Don Juan: ser Rey a cambio de entrar en la Guerra
Los monárquicos soñaban que el pretendiente llegase al trono a cambio de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial
A comienzos de 1941 los monárquicos juanistas tejían una tela de conspiración con el objetivo de que don Juan lograse ser rey de España. La camarilla monárquica envió dos agentes para establecer contacto con las autoridades alemanas del III Reich con la finalidad de informarles de la promesa del pretendiente de entrar en la guerra a cambio del trono de España.
El subsecretario de Estado alemán Woermann remitió a Karl Megerle, del equipo del ministro de Exteriores Ribbentrop, a los enviados de don Juan.
Los alemanes nunca dieron verdadera importancia a las conspiraciones juanistas contra el Generalísimo español
Los agentes juanistas explicaron que el régimen de Franco y de su cuñado Serrano Suñer era manifiestamente incapaz y que estaban conduciendo a España a la disolución. Pedían a los alemanes separar a Franco del poder y traer la restauración monárquica a España. En sus conversaciones hablaron del enorme apoyo que tenían entre los militares, llegando a afirmar que el ministro del Aire Vigón era uno de los principales partidarios de su plan para la restauración.
Presentaron a los alemanes un programa en el se decía: «(...) en la nueva ordenación europea, que será el resultado de la guerra actual, que se mantiene en Europa, y en la que disputan entre sí dos concepciones de vida completamente distintas. De este modelo, la Monarquía Española se unirá a esta concepción socioeconómica, al contrario que la plutocracia judía capitalista, para que, en el futuro, los pueblos puedan vivir bajo la protección de la dignidad social, de la libertad económica y de la implantación de su virtud nacional».
El subsecretario de Estado Woermann remitió a Ribbentrop el informe de Mergele sobre sus conversaciones con los enviados de don Juan. Los alemanes nunca dieron verdadera importancia a las conspiraciones juanistas contra el Generalísimo español. La «restauración monárquica no figuraba en la línea política alemana», aunque pensaba que podía resultar interesante, afirmaba Woermann «tener segura la persona de don Juan para Alemania». En paralelo a las conversaciones con los alemanes, sus maniobras contra Franco para forzar la entrada en la guerra se centraron dentro de España en intentar ganar el apoyo de militares azules intervencionistas como Yagüe, Asensio o Muñoz Grandes.
Ribbentrop, a través de Megerle, trasmitió a los enviados juanistas que Alemania no se podía involucrar en los asuntos internos españoles, pero que mantendría relaciones amistosas con cualquier Gobierno amigo que se formase en España. Inmediatamente Ribbentrop procedió a informar a su embajador en Madrid de estas conversaciones que a su vez informó de las mismas a Serrano Suñer.
En la segunda entrevista de Megerle con los juanistas en Berlín, el 11 de abril de 1941, estos se sintieron defraudados con la contestación alemana. Criticaron la política poco decidida de Franco y al tiempo que sostenían que la evolución de los acontecimientos en España terminarían obligando a los alemanes a intervenir en la Península Ibérica. Afirmaron que solo la presión alemana sobre Franco en favor de la restauración monárquica podría evitar un golpe de Estado de los militares de consecuencias imprevisibles.
Los juanistas José María de Areilza y Vegas Latapié, aislados y desconocedores de la realidad española, escribían el 15 de diciembre a Muñoz Grandes afirmando que los único que verdaderamente temía Franco era «el peligro monárquico».
Don Juan, a través de Vegas Latapié, contactaba de forma insistente con militares monárquicos como Vigón y con militares azules radicalmente belicistas. Algunos le daban buenas palabras, pero poco más.
Para un sector radical del Ejército, España debía entrar en la guerra como el único camino para que su patria recuperase su pasada grandeza, sentándose en la mesa de los vencedores de una guerra en la que no dudaban que Alemania lograría una victoria absoluta. Pero esta decisión dependía de Franco y de nadie más.
Don Juan jugaba sus últimas bazas. Intentó que Muñoz Grandes, el general español con mejores contactos con Hitler, fuese la persona que liderase el movimiento que tenía que apartar a Franco del poder, con el decidido apoyo alemán, para traer la monarquía a España, a cambio de entrar en la guerra. Trabó contacto con Yagüe, un militar falangista claramente intervencionista, quién sostuvo por carta que la deseable entrada de España en la guerra tenía que pasar por el jefe de la División Azul. Pero Yagüe estaba desterrado en el pueblo soriano de San Leonardo.
El 16 de diciembre de 1941 escribía don Juan a Muñoz Grandes para solicitar una entrevista entre ambos en el lugar que indicase el general de la División Azul. El general nunca le respondió y la entrevista nunca se produjo.
Don Juan también tomó contacto con los italianos. El pretendiente fue invitado por el conde Ciano, ministro de Exteriores de Mussolini, a una cacería en Albania en abril de 1942, pero la reunión no tuvo ninguna consecuencia.
Don Juan no tenía nada que hacer. Los apoyos de Franco eran mucho mayores de los que el más optimista de los juanistas podía pensar. A la hora de la verdad Yagüe y los militares intervencionistas descartaron provocar un conflicto armado en España para obligar a Franco a entrar en la guerra. España no estaba para otra guerra civil. Los destacados conspiradores juanistas Sainz Rodríguez y Vegas fueron confinados en Canarias, aunque lograron escapar en junio de 1942.
Los monárquicos soñaban que el pretendiente llegase al trono a cambio de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose así en un Quisling español. Don Juan nunca llegó reinar a pesar de seguir intentándolo en otras ocasiones.