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Pintura 'Judit y Holofernes', de Caravaggio (1599)

Artemisia, violencia, crueldad y venganza: una historia a través del arte

Se inaugura 'Caravaggio y Artemisia: El desafío de Judit', una exposición sobre la historia de la violencia en el arte. Artemisia Gentileschi fue gran admiradora del pintor italiano y realizó dos versiones de 'Judit y Holofernes', pero más cruel, violenta y radical

El mal existe, por supuesto. Algunas personas incluso parecen traerlo tatuado de cuna. Agostino Tassi, nacido en Perugia en 1578 y muerto en Roma 66 años más tarde, fue un competente pintor de paisajes y frescos, admirado por el aristocrático Papa Pablo V. También un cabrón de manual. Su hermana Olimpia lo definió con una sola palabra: «Un sinvergüenza». Conocemos su rostro, porque se conserva su autorretrato. Vemos a un hombre de faz redondeada, con sombra de barba, que nos mira de manera esquinada, con ojos saltones, escrutadores. Sus labios se cierran despectivos. Si fuésemos lombrosianos –y tal vez lo somos– diríamos que su cara transmite frío, inteligencia y desconfianza.

Tassi no se llamaba así realmente. Hijo de un peletero, su apellido real era Buonamici. En su adolescencia se fugó de su casa y pasó de Umbría a Roma, donde se convirtió en uno de los pajes del marqués de Tassi. Tras dejar el palacio comenzó a pregonar que era hijo del noble, para intentar labrarse un estatus. Incluso adoptó públicamente su apellido. Inició su carrera como pintor en Livorno, la ciudad portuaria de la Toscana, y a los 20 años ya estaba instalado en la luminosa Florencia, al servicio del Gran Duque y luciendo un ostentoso collar dorado al cuello y una espada al cinto. Su carácter irascible, violento, que le ganó el alias de 'El Bravucón'. Provoca allí una gran pelea y es condenado a pena de galeras. Sin embargo una vez a bordo se respeta su talento. Se le exime del remo y se le permite continuar pintando. En cierto modo el castigo hasta le vino bien, porque le proporcionó un conocimiento del mar, los puertos y los paisajes mediterráneos que luego aprovecharía en sus obras.

Cumplida su pena, Tassi retorna a Roma y enseguida empieza a despuntar, porque es un pintor de excelente técnica. Tal vez no sea el más creativo, pero resulta un valor seguro. Trabaja para Pablo V, sus frescos engalanan el Quirinale... Traba relación con toda la camarilla artística de la capital y entabla amistad con otro bravucón, el pintor romano Orazio Gentileschi, con quien decora la Lonja de las Musas del cardenal Scipione Borghese.

Autorretrato de Artemisia GentileschiTodd-White Art Photography

Orazio Gentileschi, viudo y padre de cuatro hijos, de carácter burlón y verbo hiriente, presenta una curiosidad inusual en la época: la mayor de su prole, Artemisia, está desarrollando su gran don natural para la pintura. En 1610, con solo 17 años, la chica, que alguna que otra vez ha visto al gran Caravaggio por casa departiendo y bebiendo con su padre, resuelve de manera sorprendente el clásico tema bíblico Susana y los viejos. Es una escena del Libro de Daniel de la que ya se han ocupado algunos grandes maestros, como el veneciano Tintoretto en el siglo anterior, o Rubens de manera casi coetánea a Artemisia. Pero la visión que aporta la jovencísima artista romana es diferente. Mientras sus pares masculinos aprovechan el motivo como un pretexto para mostrar la sensualidad de Susana, el lienzo de Artemisia apuesta por centrarse en su horror, en el clarísimo rechazo de la mujer judía, desnuda ante el acoso babeante de los dos jueces añosos que pretenden abusar de ella mediante amenazas.

El lienzo de Artemisia apuesta por centrarse en su horror, en el clarísimo rechazo de la mujer judía

Orazio Gentileschi, de ancestros toscanos y vecino de un barrio de dudosa reputación de Roma, es consciente de que su hija ha nacido con una habilidad especial y quiere que la cultive. La convierte en su aprendiz y encomienda a su amigo Agostino Tassi que le imparta clases de perspectiva. Pero en mayo de 1611, el instructor la viola aprovechando que se encuentran solos en la vivienda. Ante su resistencia física y verbal, el violador esgrime promesas de matrimonio, cuando en realidad ya está casado. Aquel delito y el juicio consiguiente marcarán la biografía de Artemisia, que cuando tenía doce años había perdido a su madre al morir en el parto de su cuarto hermano. La huella de la violación se dejará sentir en toda su obra y su valentía acabará convirtiéndola, tras casi tres siglos de olvido, en una protoheroína feminista, ahora reivindicada en películas, novelas, muestras monográficas y documentales.

