistadores de mundos desconocidos, a soldados de los Tercios invencibles, tenía todavía resuello para engendrar a un soldado español de la talla de Yagüe.