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Entrevista

José María Marco: «Nos dirigimos hacia la ruptura de la Monarquía parlamentaria y del régimen democrático»

El escritor aporta en Azaña: el Mito sin Máscaras un análisis inédito de la figura más icónica de la II República española

«A Rodríguez Zapatero y a Pedro Sánchez les encanta el referente de Azaña, pero en realidad no saben de lo que hablan». Así de contundente se muestra el escritor José María Marco en su última obra, Azaña: el Mito sin Máscaras (Ediciones Encuentro), donde aborda desde diversos ángulos la personalidad y la labor política del principal icono de la II República española.

Portada de 'Azaña: el Mito sin Máscaras', de José María Marco

–¿Cuáles son las causas que han llevado a la mitificación de Azaña?

–Primeramente, Azaña tiene los materiales precisos para construir un personaje aparentemente moderado: Él se definía como un burgués intelectual y por tanto da una imagen de la II República como si fuese un régimen plenamente democrático, tolerante, abierto y pluralista. Esa es la clave: el personaje de Azaña permite lavarle la cara a la II República.

–Usted en el libro retrata a un Manuel Azaña con una personalidad dual. Por una parte se muestra a un hombre muy culto como si fuese un dramaturgo y, por otra, a alguien muy «complicado», tanto para con él como para con los otros.

–Sí. Él hizo un esfuerzo relativo para construir un personaje, pero incluso sus más fieles percibían un personaje muy complicado. Nunca dejó de serlo ni de parecerlo. Es un personaje con muchas aristas, con una dimensión intelectual muy particular, con una dimensión artística muy seria, con una dimensión política que viene a compensar ciertos fracasos individuales y una elaboración de un discurso político que no correspondía a lo que realmente pensaba. Por tanto, es un personaje muy complejo y quizás lo más interesante de él es que sufre mucho y se percibe con mucha facilidad: es muy ácido, muy crítico, incluso consigo mismo y se ve que no lo pasa bien.

Esa es la clave: el personaje de Azaña permite lavarle la cara a la II República

–Por tanto, la típica expresión de «defina a X con una palabra» con Azaña sería imposible…

–Muy complicado. Imposible. Sería el artista del autosufrimiento, de la culpabilidad. Es un hombre que siempre se siente culpable. Toda su escritura es a modo confesional, relatando un pecado que no se puede absolver.

–¿A qué cree que puede deberse?

–Azaña es un personaje muy de fin de siglo, finisecular. En esa época toda la gente se pone en cuestión, se derrumban los valores que hasta entonces habían estado vigentes… Se cae el liberalismo, los sistemas parlamentarios vacilan y se pone en cuestión hasta la propia personalidad. Y de ahí surgen personajes nihilistas, que han dejado de creer en nada, a los que todo se les ha derrumbado. Y Azaña es uno de esos personajes, no cree en nada, sabe que no es capaz de creer en nada; él conoce esa dimensión suya. Sabe que está en una propuesta que es estéril. No crea, sabe que no es capaz de crear algo y eso le atormenta toda su vida. Y, de hecho, el republicanismo es un tipo de agarradera, se agarra a él para no naufragar.

–Usted señala en el libro que el sentimiento republicano de Azaña no es sólido, que carece de una base ideológica…

–Exacto. Él elabora una teoría republicana relativamente floja. Sus planteamientos políticos, que no corresponden con la II República, vienen de Francia. En ellos, Azaña habla de un régimen de asamblea puro, pero la II República no es eso. Es decir, elabora una teoría y una práctica republicanas cojas, porque apuesta por la integración de los nacionalistas catalanes y los socialistas y tiene una confianza relativa en cualquiera de los dos. No acaba de creerse su propia propuesta. El republicanismo que elabora es una suerte de dogma, que si se toca se derrumba. Azaña es muy particular. Su doctrina no admite el contraste con la práctica y eso es muy especial.

–Hablar de Azaña es hablar de la II República y viceversa. ¿Cree usted que sus ejecutorias también están mitificadas frente a otros personajes de la época como Largo Caballero, Prieto o Negrín?