La huella de la violación 

En 1876 se produjo el hallazgo que devolvió a Artemisia a la memoria de la humanidad. Se encontraron en los archivos vaticanos las actas íntegras del juicio por violación contra Tassi. El texto ofrece una mirada única sobre la situación de las mujeres a comienzos del XVII y sobre cómo operaba la justicia de la época. Podemos leer además el relato de lo sucedido según el testimonio de la propia víctima: «Aquel mismo día, yo estaba pintando por placer, y Agostino regresó. Me arrancó de la mano la paleta y los pinceles y los tiró a un lado. ‘¡Ya basta de pintura!’. Le supliqué a Tuzia [una vecina que los cuidaba] que se quedara, que no me dejara sola con él. Pero ella se fue. Le dije que no me sentía bien, que me parecía que tenía fiebre. Y él me respondió: ‘¡Yo sí que tengo fiebre, y ardo mucho más que vos!’. Cuando nos acercábamos a la puerta de mi alcoba, la abrió de pronto y me lanzó al interior, corrió el cerrojo y me arrojó sobre la cama. Con la mano en mi pecho me mantuvo tumbada. Puso su rodilla entre mis muslos para impedirme cerrar las piernas. Yo me debatía. Colocó un pañuelo sobre mi boca para impedirme gritar. Comenzó a violarme. Yo gritaba, llamaba a Tuzia, le arañaba el rostro, tiraba de sus cabellos. Nada lo detenía. Cuando al fin me soltó, fui hacia la mesa y tomando un cuchillo corrí hacia él gritando: ‘¡Voy a matarte. Me has deshonrado!’. Como él paró el golpe, le herí en el pecho. Pero sólo conseguí arañarlo. Sangraba poco. Como yo sollozaba, gritaba y me desesperaba, para calmarme me dijo: ‘Concededme vuestra mano: juro que voy a desposaros, Artemisia. Juro que voy a desposaros en cuanto haya salido del laberinto donde estoy prisionero’. Y con esa promesa de matrimonio me convenció de que accediera a sus deseos».

La violación se produjo en mayo de 1611. Tenía 18 años cuando Tassi la desvirgó forzándola. Por entonces la violencia sexual no era un delito contra la víctima, sino contra el honor familiar. Además la mujer agredida tenía que acreditar en el juicio una conducta casta. Orazio, el padre de Artemisia, titubeó en un primer momento sobre si presentar o no una denuncia, tal vez confiando en que Tassi, que en realidad ya estaba casado, cumpliese su promesa de desposarse con su hija. Solo se decide llevar el caso al tribunal en marzo del año siguiente a los hechos, acusando también al presunto violador de un robo en su estudio. El juicio dura siete meses. Resulta muy duro para la víctima, sometida a humillantes exámenes ginecológicos y a torturas para acreditar que dice la verdad (tornillos de mariposa estiran dolorosamente con cuerdas los dedos de la pintora, con el consiguiente riesgo para su medio de vida: sus manos). «¡Es verdad, es verdad, es verdad!», grita ella mientras la torturan. También se encara con su agresor: «Este es el anillo del que me hablabas, estas son tus promesas». Agostino Tassi niega toda relación con su víctima y la describe como una muchacha casquivana. Ni siquiera la ayuda Tuzia, la vecina que trabaja en su casa. Más bien todo lo contrario. Declara que Artemisia se veía con otros hombres y que «hasta se asomaba a la ventana de casa», apostilla que refleja las limitaciones de la vida de las mujeres en la Roma de la época.

El juicio, que concluyó en septiembre de 1612, dio un giro al revelarse que Tassi había tramado en su día organizar el asesinato de su mujer y que mantuvo una relación adúltera con su cuñada. El pintor es condenado, pero se le da a elegir entre una pena de cinco años de cárcel o el exilio lejos de Roma. Por supuesto elige el destierro, que nunca observará.

Dos meses después, para intentar acallar el escándalo y restaurar el honor familiar, Orazio organiza el 29 de noviembre de 1612, en la iglesia romana de Santo Spirito in Sassia, el matrimonio de conveniencia de Artemisia con un pintor mediocre que colabora como ayudante en su taller, el florentino Pierantonio di Vicenzo Stiattesi. La pareja no se quiere y él es un tipo de poca cabeza, pero al menos le dejará el espacio de libertad necesario para que Artemisia pueda dirigir su propia vida. De inmediato se mudan a Florencia, donde vivirán seis años. Allí tendrán cinco hijos, de los que al final solo sobrevivirá su hija Prudencia, también pintora, conocida a veces como Palmira.

