El Palacio de Castilla, hoy el Peninsula de París, un hotel con historia
El Palacio de Castilla se convirtió en el lugar de encuentro de los dinásticos españoles en los días en los que se desconocía el incierto futuro de España
Si dispusiese de muchos euros en el bolsillo y un viaje a París en mente, creo que no dudaría: me alojaría en el Hotel Peninsula, a muy escasos metros del Arco del Triunfo. Podrían preguntarme por qué, además del lujo chino y la localización privilegiada en la que se encuentra. La respuesta, para mí, es clara: pocos hoteles pueden presumir de alojar episodios tan interesantes de nuestra historia contemporánea. Desde que la exiliada Isabel II decidió hacerse con la propiedad del edificio en 1868, han pasado por él diplomáticos y políticos, Emperadores, herederos, truhanes y aprovechados. El Peninsula, se convirtió en hospital improvisado, albergó a corresponsales durante la Primera Guerra Mundial y sus sótanos sirvieron como salas de interrogatorio de la Gestapo en el París ocupado.
El hogar de Isabel II durante su exilio
Isabel de Borbón salió de España con su familia como consecuencia del triunfo de «La Gloriosa». Se instaló durante unas escasas semanas en Pau, en los Bajos Pirineos, hasta que las gestiones con un fondo reservado que tenía en el extranjero, le permitieron comprar una propiedad en París, en pleno corazón del II Imperio Francés: el antiguo Palacio Basilewsky, construido por un aristócrata ruso en la avenida rey de Roma, luego avenida Kléber y situado, entonces, en las afueras. Ella le llamó mi «Palacio de Castilla». Era de estilo francés o «a la moda Rothschild», como se decía en la época, aunque con trazas arquitectónicas del tiempo de Luis XIV. Tenía planta baja y principal con una magnífica doble escalera central con balaustrada de mármol que aún se conserva. A la derecha, el comedor; a la izquierda, el despacho de la Reina y su dormitorio. Las habitaciones de las infantas –sus hijas Pilar, Eulalia y Paz– estaban pasada la biblioteca. Isabel, «la Chata» todavía no vivía con ellas y don Francisco, el Rey consorte, había decidido instalarse temporalmente en un hotelito de la rue Saint-Honoré. Había otro piso superior, con techos de pizarra, para el servicio. En el jardín que rodeaba la casa tenían caballerizas y dos pabellones para la servidumbre y la corte que les acompañaba, las cerca de 40 personas que todavía formaban su séquito.
El Palacio de Castilla se convirtió en el lugar de encuentro de los dinásticos españoles en los días en los que se desconocía el incierto futuro de España. La Reina exiliada recibía numerosas visitas de fieles y cortesanos. ¿Qué debía hacerse? ¿Intentar el regreso de los Borbones? Fue en su salón principal donde Isabel II abdicó en favor de su hijo Alfonso en 1870 y también el lugar en el que, de algún modo, se «reconcilió» con su cuñado, el duque de Montpensier a instancias de su madre, María Cristina, empeñada en dejar bien avenidas a las dos hijas que había tenido con Fernando VII. Durante el periodo revolucionario de la Comuna, en el que Isabel y su familia se trasladaron a Ginebra, el Palacio de Castilla fue pasto de bombas y proyectiles. La soberana regresó a comienzos de agosto de 1871 angustiada por cómo pagaría tanta reparación. Las paredes del Palacio de Castilla retumbaron con los gritos de Isabel cuando supo que Alfonso XII quería casarse con su prima Mercedes de Orleans y también cuando le confirmaron que ella no podría regresar definitivamente a España, aunque se hubiese restaurado en el trono a los Borbones.
Isabel hizo del Palacio de Castilla su hogar, el lugar de encuentro de la buena sociedad de esa Tercera República que también había destronado a su amiga Eugenia de Montijo. En el Palacio de Castilla se enteró de la muerte de su hija Pilar y, acogió a Eulalia, con sus nietos, tras su tormentosa separación. Las salas y alcobas del Palacio de Castilla, colgaban llenas de retratos y los aparadores cubiertos de fotografías familiares. En su biblioteca, un preciado legajo documental que albergaba muchos de los episodios históricos que Isabel había protagonizado y que pasaría a ser propiedad de la Infanta Isabel. En el Palacio de Castilla, una ya anciana Isabel II, recibió a Galdós en presencia del Embajador de España, Fernando León y Castillo, para contarle lo que había sido la vida de la de «los tristes destinos». Su encuentro ha quedado recogido en las páginas de El Liberal, en el artículo La reina Isabel (12 abril 1904). Y fue aquí, en su dormitorio, bajo un retrato de Santa Catalina de Zurbarán, acompañada por sus hijas y atendida por su yerno, Fernando de Baviera, médico de profesión, donde falleció la que había sido proclamada reina de España en 1833. Lucía bandera a media asta con crespón de duelo.
De sala de interrogatorios a sede oficial de la UNESCO
Tras su muerte, sus hijas y herederas decidieron vender la que había sido la residencia de su madre durante más de tres décadas, no sin cierto revuelo en la Prensa. La subasta se celebró el 8 de julio de 1905 por cerca de 2.800.000 francos (ABC, 8 de julio de 1905). Con el dinero de la venta, se liquidaron deudas y se pagaron los derechos de sucesión. En su momento no se supo quién había sido el comprador, pero, tras un par de modificaciones en la titularidad de la escritura, el inmueble pasó a formar parte del grupo de hoteles Majestic, uno de los más refinados de la época que, tras una larga reforma, reabrió sus puertas en 1908.
Un joven Azorín, corresponsal de ABC en la capital de Francia, escribió desde sus habitaciones muchas de las crónicas que después se publicaron con el título París bombardeado (1919), el segundo de los tres libros dedicados por el autor a esta gran tragedia europea de la que el propio Jünger, también se hará eco en su durísimo Tempestades de acero. Terminada la Guerra, el hotel volvió a convertirse en sinónimo de lujo, arte y ocio. En 1922, en el comedor se celebró una cena en la que, por primera y única vez, se juntaron Proust, Joyce y Picasso. Pero el edificio, tiene también su parte siniestra, alejada del glamour fastuoso de entreguerras: con la ocupación alemana, el hotel fue sede de la Comandancia Militar alemana y sus sótanos salas de interrogatorios. Dicen que aquí, el general Dietrich von Choltitz, desoyó la orden de Hitler de incendiar la capital antes de la retirada. Y París no ardió.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el hotel se convirtió en sede oficial de la UNESCO. Luego se transformó en Centro de Conferencias Internacionales (CCI), donde Kissinger firmó, por ejemplo, la paz de Vietnam. A comienzos del siglo XXI, el Estado francés decidió vender el edificio. De nuevo, a una cadena hotelera, en este caso al grupo chino Peninsula que hoy en día lo regenta. ¿Entiende ahora por qué me gustaría ir? Aunque creo que, por el momento, tendremos que esperar un poco…