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El general Douglas MacArthur inspecciona la cabeza de playa en la isla de Leyte, 20 de octubre de 1944

Primera parte

Leyte, ¿la mayor batalla naval? Parte I: la última oportunidad de Japón

La batalla de Leyte enfrentó a estadounidenses y japoneses por el control de Filipinas. A los primeros les interesaba ya que era un paso estratégico clave. Y a los segundos para la supervivencia de Japón durante la Segunda Guerra Mundial

En el transcurso de una visita a una exposición de maquetas navales en la Delegación de Defensa de Asturias, me preguntaron sobre la mayor batalla naval de la historia. La respuesta no es sencilla. Si nos mantenemos en el habitual eurocentrismo, omitiendo los colosales recursos del extremo oriente, con la batalla de Yamen, en el s. XIII chino, y atendiésemos al número de barcos, seguro que está en la antigüedad. Aunque los datos no puedes ser precisos, en Salamina, entre persas y griegos, se pudieron reunir el millar de velas. Y no andarían muy lejos algunas otras ocasiones púnicas, romanas o egipcias, como Accio. Pero aquellos barcos eran pequeños como para ser comparados incluso solo en lo cuantitativo con los contemporáneos.

Si atendiésemos a lo sangrante de las bajas, entonces Lepanto. Pues 30.000 turcos murieron en una mañana; el daño cualitativo y cuantitativo humano para la Sublime Puerta fue mucho más difícil de reponer que los muchos barcos perdidos.

Pero si atendemos a tonelaje y poderío implicado, entonces mi respuesta es, por encima de Midway o alguna otra más famosa, Leyte.

La mayor batalla naval de la Historia

Otoño de 1944, Japón tiene perdida la guerra, si no se admite que la tenía perdida desde el principio, por la diferencia en recursos industriales, petróleo etc. Pero el Imperio del Sol naciente decide jugárselo todo a una carta. En ese sentido, su armada va a dar una lección de pundonor y de ambición.

Sabía, desde el principio, con el almirante Togo, que o vencía rápido a los demonios occidentales, o que sería inexorablemente derrotada. La lección fue también para las flotas germana e italiana, que también estaban en clara desventaja contra los británicos en el Atlántico y Mediterráneo; sumadas y en su escenario en una desproporción parecida, pero que jamás osaron salir en son de guerra «a por todas». Al final, el tiempo pone a todos en su sitio y las guerras las suelen ganar aquellos con los mayores recursos, en aplicación del viejo refrán que dice «vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos».

Pero eso no es óbice para que haya que descubrirse un instante ante quienes, como Aníbal o Lee, se la jugaron con decisión en un envite decisivo.

El mar no es del que hunde gota a gota el tonelaje enemigo, si no de quien niega su posesión al oponente. Lo demás viene por añadidura.

Quizá no sea tan famosa como otros enfrentamientos de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, se cree que se trata del mayor combate naval pues, a partir de Pearl Harbour serán todas ya batallas aeronavales. Aunque la mayoría recuerde mejor Midway como así lo hace el cine americano, magnífico en la propaganda y con sinceros intentos de alguna objetividad años después, Midway fue el punto de inflexión, pero ni en fuerzas empeñadas ni en pérdidas es equivalente a la puntilla de Leyte, la mayor batalla naval de la Historia; casi 300 buques de guerra, omitiendo cientos de transporte y unidades menores. Estados Unidos y Australia presentaban, según fuentes, entre 213 y 157, Japón presentó 87. Entre todos desplazaban más de dos millones de toneladas y estarían los más poderosos buques entonces construidos por el hombre.

Batalla de Midway, el portaaviones estadounidense USS Yorktown en el momento de ser impactado por un torpedo japonés durante la batalla

Sin contar con las unidades menores, lanchas rápidas, transportes y submarinos, resumimos al mínimo el orden de batalla en ese par de días decisivos en los que Neptuno contuvo el aliento.

Si alguna vez fue grandiosa una «última carga» como la que recoge la película El último samurai, fue la de los acorazados, y de la Armada Imperial, coja de aviones y combustible, y con alguna inferioridad electrónica, pero no de hombres y de valor. La pareja de superacorazados nipones, bajo el torpedeo aéreo americano me recuerdan, salvando distancias, a los gallardos caballeros de Francisco I, abatidos en Italia como Bayard ante un arcabucero de Gonzalo de Córdoba. Se resolvería la eterna carrera entre el escudo y el proyectil. La primacía del capital ship entre el acorazado y el portaaviones.

La batalla naval de Leyte

La flota japonesa de ocho portaaviones era imponente sobre el papel. Después de Midway y las Marianas, los pilotos expertos y los aviones eran escasos, y eso convertía a la fuerza de portaaviones en inoperante. El alto mando sabía que el siguiente desembarco sería en Filipinas; significaba el corte de la ruta a Borneo (el petróleo del Japón) y el final de las posibilidades japonesas. Preveían dos posibles lugares de desembarco, la isla de Samar o la de Leyte; y era seguro que los americanos acudirían con todo.

En la práctica, invadir Filipinas era prescindible, pero la palabra del «virrey del Pacífico», McCarthur estaba empeñada en un «¡Volveré!», (sin duda para no tener que tragárselo como Carlos VII en 1876), de tal modo que la ruta al Japón pasaba por arrebatar una a una las cuentas del rosario oceánico, antes que por el ataque directo una vez al alcance de raid aéreo, asunto que quedó para la primavera de 1945; Iwo Jima.

Situación de Leyte, del 7 de noviembre al 31 de diciembre de 1944

El «Plan Sho» de defensa de Filipinas demostraba la falta de esperanza en el futuro del alto mando Imperial. Consistía en utilizar los portaaviones como cebo, desprovistos de sus armas, los aviones (esto suponía la imposibilidad de desarrollar operaciones de ataque en el futuro). La fuerza principal de portaaviones americana acudiría al ataque de la japonesa y eso permitiría a las fuerza de superficie, prácticamente indemne, atacar. El precio era alto, pero permitiría rechazar el desembarco y dar un respiro al Japón; mientras las fuerzas aéreas con base en tierra, 200 aparatos, podrían atacar a los portaaviones americanos (el arma aérea estaba subordinada a la Marina, sin constituir un tercer ejército). La mañana del 20 de octubre se ordenó a los pilotos destinados en Luzón, Filipinas que se reunieran para escuchar las palabras del célebre pionero de la aviación, el almirante Onishi. Que lloraba:

El USS Princeton en llamas al este de Luzón, Filipinas

«Japón está en grave peligro. La salvación de nuestro país ya no está en manos de los ministros, ni del Estado Mayor, ni de humildes comandantes como yo. Por ello, en representación de vuestros cien millones de compatriotas, os pido este sacrificio y rezo por vuestro triunfo. Desgraciadamente, no podremos deciros los resultados. Pero seguiré vuestros esfuerzos hasta el final y comunicaré vuestros logros al Trono…»

Como habían previsto los japoneses, los yanquis escogieron Leyte por su situación entre las dos grandes islas del archipiélago (Luzón y Mindanao); incluso acertaron el día, el 20 de octubre. De Singapur parten las fuerzas de superficie en dirección a Borneo, donde esperarán el momento de salir al ataque.

Los americanos que se dirigieron a Leyte llevaban al menos 157 barcos de guerra de todo tipo y 420 transportes. Sobre todo, 36 portaaviones al completo de sus recursos aéreos.

[Continuación en Leyte, ¿la mayor batalla naval? Parte II]