Comienza su nueva vida

La sofisticada Florencia barroca resulta para la inquieta Artemisia una experiencia vivificante, enormemente formativa. Accede al círculo de artistas vinculados al mecenazgo del gran duque Cosme II. Aprende a escribir, pues hasta entonces solo sabía leer. Disfruta de la admiración y hasta del apoyo en forma de encargos de Miguel Ángel Bunoarroti el Joven, sobrino nieto del genio. Traba relación con Galileo, con el que mantendrá luego una larga relación epistolar. Se convierte en la primera mujer que ingresa en la importante Academia di Arti del Disegno. También vive su primer amor, al convertirse en amante del noble florentino Francesco María Maringhi, una notoria relación, perfectamente conocida por su marido, un vivales que se beneficiaba encantado del apoyo económico del patricio con el que yacía su mujer. En 2011 fueron halladas en el archivo Frescobaldi de Florencia las desinhibidas cartas de la correspondencia de Artemisia con Maringhi, enviadas desde diversas ciudades entre 1618 y 1620. Hay pasaje de voltaje erótico: «No te masturbes cuando veas un cuadro con mi retrato. Espera a ver lo real», le escribe. También hay reproches, consumida por los celos al saber que su amado mantiene relaciones en paralelo con otras mujeres, y cartas doloridas donde pena la muerte de su hijo de solo cuatro años.

Los amores prohibidos de aquella respetada artista, una mujer hermosa, de carácter marcado e ingenio vivo, acaban creándoles problemas en Florencia. Deciden retornar a Roma. En 1620 Artemisia abandona la ciudad del Arno, con ya solo dos de sus cinco hijos vivos, para iniciar una vida independiente de Stiattesi, que solo formalmente sigue siendo su marido. 

Se convirtió en una importante pintora del Barroco

La artista se convierte en marchante de su propia obra. Intenta vestir con boato para poner su figura en valor. Es una importante pintora del Barroco, que ante sus clientes y mecenas defiende con brío su valía: «Mostraré a su señoría ilustrísima lo que sabe hacer una mujer», escribe a uno de ellos. Cuando otro le ofrece un bajo precio le responde así: «Encontrará el espíritu de César en el alma de esta mujer».

Hizo valer su talento en una época donde el arte parecía vetado a las mujeres

Salta de Roma a Génova. Luego se instala en Venecia y por fin arriba a Napolés, donde instará su taller en 1630 y donde morirá. Hasta pasará una breve etapa en Londres, reclamada por la corte del apasionado coleccionista Carlos I. En una Italia de fuerte impronta española su prestigio resuena también en España. Pintó para Felipe IV el Nacimiento de San Juan Bautista, que hoy custodia el Museo Del Prado, y recibió varios encargos del virrey de Nápoles, el noble sevillano Fernando Afán de Ribera, tercer duque de Alcalá de los Gazules (de ahí que la catedral de Sevilla conserve una maravillosa Magdalena melancólica pintada por ella).

Las aventuras y dramas personales de Artemisia Lomi Gentileschi, y el coraje con que hizo valer su talento en una época donde el arte parecía vetado a las mujeres, hacen que a veces se pase un poco por alto la enorme calidad de su obra. 

'Judit decapitando a Holofernes', de Artemisia Gentileschi (1620-1621)

En los casi tres siglos de olvido se la consideró una curiosidad, cuando fue una soberbia pintora. Para percatarse de eso basta con sentir la fuerza –la furia vengativa– de su brutal cuadro Judit decapitando a Holofernes, escena de la que se ocupó en dos ocasiones. La historia bíblica es conocida. Judit es una viuda muy hermosa de la ciudad de Betulia, localidad que está a punto de sufrir el asalto del general asirio Holofernes. Engalanada con sus mejores ropas y afeites, se dirige a la tienda del militar para engatusarlo, acompañada por su sirvienta Abra. Antes de que llegue a seducirla, logra embriagarlo, un momento de debilidad que aprovecha para cortarle la cabeza y salvar así a su pueblo. En el cuadro, un Holofernes yaciente hace un postrero, horrorizado e infructuoso esfuerzo por defenderse. Mientras Abra ayuda a sujetarlo, el brazo fuerte de Judit/Artemisia –pues es un autorretrato– lo degüella con una espada. La pintora romana ejecutó el cuadro en 1613, dos años después de la violación de Tassi y al año siguiente del juicio. Cuesta no interpretar la obra como su venganza simbólica contra el violador. Aunque podría ser leída también como una afirmación del poder de las mujeres. Este cuadro, primera de las dos versiones que pintó del tema, puede verse hoy en el Museo Campodimonte de Nápoles.

