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Retrato de Juan de HerreraWikimedia Commons

La ciencia en el Siglo de Oro hizo de España la primera potencia del mundo

España era una de las grandes potencias que estaban en primera línea de los avances tecnológicos, y Guipúzcoa era una de las puntas de lanza responsables de aquel desarrollo

España fue durante el siglo XVI y el XVII, la primera potencia del mundo. Resulta imposible pensar que estuviese divorciada de la ciencia una nación que bajo el reinado del emperador Carlos, se dio la gesta de dar la vuelta al mundo por primera vez en la historia de la humanidad. También es cierto, que los monarcas como personas sagaces y eminentemente prácticos, favorecieron aquellas ramas de la técnica que tenían un uso útil para sus intereses: la arquitectura, tanto civil como militar; la fortificación; la artillería; la ingeniería de minas; la construcción naval; la navegación; la cartografía, etc. 

El antecedente lo había instituido Enrique el Navegante en Portugal, al fundar la escuela de Sagres, donde se formaron los pilotos y cartógrafos lusos que luego proporcionaron un imperio ultramarino que acabará unido al español bajo el reinado de Felipe II. La unión dará como resultado el primer imperio global de la historia en el que se hicieron imprescindibles aquellos técnicos. Nicolás García Tapia, ingeniero y catedrático de Mecánica de Fluidos, ha descubierto en diversas investigaciones que aquellos extraordinarios «criados del rey» propiciaron con sus invenciones que España fuese la primera potencia mundial. Entre ellos destacarán el relojero italiano Juanelo Turriano, que conseguirá, con un modelo de más de 80.000 piezas, un ingenio que subiese agua del tajo a la ciudad de Toledo. También figurará el aragonés Pedro Juan de Lastanosa, experto en obras hidráulicas, que recopilará gran parte de los inventos de aquel entonces. Otro hombre que destacará será el arquitecto Juan de Herrera, que plasmará en piedra parte de los sueños del monarca, entre ellos El Escorial. Y no se podría olvidar al navarro Jerónimo de Ayanz, experto en ingeniería de minas, que desarrollará sistemas de ventilación y prototipos de buceo humano, incluso de protosubmarinos.

Sin embargo, un imperio no podía desarrollarse con las ideas ingeniosas de unos cortesanos. Se necesitaba la formación de instituciones pedagógicas técnicas que desarrollasen sus saberes, con maestros traídos de todo el mundo. De esta forma, de la mano de Juan de Herrera, se iniciará la Academia Real de Matemáticas. Las investigaciones de Mariano Esteban Piñeiro nos demuestran que era una institución que tenía como objetivo suplir al imperio de aquellos técnicos matemáticos que necesitaba en las artes de navegación, artillería e ingeniería de fortificación. La Casa de Contratación de Sevilla adoptará el modelo portugués, y se convertirá en la principal institución formadora de los pilotos mayores y cartógrafos que tendrán como misión comunicar España con su imperio ultramarino (América, Filipinas, archipiélagos del Pacífico, India y posesiones africanas de Portugal) con los docentes más prestigiosos. El Consejo de Guerra también considerará importante la creación de una cátedra de matemáticas y fortificaciones.

Por otro lado, los tercios invencibles necesitaban un aprovisionamiento regular continuo de hombres, dinero, armamento y municiones. Siguiendo a María Isabel Vicente Maroto, sabemos que Burgos y Málaga fueron los principales centros de fundición artillera, fabricación de pólvora y municiones, donde hubo que instalar escuelas de formación. Pero desde la época de los Reyes Católicos, y posteriormente con su biznieto, Felipe II, promocionaran una especie de clúster en la provincia de Guipúzcoa. Los fueros favorecieron un modelo de desarrollo económico que facilitaba la importación de productos alimenticios, tanto del interior peninsular, como de la fachada atlántica europea, a cambio de que su población se especializará en aquellas actividades imprescindibles. Las ferrerías se dedicaron al suministro de productos metálicos para la construcción naval y las armerías se encargaron de producir armas portátiles y armaduras para los tercios durante dos siglos. La presencia de bosques en el interior de la provincia daba la oportunidad de proporcionar la madera de calidad imprescindible para la construcción naval. Esta labor facilitará la especialización de un gremio de carpinteros navales, quienes llegarán a construir diversos tipos de buques según las necesidades.

Placencia de las Armas se hará famosa por la fabricación de arcabuces y mosquetes. Por la investigación de José Garmendia, sabemos de la importancia de la Armería guipuzcoana, que tenía peticiones de tres y cuatro mil arcabuces para el Virreinato de Nueva España (México). Del mismo modo, el otro núcleo armero de la provincia y del Imperio fue la villa de Tolosa. Gracias a los estudios de Ignacio Carrión conocemos la actividad de la Armería de Tolosa que se inició en 1630. Cuando se trasladó la producción de Eugui (Navarra) –donde se debía llevar el material e incluso algunas decenas de aprendices y que junto con la docena de maestros milaneses, que habían iniciado desde 1596 la fabricación de armaduras y los oficiales locales– llevaron el equipamiento personal de nuestros ejércitos. Se puede estipular en torno a 50 las personas que directamente formaron el equipo nuclear de la Armería.

Pero el Imperio dependía de su relación con América, y para España era vital la construcción naval para mantener el contacto regular con el nuevo continente. Para aumentar el rendimiento del transporte marítimo, los expertos navales estudiaron cuales debían ser los modelos mejores para un viaje transoceánico. Los prototipos seleccionados serían los propuestos a los constructores para homogeneizar lo mejor posible los navíos que participasen en la Carrera de Indias. En aquel tiempo, la última frontera de la tecnología, como actualmente es la aeronáutica espacial o biotecnología, era la naval. España, junto con Portugal, eran las dos grandes potencias que estaban en primera línea de los avances tecnológicos, y Guipúzcoa era una de las puntas de lanza responsables de aquel desarrollo. Por aquella razón, los primeros tratados de construcción naval fueron escritos por españoles, como Juan Veas, Juan Escalante y Diego García de Palacio. Felipe II tuvo el mérito de fundar unas armadas que no dependiesen del asiento privado, sino que se mantuvieron con recursos públicos y por tanto bajo su control.

La influencia del monarca fue determinante, enamorado de las matemáticas y las ciencias, dispuso en El Escorial de la mayor biblioteca del mundo, después de la destrucción de la famosa biblioteca de Alejandría por los musulmanes.