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Una patrulla estadounidense en el bosque de Hürtgen

Una patrulla estadounidense en el bosque de Hurtgen

Picotazos de historia

La pequeña tregua de Navidad de 1944

La noche del 24 de diciembre, Elizabeth Vincken y su hijo Fritz acogieron a soldados norteamericanos y alemanes. Aquella cena de Nochebuena hizo olvidar la rivalidad de la Gran Guerra

El bosque de Hurtgen es una extensa área forestal situada entre la frontera belgo-alemana, al norte de la ciudad de Aquisgrán, donde se libraron combates muy violentos durante los meses de septiembre de 1944 a febrero de 1945.

La noche del 24 de diciembre, Elizabeth Vincken y su hijo Fritz, de 12 años de edad, estaban preparando el pollo (que habían bautizado como Hermann) y que habían cebado para el almuerzo de Navidad. El marido de Elizabeth, panadero en el ejército alemán, había sacado a la familia de Aquisgrán y los había llevado a una pequeña cabaña de caza, con idea de alejarlos de los bombardeos y combates.

Mientras estaban asando unas patatas –su cena de esa noche– alguien llamó a la puerta. Asustada, Elizabeth abrió la puerta y se encontró frente a dos soldados norteamericanos, un tercero yacía en la nieve, obviamente mal herido. Los soldados –Ralph Blank, Herbie Ridgin y James Rassi del 121º regimiento, 8ª división– se hicieron entender por signos y un francés macarrónico: estaban perdidos y le pedían permiso para poder pasar la noche al calor de su refugio. Elizabeth los pasó al interior y le dijo a Fritz que pusiera más patatas al fuego. Apenas se habían acomodado y empezaban a entrar en calor, cuando una nueva llamada a la puerta alteró la noche. Esta vez abrió la puerta el pequeño Fritz y fue para encontrarse con el uniforme feldgrau del ejército alemán. Elizabeth, rápidamente, apartó al niño y se enfrentó a los nuevos visitantes. El de más edad –debía tener unos veintipocos años y era cabo– amablemente la deseo una Feliz Navidad. Estaban de vuelta hacía su regimiento, habían perdido el sendero y la noche estaba cerrada. Le pedían permiso para pasar la noche.

El general de brigada Anthony McAuliffe y su personal celebran la Navidad en Bastogne, Bélgica, el 25 de diciembre de 1944, mientras están rodeados por tropas alemanas

El general de brigada Anthony McAuliffe y su personal celebran la Navidad en Bastogne, Bélgica, el 25 de diciembre de 1944, mientras están rodeados por tropas alemanas

Elizabeth Vincken le respondió que no había ningún problema, pero que tenían que dejar las armas fuera. Una vez que lo hubieron hecho explicó al cabo que tenía otros huéspedes.

–¿Norteamericanos? Preguntó el cabo alarmado.

Si, pero es Nochebuena. No habrá disparos aquí –le respondió la señora Vincken.

Y volviéndose hacía los norteamericanos les pidió que les entregaran sus armas y las depositó junto a las de los soldados alemanes.

El cabo pareció dudar un momento, pero entró junto con los otros tres alemanes. La tensión en la sala era palpable. Americanos y alemanes se miraban con desconfianza y la barrera del idioma no hacía las cosas más fáciles.

La señora Vincken tomó el mando y ordenó que unos se ocuparan de poner la mesa, otros del pobre Hermann –que no duraría para el almuerzo de Navidad– y de las patatas. El cabo alemán sacó una botella de vino tinto de su zurrón y un pan negro de munición. El resto de los soldados, norteamericanos y alemanes, aportaron lo que pudieron y compartieron con todos esa extraña cena de Navidad. Uno de los alemanes había estudiado algo de medicina, hasta que la guerra le obligó a abandonar los estudios, por lo que revisó la herida del herido y comprobó los vendajes.

–La herida no es grave pero ha perdido mucha sangre. El frío ha evitado la infección. Necesita alimento y reposo –les explicó a los norteamericanos en un limitado inglés–. Y se ocupó de alimentarlo y cuidarlo durante toda la noche.

A medida que progresaba la cena el ánimo general cambió completamente. La guerra estaba olvidada y la añoranza de la familia y el hogar se hizo más intensa. Algunos no pudieron retener las lagrimas.

A la mañana siguiente salieron todos de la cabaña. Se estrecharon las manos. El soldado alemán que hizo de enfermero puso un nuevo vendaje al herido, que ya tenía otra cara. El cabo entregó un mapa y una brújula a uno de los norteamericanos, indicándole la posición de sus compañeros. Saludaron a la señora Vincken y al pequeño Fritz y partieron, cada uno en distinta dirección.

El 19 de enero de 1996, Fritz Vincken pudo reunirse con Ralph Henry Blank. El veterano le contó que aún conservaba el mapa y la brújula que le dio el cabo alemán y que atesoraba el recuerdo de aquella Nochebuena como la más hermosa de su vida.

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