¿Fue el 14 de abril un golpe de Estado?
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron lugar a la caída de la monarquía, acelerada por la traición del jefe de la Guardia Civil
Si consideramos un golpe de estado como un cambio de Gobierno, del jefe del Estado, de la Constitución o de régimen por procedimientos ajenos a la legalidad vigente, identificaremos varios golpes o intentos en los años anteriores y posteriores al 14 de abril de 1931.
En el decenio anterior, el primer golpe es del general Primo de Rivera en 1923, tratándose de un incruento pronunciamiento militar al estilo de los del siglo XIX. En 1926 hubo un fracasado intento militar para derrocar a Primo de Rivera, liderado por el Conde de Romanones. Posteriormente hubo otro golpe militar en 1930, conectado con la Conjunción Republicano-Socialista, con el objetivo de derribar el régimen monárquico de Alfonso XIII. El fracaso de esta intentona militar, así como la ejecución de algunos involucrados, fue la antesala de la llegada de la Segunda República.
Si observamos los sucesos posteriores, nos encontramos en primer lugar la intentona militar de Sanjurjo en 1932. Posteriormente, en octubre de 1934, el PSOE de Largo Caballero fracasó en un golpe de carácter revolucionario, junto a otro intento separatista llevado a cabo por la Esquerra Republicana en Cataluña. Es muy posible que las elecciones de febrero de 1936 convirtieran un conjunto de irregularidades y fraudes en un golpe de estado electoral, permitiendo una mayoría parlamentaria ajena al voto popular (conforme a los estudios de Álvarez Tardío y Villa). Otro golpe, de carácter parlamentario, pudo ser la sustitución del presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, en abril de 1936, por Manuel Azaña. Finalizando el proceso en el fracasado golpe militar dirigido por Mola que provocó la Guerra Civil.
Volviendo al cambio de régimen de 1931, este fue muy controvertido, pues gran parte de la historiografía considera que se originó en un proceso electoral, tras el cual Alfonso XIII y su Gobierno, a la vista de los resultados y respetando el resultado de las urnas, entregaron el poder a un Gobierno provisional que procedió con unas elecciones a Cortes constituyentes. Hasta ahí, no habría nada que objetar, si bien hay aspectos muy cuestionables.
En primer lugar, las elecciones del 12 de abril de 1931 fueron unas elecciones municipales, de las que no se debería inferir directamente un cambio de Gobierno, y menos aún, de régimen. Si atendemos a los resultados de dichas elecciones, lo que no cabe duda es de que en la mayoría de las capitales de provincia ganaron los candidatos de la Conjunción Republicano-Socialista, salvo en ocho de ellas. Sin embargo, los datos electorales parciales del día 13 de abril, en posesión del ministro de la Gobernación (el Marqués de Hoyos), mostraban una abrumadora mayoría de los monárquicos en las localidades medianas y pequeñas, donde duplicaban a los republicanos en los concejales obtenidos del voto directo. Se podía afirmar que en el conjunto de España la victoria estaba en manos de los monárquicos (en las capitales sólo vivía un quinto de la población española).
«Un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano»
Es complejo entender cómo fue posible que, tras unas elecciones municipales ganadas por los monárquicos, cayera la monarquía. El primer paso que desencadenó el proceso fueron las declaraciones del presidente del Consejo de Ministros, el almirante Aznar, la mañana del 13 de abril. Cuando aún quedaban decenas de miles de concejales por asignar y basándose exclusivamente en los datos de las capitales, manifestó ante la prensa: «¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano?». Estas declaraciones animaron a los líderes republicanos y a sus seguidores.
Sin embargo, el Gobierno aún controlaba todos los resortes del poder, incluyendo el Ejército y la Guardia Civil. En una situación donde las masas empezaban a salir a la calle, era peligroso movilizar a las tropas contra los manifestantes, y tampoco se estaba seguro de la lealtad de los mandos de todas las unidades. Todo ello podía llegar a producir enfrentamientos armados y sangrientos. La clave estaba en la Guardia Civil, ya que era la única fuerza profesional, con férrea disciplina, que podía hacer de baluarte defensivo del orden establecido, siendo su director general el prestigioso general Sanjurjo.
Si la Guardia Civil no abría las puertas del palacio de Gobernación en la Puerta del Sol a los líderes republicanos, la iniciativa seguiría en manos del Gobierno del Rey. Las memorias del Conde de Romanones y del Marqués de Hoyos nos cuentan que el plan del Gobierno era proponer la abdicación del Rey en un Consejo de Regencia, presidido por el Infante Don Carlos, que convocaría a Cortes Constituyentes. Cuando la mañana del 14 de abril el Conde de Romanones, en nombre del Rey y su Gobierno, fue a negociar con el líder de los republicanos, Alcalá-Zamora, la propuesta citada, sorpresivamente este le respondió: «Poco antes de acudir al llamamiento he recibido la adhesión del General Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil». En sus memorias, Romanones escribe: «Al oírle, me demudé, ya no hablé más; la batalla estaba irremisiblemente perdida». Cuenta Alcalá-Zamora que horas más tarde, tras personarse en el portal del Palacio de la Puerta del Sol, «se gritó para advertir nuestra presencia y, tras unos instantes de ansiedad, aquellas puertas se abrieron un momento, cerrándose detrás de nosotros. En el portal, la Guardia Civil nos presentó armas: todo había acabado en paz y éramos ya más que la revolución triunfante, su Gobierno reconocido y servido por la fuerza armada regular».
Las razones de Sanjurjo para traicionar al Gobierno podrían ser diversas. En primer lugar, podría tratarse de un oportunismo político; también influiría el ascendente de Lerroux (líder republicano) sobre el general; pero puede que la razón esencial estuviese en que el Rey no mostraba agrado por su segunda mujer, además de negarle ciertas dignidades personales (como el nombramiento de gentilhombre). En cualquier caso, Sanjurjo fue quien tuvo la última llave del cambio de régimen: la del Palacio de la Puerta del Sol.