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Estatua de Alfonso X el Sabio en la Biblioteca Nacional

Alfonso X el Sabio, el Rey español que quiso ser Emperador de Europa

El Rey Sabio ha sido considerado el más universal de los reyes medievales. Con el «fecho del Imperio» aspiró al título de emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico

Alfonso X de Castilla y León, el VIII centenario de cuyo nacimiento celebramos en estos días, es uno de los grandes personajes de la Edad Media. Su figura histórica, sobresaliente en tantos aspectos, trasciende con mucho el ámbito meramente hispánico por la universalidad y reconocimiento de su legado.

Alfonso X nació en Toledo el 23 de noviembre de 1221. Heredó el trono en 1252, con más de treinta años de edad y con una dilatada experiencia de gobierno. Desde su juventud había sentido una marcada afición por el estudio y el mecenazgo: protegió a intelectuales, poetas, científicos y juristas, tanto moros como cristianos o judíos. Así, a iniciativa suya se compusieron obras jurídicas de extraordinaria importancia: Fuero Real, Espéculo, Partidas y Setenario), poéticas que están en la cumbre de la lírica hispana de su tiempo: Cantigas de Santa María y Cantigas profanas, históricas de amplia visión: General Estoria y Estoria de España y científicas: Lapidario, Libro de las Tablas alfonsíes o Libros del saber de astrología, entre otros. Todos los saberes le interesaron y en todos destacó. Además, una consecuencia de esa actividad cultural fue la consagración del castellano como lengua de la cancillería, de la administración y de la cultura de la época. La aportación directa de Alfonso X a la estandarización del castellano fue de primerísima importancia.

Entre 1252 y 1264 se vivieron los mejores años del reinado, en los cuales don Alfonso pudo lanzar un conjunto de iniciativas legislativas e institucionales tendentes a reforzar su poder y la hacienda regia. Pero el gran asunto de ese primer periodo fue el llamado «fecho de Allende», el intento de llevar la cruzada al norte de África. A ello consagró grandes esfuerzos, pero la rebelión mudéjar de 1264, las hostilidades abiertas con Granada y la consolidación de un nuevo y temible poder norteafricano, el sultanato meriní de Fez, hicieron inviable el proyecto. Aunque las desfavorables circunstancias bélicas condicionaron el empeño repoblador y organizador de los territorios ganados por su padre, no lo imposibilitaron. Durante el reinado se produjo una gigantesca labor de colonización que afectó a inmensos territorios de la España meridional. Se dieron fueros a cientos de villas y ciudades y se repartieron tierras a miles y miles de colonos. En unos sitios se consolidó la presencia castellana, en otros se implantó: Sevilla, Jerez, Cádiz, El Puerto de Santa María, Niebla, Murcia, Lorca, Cartagena, Ciudad Real y los grandes señoríos de las Órdenes Militares en Extremadura y La Mancha fueron las grandes beneficiarias de la acción repobladora.

Toda esta inmensa tarea la compatibilizó Alfonso X con su creciente implicación desde 1256 en la política europea en pos de su elección como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, el célebre «fecho del Imperio». Pese a sus indudables títulos, y tras muchos avatares, la cerrada oposición del papado a entregar el imperio a un miembro del linaje Staufen, al que Alfonso pertenecía por su madre, Beatriz de Suabia, determinó el que quizá fuera el mayor y más doloroso fracaso de su reinado. Alfonso X realizó un último intento y en 1275 viajó a Beaucaire, junto a Aviñón, para entrevistarse con el Papa. Todo fue inútil y el Rey volvió a Castilla con las manos vacías.

En ese momento, la muerte de Fernando de la Cerda, su hijo primogénito, cuando marchaba a Andalucía para hacer frente a los benimerines, desató un nuevo gran conflicto que amargó los últimos años del Rey. La negativa de su hijo segundo Sancho a cualquier transacción que contemplara los derechos de los hijos de Fernando, agrió la relación entre padre e hijo y propició, desde 1281, la ruptura de relaciones entre ellos que culmina en la llamada Asamblea de Valladolid de abril de 1282: Alfonso X fue desposeído de todos sus poderes, que fueron traspasados a Sancho. A comienzos de ese verano su autoridad sólo era reconocida en el reino de Sevilla y en la ciudad de Murcia. En ese estado de completa postración hay que enmarcar el famoso testamento de 8 de noviembre de 1282, en el que narra con detalle sus tribulaciones, maldice a Sancho y nombra herederos a los infantes de la Cerda.

El 4 de abril de 1284, abandonado por casi todos, moría Alfonso X el Sabio en el Alcázar de Sevilla. Un final desdichado para un hombre de dotes excepcionales que ha sido considerado el más sabio y universal de los reyes hispánicos medievales.