'Caravaggio y Artemisia: El desafío de Judit'

Caravaggio, amigo de su padre y evidente inspiración de Artemisia, había recreado esa misma truculencia bíblica en 1599. Pero en su versión las dos mujeres parecen un tanto retraídas, casi perplejas ante la violentísima acción que están llevando a cabo. La acción resulta estática. Nada de eso existe en la visión de Artemisia, donde actúan con una fuerza y convicción manifiestas. Si nos plegásemos a la jerga actual diríamos que estamos viendo a «dos mujeres empoderadas». La composición de la escena es perfecta. También la ejecutoria, con un soberbio uso del «chiaroscuro», aprendido del propio Caravaggio.

En las pinturas de Artemisia las mujeres aparecen casi siempre seguras de sí mismas

Artemisa pintó un segundo cuadro de Judit y Holofernes en algún momento entre 1614 y 1621, con Cosimo II de Medici como destinatario. Pero su explícita violencia hizo que fuese arrumbado en un rincón oscuro del Palacio Pitti. Incluso sudó para que le pagasen. De hecho lo consiguió merced a la intermediación de su amigo Galileo. En las pinturas de Artemisia las mujeres aparecen casi siempre seguras de sí mismas, aplomadas, y con una hermosura tranquila. Muchas veces las heroínas clásicas y bíblicas toman el rostro de la propia pintora, entre otras razones porque no siempre tenía dinero para pagar a modelos.

En 1638 Artemisia viaja a Londres, donde se encuentra ya su padre, con el que siempre mantuvo una relación tensa. Juntos trabajan en la Queen’s House de Greenwich, al servicio de Carlos I, al que solo 11 años más tarde Cromwell cortará la cabeza. Eran todavía tiempos salvajes. Orazio Gentileschi morirá súbitamente en la capital inglesa, en febrero de 1639. Ella decide entonces retornar a Nápoles, donde vivirá hasta su muerte. Tendrá su propio taller. Las grandes cortes europeas comprarán sus obras. Pero también pasará apuros económicos, malos momentos agobiada por las deudas. Su final permanece opacado por un halo de misterio. Durante siglos se creyó que había muerto en 1653. Pero un hallazgo reciente, que prueba que en 1654 todavía aceptó un encargo, ha tumbado tal hipótesis. Ahora se cree que se la llevó la devastadora peste que asoló Nápoles en 1656. Tampoco se conserva ya su tumba, pues fue enterrada en la iglesia de San Giovanni Battista die Fiorentini de Nápoles, derruida en la Segunda Guerra Mundial.

Las peripecias novelescas del universo Artemisia parecen guardar siempre una penúltima sorpresa. En 2020 se confirmó que es la autora real de un retrato de David y Goliat propiedad de una familia británica, un cuadro pintado en Londres en 1639. El historiador del arte italiano Gianni Papi venía sosteniendo desde 1996 que la obra era de Artemisia, pero sin recibir crédito. De hecho el David había sido vendido en Sotheby’s en 1975 como atribuido a Giovanni Francesco Guerrieri, un discípulo del taller de Orazio Gentileschi, el padre de ella. En 2018 la obra reapareció en una subasta en Munich, cuando ya el nombre de Artemisia estaba empezando a emerger del olvido por todo lo alto, y fue «atribuido» a la pintora romana y adquirido por 104.000 libras por un comprador británico, que ha preferido permanecer en el anonimato. Finalmente el restaurador británico Simon Gillespie procedió a limpiar la obra. Tras levantar capas de suciedad secular encontró la firma de la pintora romana bien clara sobre la espada de David. Gillespie no cabía en sí de entusiasmo: «Es la obra de un genio. Ella tenía un sentido narrativo extraordinario».

En realidad el secreto estaba a ojos vista. En el siglo XVIII el inteligente político y escritor Horace Walpole, cuarto conde de Orford e hijo del primer ministro del mismo apellido, ya dejó una clarísima pista por escrito: «Carlos I tenía varios trabajos de Artemisia. El mejor era un David con la cabeza de Goliat». Pero todavía faltaban un par de siglos para que el mundo se sacudiese la berza del machismo e hiciese justicia a la pintora. Los cuadro de Artemisia han comenzando a venderse por fin a precios millonarios en la segunda década del siglo XXI.