–Sí, por supuesto. Pero ahí estamos en un doble sentido. Azaña encarna la República. Por una parte, desde un sentido retrospectivo y liberal. Esa visión no corresponde al personaje. Basta leer los textos para saber que quería hacer una revolución. En eso, no engaña a nadie. Es una propuesta claramente rupturista e intransigente; no es liberal, tolerante, reformista ni plural. Y la otra dimensión es producto de la mitificación de Rodríguez Zapatero a raíz de la ley de Memoria Histórica. A partir de ahí, se toma a un Azaña de verdad, sin que enmascare algo, sino el de verdad, alguien que habla de ruptura, que es donde estamos. Al fin y al cabo, la mitificación actual de Azaña responde a una política muy parecida a la que él mismo tuvo a partir del año 31.

–Usted en el libro le da especial relevancia al arte a la hora de la mitificación de Azaña…

– Azaña a los 23 o 24 años deja Madrid y se refugia en su ciudad, Alcalá de Henares, y se pone a escribir porque quiere ser novelista, aunque no le sale. Él, aunque suene broma, quiere ser un gran artista, aunque tampoco le funciona porque no tiene ni arte ni capacidad. Sin embargo, crea un personaje: su arte se convierte a la hora de crear un personaje y de ahí obras como Los Diarios. Por tanto, Azaña es una construcción de Azaña. Él mismo es su obra maestra. Su mejor obra son Las Memorias, ahí despliega su propio personaje aunque de forma muy diletante, sin afrontar la realidad. No se compromete con la realidad ni siquiera en su obra artística.

–Es decir, siempre con una distancia respecto a la realidad…

–Siempre. No puede con lo real, le desborda. No sabe qué hacer con ella, le destruye.

No pretendía instaurar una república tolerante, sino republicanizar la vida española

–Ya en un contexto actual, con la Ley de Memoria Democrática como telón de fondo, ¿cuáles son las similitudes entre la política de Azaña y el actual contexto político? ¿Quién encarnaría hoy día ese mito?

–Más que parecidos, lo que se intenta hoy es hacer un paralelismo entre la Monarquía parlamentaria y la República y el personaje que sirve para ello es Azaña. Ese es uno de los errores más monumentales que se pueden cometer. Esto se hace desde la época de Rodríguez Zapatero porque Azaña es rupturista y lo que se quiere es cambiar el régimen, que es lo que pretendía Azaña: no pretendía instaurar una república tolerante, sino republicanizar la vida española instaurando cambios muy importantes a nivel cultural o social, como ahora. Por tanto, aunque ambos proyectos son muy diferentes, ambos son proyectos de fondo, hechos desde la política. En cuanto a quién puede ser el Azaña de hoy, ser como él es imposible e irrepetible, pero tanto a Zapatero como a Sánchez les gusta el referente azañista, esa idea reformista. El problema es que no saben de lo que hablan.

–¿Esa voluntad rupturista de Azaña que usted señala cree que puede llegar a darse en la vida política actual?

–Sí y estamos en ello. Uno de los errores que ha cometido la clase dirigente ha sido relacionar la Monarquía parlamentaria con la República en vez de ir más allá. Quizás habría habido que ir más allá y hablar de Monarquía constitucional o del liberalismo del siglo XIX. El problema es, por ejemplo, eso que se dice de «hacer un rey para los republicanos». Eso es una estupidez monumental…

–Fue Rodríguez Zapatero quien dijo que Juan Carlos I era un rey muy republicano…

–Sí, pero eso es una estupidez, una tontería… ¿Cómo va a haber un rey republicano?

–Entonces, ¿usted cree que por varios anclajes se puede puede llegar a la ruptura?

–Sí. Lo que está en marcha es un proceso de cambio rupturista en el que no se legitima la estabilidad, sino la ruptura y nos dirigimos hacia una ruptura muy seria de la Monarquía y del régimen parlamentario.

–¿Y cuáles serían los diques para contener esa ruptura?

–Primero, que no haya una parte importante de la población que comulgue con ello y hoy día no la hay. Sin embargo, no sé hasta qué punto los dirigentes políticos son capaces de elaborar una posición política consistente que contrarreste esa situación. Partidos como Vox elaboran un discurso menos acomplejado; una parte del Partido Popular también se esfuerza por elaborarlo, pero culturalmente la derecha sigue siendo muy precaria.